Imposible pretender homenajear, desde la humildad de un sencillo aficionado, a ejemplares de memoria colectiva, sin mencionar ninguno de esa emblemática vacada que pasta en territorio onubense: los «urcola» – «santacoloma» de los Herederos de Don Celestino Cuadri. Ganadería singular, con morfología y hechuras propia, llevando la casta por bandera. La tarde de «hoy» fue el 25 de junio de 1996, cuando saltó el extraordinario Poleo a la arena venteña. Delante, un ídolo de Madrid: Luís Francisco Esplá.

Sin ser un toro bravo, que no lo fue, el toro llenó la plaza, metió a la gente en la faena. Devolvió la afición a muchos desangelados por la carencia de fuerzas y de raza. Y como no podía ser de otra forma, se enfrentó a un héroe que desparrama torería y casta. Por méritos propios, llegó a ser torero de Madrid, aun siendo alicantino.

Un trapío descomunal mostraba la seriedad del negro de Cuadri, casta desde salida, queriéndose comer la franela del Matador. Humillando y empujando con los riñones. El tercio de varas no estuvo a la altura de las circunstancias, por las desfavorables condiciones del astado de la H. En ambos puyazos empujó con un solo pitón y la cara arriba, tardeando al cite. A partir de ahí, las cosas se tornaron. Poleo se comportó como el toro que todos soñamos.

Tercio de banderillas compartido por Esplá y Mendes, anunciados ambos en ese mano a mano improvisado por la cornada a Manolo Mejía al banderillear el primero. No resultaron las suertes del todo lucidas, ya saben como se comporta todo lo que tiene sangre de Santa Coloma en los garapullos… Tardeando, midiendo y recortando terreno…

Y llegó el tercio de muerte. La casta del toro iba en aumento. Embestida humillada, siempre existe, los problemas que da la casta. El toro requería cite firme, tapado y siempre cruzado. ¿Lo tuvo? Sí. Otros tiempos, otros toreros. La cometividad del toro era algo fuera de lo normal. Seguía la muleta de delante a atrás, contándole salirse en algunas ocasiones de las telas.

La muerte no fue digna de un toro enrazado. Sainete con los aceros, pinchazos y desacierto con el descabellos. Final inmerecido para toro y torero. Como excesiva fue la vuelta al ruedo que se le concedió. Premio solo al alcance de los toros bravos, y éste no lo fue.

Autor: Francisco Diaz