Las corridas que se celebran durante la Edad Media consistían en la persecución tumultuosa de los toros en la que participaba el pueblo en pleno. En dichas corridas los animales eran finalmente abatidos después de haber sido heridos con flechas, venablos, cuchillos y dardos.

Algunas de estas corridas tienen un profundo origen religioso. Es el caso de las denominadas corridas votivas, funerales y nupciales. Otras tienen un carácter festivo exclusivamente: son las corridas festivas.

Las corridas votivas eran las celebradas en cumplimiento de algún voto religioso. Ante ciertas catástrofes o para verse liberados de alguna epidemia, desde la época bajomedieval, el pueblo ofrecía a la divinidad, por intercesión de determinados santos, la celebración de corridas de toros que eran organizadas por las autoridades locales. No se trataba de una simple diversión sino de un voto, hecho con la intención de librarse de algún mal.

Las corridas funerarias consistían en corridas de toros ordenadas en testamento por el propio finado en beneficio de su alma y que los familiares se veían obligados a celebrarlas si querían heredar. Este tipo de festejos se convirtieron, a mediados del siglo XVI, en una auténtica «epidemia religiosa».

Muchos de los viejos ritos en los que participaba el toro están relacionados con la antigua creencia pagana de la influencia que el sacrificio de los toros tenia para la fertilidad de los campos y la fecundidad de los ganados. En este contexto, se enmarcan las corridas nupciales que se desarrollan asidu amente en toda la España medieval. El día de la boda, en algunas regiones, el novio y sus amigos corrían un toro por el pueblo o ciudad, toreándolo con blancas sábanas. Finalmente, la res era abatida ante la puerta de la casa de la novia, que muchas veces participaba en el hostigamiento o fin del animal, salpicándose su vestido con la sangre del toro. Esta costumbre tiene un claro simbolismo de la pérdida de la virginidad de la desposada y su fecundación.

Precisamente, de este tipo de corrida existe una secuencia de seis pinturas en las miniaturas del códice Rico de las Cantigas de Alfonso X el Sabio que se conserva en la Biblioteca del Monasterio de El Escorial. Estas miniaturas ilustran la cantiga o canción CXLIV, que narra cómo la Virgen salva a un clérigo de ser arrollado por un toro que se corría por la ciudad con motivo de las bodas de un hombre rico. El hecho se sitúa en Plasencia. La tercera miniatura nos muestra a un toro sufriendo el castigo de la multitud, que desde la muralla le arrojaba dardos, banderillas o venablos. Un caballero desde lo alto, con su capa azul y roja, cita al toro; quizás esta sea la primera representación de un capote. La cuarta miniatura nos muestra al toro embistiendo al clérigo despistado. La quinta, cómo el toro cae al suelo, aparentemente muerto, gracias a la intervención de la Virgen. La última miniatura nos muestra cómo el toro recuperado, se deja acariciar por el pueblo, al volverse manso por la intervención de la Virgen.

En las corridas medievales intervenían, con frecuencia, unos individuos que eran los encargados de rematar al animal y a los que llamaban matatoros. En el norte de España, esta profesión, llegó a ser muy bien retribuida y estimada, llegando algunos monarcas, incluso, a contratarlos para sus fiestas. Sin embargo, Alfonso X El Sabio, a mediados del siglo XIII, prohíbe en el «Código de las siete partidas», al considerar que es un deshonor recibir cualquier tipo de remuneración económica por dar muerte a los toros. A la vez, el rey insta a los caballeros a la lidia de reses bravas, con lo que, «por orden regia» se inicia el llamado toreo cab alleresco, que se practica dentro de las llamadas Fiestas de Toros y Juego de Cañas. Aunque, siguen celebrándose, sobre todo en el norte de España, los festejos populares que, con el paso del tiempo, darían lugar al denominado Toreo Navarro.

CUADERNOS DE AULA TAURINA:
Historia del toreo a pie