En la tauromaquia observamos ritos, costumbres, símbolos, signos y tradiciones como un órgano vivo en constante movimiento. Ahora bien, de todos los espectáculos taurinos, la Corrida de toros es indiscutiblemente el más obsesivamente ritualizado y liturgizado. Todo es signo y señal. Signo porque a través de cosas visibles y sensibles nos conducimos a lo inmaterial, y  por medio de la representación alcanzamos la realidad determinada que interpretamos porque nos comunica algo que tenemos que saber captar.

El lugar cerrado y circular del Ruedo está dividido en partes jerarquizadas, cada una de las cuales tiene un sentido reconocible: el espacio lindante de la contemplación y el espacio central de la acción; el sector de “sombra” y el de “sol”;  el toril y  la presidencia, y las distintas puertas.  El tiempo es cíclico, tan circular como el espacio y las funciones reglamentarias de la ceremonia. Los tres tercios se siguen, los tres Matadores se acaecen y el primero regresa después del último. Los toros se siguen, pero es como si cada uno de ellos resurgiera en el siguiente. Todo es un circulo y todo va distribuido con el numero tres que es un escenario  circular: las tres partes de la Plaza; las tres partes concéntricas del Ruedo; los tres Matadores;los tres Banderilleros; los tres miembros del equipo Presidencial; los tres tercios de la lidia; los tres estados físicos sucesivos del toro durante su vida pública; los tres puyazos en el antiguo reglamento; los tres pares de banderillas;  los tres avisos reglamentarios; los tres pañuelos blancos para la recompensa suprema; los tres tiempos del pase citar, dirigir, rematar; las tres prescripciones del toro parar la embestida, mandar, templar o ajustarse a su ritmo.

El símbolo tres, su consecuencia o expresión no es solo simbólico y estático, es también dinámico y real. Todo da vueltas pero sin principio y sin final. La Plaza es un cosmos y una creación. Las esferas son concéntricas y es como si todo retornara  siempre a lo mismo sin ser lo mismo. En la Plaza cuando todo se ha acabado es realmente cuando todo a comenzado. La Corrida de toros por su frenética de Ceremonial  participa indiscutiblemente del Rito, pero este ritual no esta vacío: rodea, sostiene, protege la Inmolación solemne de un animal que es el protagonista de todo el modulo porque todo gira en torno a él. La muerte del animal, el desenlace, está previsto y es necesario desde el principio hasta el final, en efecto tal acto es lo que marca la diferencia entre la Corrida de toros y los demás espectáculos humanos en los que mueren animales como por ejemplo la caza y los mataderos.    La Corrida de toros no es ni un deporte ni un juego   porque el Ruedo está cerrado, como el tiempo cronológico, que anuncia y fija a priori la duración de la vida y el momento de la muerte. El toro no tiene que ser matado por capricho o gusto de la afición, sino que tiene que ser matado o sacrificado como el cumplimiento de la promesa de Inmolación que encierra la tauromaquia.

La Corrida de toros se desarrolla en una Plaza que por lo general tiene forma de circulo en todos los sentidos y formas posibles, al mismo tiempo es un símbolo del circulo que  de todos es sabido que  es una realidad cerrada sobre sí misma que encarna y personifica  la unidad, lo absoluto, la eternidad y la perfección. Es símbolo del Cielo en relación a la tierra, de lo espiritual en relación a lo temporal,  por ello se le refiere con la protección y, así, tenemos la sagrada Hostia consagrada, los círculos sagrados, los anillos de las alianzas y compromisos adquiridos, las coronas reales,  o los cinturones que nos hacen poderosos e invencibles como se pensaba en la antigüedad. Si bien el círculo representa el Cielo, la Santidad, la riqueza del  alma humana, se usa en lo terrenal como representación de la perfección de Dios en la tierra, de su manifestación arquetípica en la materia, y de la mejor arquitectura que puede existir en este mundo. La Plaza de toros es un circulo de arquitectura fundamental para el encuentro entre lo divino y lo humano, porque  Dios está sentado en un trono blanco y excelso circular que tiene su centro en todas partes, y cuya circunferencia no está en ninguna.

La Tauromaquia guarda relaciones con el mundo espiritual, se torea más con el espíritu que con el cuerpo, y se ven los toros más desde las emociones que son espirituales que desde los ojos de la cara. El hombre interior es el que verdaderamente participa de este espectáculo taurino.

¿ Que significa que tenemos un hombre interior?

Significa que  “detrás” de tus ojos físicos hay unos ojos espirituales, “ detrás” de tus oídos hay unos oídos espirituales,  “detrás” de tu corazón hay un corazón espiritual, y “detrás” de ti mismo hay un hombre espiritual. Es lo que atañe a la conciencia y a la experiencia más intima de cada persona que sintetiza esta mística con la vida a través del símbolo.  La realidad taurina tiene mucho -o todo- que ver con las imágenes, las emociones y los sentimientos espirituales que son el signo eterno de nuestra humanidad y   de nuestra pertenencia a un todo sagrado mayor que nosotros mismos al  que no podemos renunciar. Al hombre espiritual e interior es al que hay que llevar a los toros, no al social y “político”.

La redondez, (estructura, forma y modo de la tauromaquia en la Plaza de toros) es sagrada por ser la forma más natural, por ser la  forma que contiene todo  lo  demás, la  “perfección  Cósmica”, la eternidad.

 

Por David Benavente