En este tiempo de confinamiento obligado no nos queda otra opción que darle rienda suelta a nuestro ingenio y, a modo de creatividad, en ocasiones  de sueños y siempre aferrados a la realidad que nos ocupa, tratar de sobrellevar esta pesada cruz. En mi caso, para mi suerte, me cabe la dicha de la narración en todos los órdenes; ensayos, libros y cualquier materia que se me antoje

Claro que, para mi fortuna, me cabe la dicha de conversar con personas de suma relevancia como en el caso que me ocupa que, mi dicha no ha sido otra que charlar con un auténtico experto que fue de la torería y que en la actualidad, es un maestro de las letras, la  pintura y de la palabra. Hablo de Luís Francisco Esplá que, sin duda alguna, es el Ignacio Sánchez Mejías de nuestros días. Dialogar con Luís Francisco Esplá es un modo de morir aprendiendo, lo digo en el caso que me atañe puesto que, a mi edad, como reza un dicho popular, muriendo y aprendiendo. Pero, amigos, qué forma más hermosa de aprender junto al que sabe, todo ello en este tránsito hasta la eternidad.

Dijo una vez Gerardo Diego: “¿Quién qué es, no es romántico?” Luís Francisco Esplá lo es y, además, lo practica. Es un gusto, un placer conversar con hombres de este calibre tan auténtico y cabal, tan culto como humilde, tan válido como generoso, tan artista como sencillo puesto que, de la sencillez que emana su vida, Esplá ha construido un mundo a su medida del que nadie le apeará.

Me cupo la fortuna de regalarle silencios para que él me obsequiara con bellas palabras; callé para aprender y sentir. Por cierto que, al hablar de silencios, me viene a la mente, como nos ha contado la historia que, en cierta ocasión, Octavio Paz acudió a Buenos Aires para entrevistarse con Jorge Luís Borges y, a su regreso al país azteca le preguntaron los periodistas. ¿Qué tal le ha ido con Borges? Maravilloso, respondió Octavio Paz, me ha regalado un montón de silencios.

Mis palabras han sido escuetas y sus respuestas tremendamente aleccionadoras, de ahí el silencio al que me refiero puesto que, con el maestro Esplá, con el que he tenido lo que denominaríamos como una entrevista convencional a base de preguntas y respuestas pero, con este personaje una sola introducción hubiera sido suficiente. “¡Hábleme de la vida, maestro!” Como digo, tengo entre mis manos un documento que lo quisiera solamente para mí, pero dada la generosidad del maestro, por ética, por educación, por respeto y por admiración hacia este artista, lo comparto con todos ustedes.

No digo más, pero sí debo de resaltar que, si todos tomásemos lección de este hombre nos sentiríamos salvaguardados de muchos maleficios que de forma involuntaria nosotros mismos provocamos, por dicha razón, anotemos que, Luis Francisco Esplá es, porque sigue siendo el mismo de siempre, un romántico empedernido capaz de aperturar su alma a todo aquel que llegue a su lado con buena voluntad.

-La primera pregunta, maestro, es inevitable dado el momento en que vivimos. ¿Qué cree usted que hayamos hecho, los mortales, como sociedad, para recibir el cruel castigo que padecemos por culpa de la maldita pandemia?

Desde que existe vida, la naturaleza regula, ordena y dosifica el habitáculo de sus criaturas. Crea ecosistemas, y la selección especializa a los individuos haciéndolos afines a estos innumerables hábitats. Pero el ser humano se ha convertido en una especie invasiva. Ya no encuentra depredadores, a no ser él mismo; lejos de perfeccionar su sistema inmunitario para vencer patógenos externos, (como han tenido que hacer todos los bichos para prosperar sobre las pandemias) ha ido sustituyendo las respuestas inmunitarias, y la rigurosa selección que ello supondría con vacunas, antibióticos, farmacopea, etc.;  en cuanto a la colonización del planeta -a partir la era industrial- tan solo se la puede llamar invasión. Ante panorama tal, Natura intenta, por todos los medios, imponer su ancestral sistema evolutivo. Pensar en un castigo divino, sería como volver a la Edad Media. Simplemente trata, como haría cualquier animal, de sacudirse el prurito que tanto la irrita.

-Muchos, Luís Francisco, siguen creyendo que nuestro gobierno no estuvo a la altura, de ahí los miles de contagios que, por otra parte, según expertos, nuestros dirigentes actuaron de forma frívola. Usted, como ciudadano de a pie imagino tendrá su opinión ¿verdad?

Conocemos la historia de Fausto ¿Verdad? Nada más sellado su pacto con el diablo a cambio de conocimiento y poder; comenzó a reconocer su error. Pero ya lo tenía –Satanás- trincado por los mismísimos cataplines. Todo intento de arrepentimiento resultaba inútil; su voluntad ya no le pertenecía. Y, cada vez era más estrecha y limitada su capacidad de obrar, pues la amenaza de cobrarse, ipso facto, el alma garante de aquel contrato, (la suya) le privaba de toda reacción.

Las legiones infernales ya no ocupan el centro ígneo de la tierra, como tampoco el cielo es ya el territorio de los ángeles. Todo queda a ras de suelo. Y el Maligno sigue pactando a cambio de insumos para logros personales. Y los Faustos de antaño son los Infaustos modernos. Narcisistas ávidos del poder que su talento les niega. Clientes del diablo. Por tanto, no esperemos coherencia, sensatez, ni transparencia de quien ha vendido, como mercancía, la suerte de millones de almas al oscuro Señor del bolivarismo.  

-Hablemos de toros que, sin duda, entre nosotros, es mucho más reconfortante. ¿Se ha preguntado usted cómo hubiera sido su vida sin aquella corrida, la llamada del siglo, en que usted, junto a Ruíz Miguel  y Palomar salieron por la puerta grande de Madrid? Digamos que estamos hablando de un antes y un después respecto a su carrera.

Es obvio. Tras tomar la alternativa defraudé toda expectativa. En aquel momento el escalafón estaba conformado, no por una, ni por dos figuras del toreo, sino, por la pléyade de figurones más nutrida de la historia del toreo: El Viti, Camino, Palomo, Teruel, Paquirri, Capea, Dámaso etc. Me trituraron. Y cuando esto ocurre el crédito, que te ha otorgado la afición, se va al carajo. Pero se empieza de nuevo.

Ahora bien, teniendo en cuenta la artillería con la cual te vas a medir. Pese a todo, tenía el convencimiento de poder subsanar tamaño entuerto. Y así fue, durante dos años me deje la piel por los rastrojos, matando cuanto me ofrecían, y del dinero ni hablo. Mi objetivo era madurar, retomar la confianza que siempre tuve y volver a interpretar el toreo con la meridiana intuición que de novillero fui capaz. De hecho, un año antes de la corrida aquella, Madrid ya me había otorgado un tibio crédito; en la corrida de Pablo Romero di una vuelta al ruedo tras el tercio de banderillas y, durante toda la tarde se me permitió abundar en mi concepto del torero. Con la confianza de quien se sabe tolerado hice el paseíllo la tarde de  los Victorinos.

-Yo que soy un español de su tiempo, aficionado por supuesto, analizo su carrera, la que siempre seguí con mucha atención y, comparado su caso con lo que se vive ahora, llego a la conclusión de que usted fue, además de artista, un auténtico héroe, lo dicen las ganaderías que lidiaba, los gestos que tenía y los triunfos de lograba. Ahora, para las llamadas figuras, según mi entender, comparado con lo que usted hacía, es todo más descafeinado. ¿Era usted tan grande como yo digo o por el contrario, los que mandan ahora en el torero, por el toro que lidian, aspiran a la mediocridad?

Estamos en el centenario de la muerte de ese coloso que fue Joselito. De alguna forma, éste inauguro lo que más tarde se convertiría en un reprobable vicio: La gestión omnímoda del toreo. Pero en esa pretensión no cabía -como demostró- el alivio. Más bien todo lo contrario. Quería, con ello, anteponer  los intereses del aficionado a los del empresario, el ganadero e incluso a los del propio torero. Abaratar el precio de las corridas, sin detrimento del presupuesto. En fin, aspiraba a arbitrar la decencia en el toreo. Para ello, no dudaba en matar las corridas más serias de las camadas, ni rehuía ningún hierro.

Y aquí está la clave: El apoderado era un mero empleado. Un señor que ni siquiera lo acompañaba por las plazas, y no se le conocía fuera de los despachos. Hasta la irrupción de José Camará como apoderado, el cometido de estos era puramente burocrático. Las decisiones las tomaba el torero.

He resaltado siempre la figura de mi apoderado D. Manuel Cisneros. A parte de ser un ser humano excelente y de una honradez en desuso. A él debo mí ubicación en el toreo. Insistía en que no era más que mi comisionista. Jamás firmó un contrato en el cual yo no hubiese aprobado las decisiones.

En parte, el panorama de corridas duras por el cual discurrió mi carrera fue fruto del consenso de ambos. Cuando las cosas se ponían mal, lejos de recomendarme alivios, insistía en buscar en los hierros más complicados la salida a esos pequeños baches. Y entre crisis y crisis empecé a acomodarme con aquel material. Ahora, desde la distancia que impone el calendario, me percato de los riesgos aventurados, pues ese tipo de encastes son como el monstruo de Frankenstein; más temprano que tarde terminan por devorarte… artísticamente. ¡Claro!

Sinceramente pienso que gran parte de los matadores actuales podrían hacer frente al hierro que se propongan. El problema es que esta decisión no les pertenece. Hemos mercantilizado el toreo haciendo de él un negocio en el cual los elementos claves tienen muy poco que decir.

-Esplá, Méndes y El Soro, vaya cartel. Usted junto a los compañeros que le cito llenaban las plazas al completo y, ahora, muchas tardes, pese a buenos carteles, solo vemos cemento. ¿Qué tenía ese cartel para congregar a  miles de personas en todas las ferias de España?

No olvidemos: el fundamento de esto es el espectáculo. Después está todo lo demás: asistirlo con más o menos calidad; dotar de rigor la lidia; el juego de los astados, y así un largo etcétera. Para ver embestir un toro hasta el último tercio, se han de conjurar muchos factores. Pero, para colaborar en el tercio de banderillas, con qué vaya y venga no se necesita más. Esto que parece poco, es muchísimo para quien paga una entrada. La garantía de disfrutar, por mal que se de la tarde, un tercio de banderillas en la dimensión ofrecida por aquella terna, les hacía, a los potenciales espectadores, no dudar en la elección de la corrida de la cual querían testigos.

-Permítame que le haga una reflexión. Según la clase de toros que usted ha lidiado, ese mérito no tiene nadie ahora mismo puesto que su carrera se circunscribía junto a la más absoluta verdad. ¿Por qué los toreros actuales no le toman a usted como espejo y referente de la verdad de la fiesta? Y cuando digo toreros me refiero a los que tienen el mando.

No sirvo -según se entiende hoy el toreo- como ejemplo. Y lo digo con total sinceridad. Y nunca tuve aspiraciones a liderar, de hecho, esto indignaba a Cisneros. Me decía:

-Vamos a ver. ¿Si tienes todas las herramientas para mandar en esto, por qué no arreas todos los días?

-Mire D. Manuel- le contestaba siempre.- mi lugar no está ahí arriba. Yo puedo aguantar en una plaza todas las injusticias dimanadas del toro. Pueden mentarme a la madre, y al espíritu santo, en esas tardes donde la afición esperaba todo de mí, y por mor de la luna llena, o la floración del calabacín, no he podido complacerlos. Pero el acoso manifiesto que se da las tardes en las cuales soy el hombre fuerte del cartel y pago los platos rotos por todos los demás. Eso me destroza. Imagínese lo de andar por los andamios del Olimpo, como lo iba a digerir.

-Luis Francisco. Haz el esfuerzo y en diez años estarás rico.

-Prefiero estar treinta. Además, dígame, que voy hacer yo metido en casa y renunciando a estos hoteles, estos restaurantes, esas botellas de vino y… ¡esos habanos!

Se le insinuaba una sonrisa –pues él también se deleitaba con los puros- y a continuación zanjaba el asunto:

-Tú verás. Si yo fuese el que ha de estar treinta años viniendo a Madrid, a matar lo que matas. De aquí mismo salía corriendo para Zaragoza.

Razón no le faltaba. Y de haber tenido siete vidas como un gato, quizás, alguna habría puesto a disposición del proyecto. Pero como solo dispongo de una,  la ordené para llegar a esta edad sin tener necesidad de preguntarme: ¿Qué coño has hecho con tu vida? ¡Chalao!

-Algo ha cambiado en el devenir de la fiesta que, por ejemplo, usted tiene el cuerpo cosido a cornadas y, en la actualidad, los toros solo cogen a los desdichados. ¿Qué ha cambiado para que los toreros, los que lidian el encaste Domecq no sufran cornada alguna?

Si repasamos las estadísticas comprobaremos como la mayoría de los heridos en la temporada, lo son por toros de procedencia Domecq. No debe de extrañarnos, cuando el 60 % de la cabaña de bravo –en estos momentos- tiene su origen en el primer Juan Pedro. Ahora bien, es cierto que ciertos encastes ofrecen sino más, al menos, distintos problemas en la plaza. Si a esto añadimos, en muchos casos, la falta de experiencia ante material tan complejo; la urgente necesidad de éxito, un animal, en muchos casos, exagerado con arreglo a las proporciones de ciertos ruedos y una afición que ancla en el toro su interés. Es fácil suponer el desenlace muchas tardes.

Es curioso. Habiendo estoqueado cerca del centenar de corridas de Victorino puedo asegurar que no tengo ni un puntazo de ellos. Eso sí, como todo el que se ponía delante de este encaste. Tras la ducha en el hotel, al cabo de cada tarde, tenías tantos varetazos en las espinillas y las pantorrillas que parecían haber sido rescatadas de una jaula de gatos rabiosos.

-De todos es sabido aquellos años en que, en su rebeldía, se enfrentaba a los empresarios y muchas veces, como pago, le dejaban fuera de los grandes carteles. ¿Mereció la pena aquella lucha titánica en la que nadie le secundaba?

¿Merece la pena dejarse arrebatar la dignidad?

El hombre viene al mundo con dos únicos tesoros: El tiempo y la dignidad. El primero se administra y la mayoría de las veces ni como uno desearía. El otro es una alhaja que no admite manoseos, pues pierde todo su esplendor.

-Sigo repasando su vida y, la misma, nos ofrece la lectura que le  corresponde. Usted, dicho en cristiano, no era torero de “mil” corridas al año; es decir, si se me apura toreó usted mucho menos de lo que merecía y, para su fortuna, como fuere, ordenó usted su vida para siempre. ¿Qué secreto tenía usted para lo que le he comentado? Y se lo digo porque, en la actualidad, toreros de su análoga situación en cuanto al número de corridas, no tienen ni para tabaco.

Volviendo a Cisneros. Decía que este era el negocio del no.

Como ya he referido antes. Mi ubicación en este tipo de corridas no correspondía a las inercias naturales que terminan derivando a los toreros. Si en determinados momentos decides matar alguno de estos encastes, has de hacerlo cuando tus honorarios se hallen en la cumbre. De hacerlo en el declive de éstos, el hecho de apuntarte a una de estas corridas queda por las empresas registrado como un síntoma de claudicación. Y entonces estas jodido. A continuación viene un zarpazo generalizado en tus emolumentos, y el encadenamiento a perpetuidad a estas corridas, hasta la total extenuación artística.

El decidir cuándo se estoqueaba uno de estos encastes suponía un delicado tira y afloja con las empresas. Bastaba la propuesta del empresario para que Cisneros dijese: no. Entonces, en torno a un posible aumento del cache, se retomaban las negociaciones. Tras dejar constancia -en el ligero incremento de los honorarios- del esfuerzo que suponía ponerse delante de esa corrida, D. Manuel me confirmaba: Ahora sí.

Había temporadas en las cuales no pintaban bastos. Era entonces cuando había que cerrase en el “no”, por todo lo antedicho. De forma y manera que esta dinámica fue la que determinó el número de corridas por temporada. Cifra que oscilaba entre las 25 y 40 dependiendo del momento. Por otro lado, experimente, en ese número de tardes, la medida exacta para estar siempre fresco, pese a lo erosivo del ganado. Como ve, no tiene misterios ni secretos la cosa. Y si los tenía quedan desvelados.

-Su carrera está jalonada por cientos de triunfos que, de no ser por la espada que le privó de ellos en muchas ocasiones, todavía su bagaje sería más espectacular. Para mí, maestro, entre tantos logros, consiguió usted que Madrid se le rindiera a sus pies, posiblemente desde aquel uno de junio citado, al margen de que, por ejemplo, entre la crítica, Joaquín Vidal se derretía ante usted. El logro que le apunto, ¿será acaso su triunfo más apoteósico, aquello de saberse respetado por Madrid desde siempre?

He hablado siempre de Madrid, como la clave de mi carrera. Más allá de tardes buenas o malas la plaza de las Ventas suponía el  aval necesario para ser respetado por un sistema que es selectivo y despiadado con sus integrantes. El torero –decía Domingo Dominguín- es el enemigo natural del empresario. Así es. El duro que no se lleva el torero, termina en el bolsillo del empresario y viceversa. El triunfo de Madrid –cuando se daba- me permitía negociar con holgura la temporada. De no darse, ya se sabe: En cifras, 15 corridas menos por no haber andado despabilado. 

-Permítame que le diga que, su similitud con Ignacio Sánchez Mejías es inconmensurable. Si hace cien años teníamos, con Ignacio, a un personaje irrepetible, un siglo después le gozamos a usted para nuestra fortuna. Pienso que, maestro, si a su rancho lo hubiera bautizado como “Pino Montano” el paralelismo con Ignacio hubiera sido total. ¿Se siente usted identificado con aquel legendario torero al que la historia no ha olvidado jamás?

Ya quisiera poseer la subyugadora personalidad de Ignacio. Aunque ambos participemos de amistades e inquietudes intelectuales análogas. El sevillano era un hombre inquieto, dado a empresas de todo tipo, mecenas e inspirador de artistas, y poetas. Yo presumo de amistades en el ámbito de la cultura, cierto. La diferencia es que son ellos quienes, siempre, me han inspirado a mí y no yo a ellos. Frente a él, un prodigio abierto al mundo,  yo no soy más que un eremita de ámbito rural. Comerse el mundo fue su consigna, la mía evitar ser devorado. Ya ve, la distancia que nos separa es insalvable 

-¿Usted estudió bellas artes para ser artista o fue su propio arte, el  que corría  por sus venas, el que le llevó a la universidad para su licenciatura?

Quería -como decía mi padre- vivir del cuento. Pero ignoraba lo trabajoso que resulta vivir de algún cuento. En realidad, fueron dos aspiraciones paralelas; de la cual el toreo prosperó sobre la otra opción… eso me libró de pasar mucha hambre.

-¿En qué se asemeja su arte pictórico con su faceta como artista del toreo?

Ambos persiguen el mismo objeto: la belleza, la calidad estética.

-La madre Teresa de Calcuta decía que no le interesaba el mundo de la política porque en cierta ocasión mientras escuchaba aun político en un período de cinco minutos, en dicho tiempo se le murió un viejecito en Calcuta. Y se lo pregunto con conocimiento de causa porque, como sospecho, antes que político usted sería capaz de ser barrendero, por decirle una profesión. ¿Me equivoco?

Cuando oiga a un niño de cinco años decir que de mayor quiere ser político. Entonces, y solo entonces pensaré que detrás de alguno de ellos puede haber vestigios vocacionales.

Además, esto me trae a la memoria los tres poderes que obsesionan al hombre en las diferentes etapas de su vida: De los 20 a los 30 le obsesiona el poder sexual; de los 30 a los 50 el poder económico; de los 50 a los 70 el poder político; y de los 70 en adelante solo vive obsesionado por el poder… Mear. Ja, ja, ja.

Por cierto. Si encuentro a ese niño con cinco años que aspire desde su inocencia a político; intuiré en ello el síntoma de que el futuro del planeta queda comprometido.

-En el fondo, maestro, los que votamos apenas somos una tribu de ilusionados creyéndonos las mentiras que nos cuenta para decepcionarnos por completo cuando nos sentimos defraudados. Usted que es un libro abierto, ¿qué otro modelo de política podríamos tener para que el mundo fuera más justo?

Lo consultaré con mi caballo. Entiende de estas cosas un montón.

-Oscar Wilde nos decía aquello de: “Procura que tu corazón no aplaste nunca tu razón porque entonces abrirás la puerta de la locura” Se lo pregunto porque sospecho que su razón jamás se sintió aplastada por su corazón. ¿No le tentó nunca el corazón para dejarse llevar? En verdad no sé si usted lo hico bien o mal, lo del corazón y la razón, pero la gran verdad es que usted triunfó en aquello que emprendió.

En ese aspecto me considero un tipo con suerte. Con mucha suerte me atrevería a decir. Toda vez que he dejado volar el corazón he tenido la suerte de verlo regresar sin plomear. Pero también pienso que quien a los veinte años no es un romántico idealista, no tiene corazón. Y si llega a los cuarenta creyendo en las hadas y los milagros, está claro: ha perdido la cabeza.

El equilibrio. El equilibrio es el fundamento de toda existencia

-Una pregunta muy del alma, maestro, ¿cómo recuerda aquellas jornadas que compartimos en su rancho junto al genial Rodolfo Rodríguez El Pana?

En la vida hay gente buena y mala. Me niego a juzgar a nadie, pero le garantizo que tan solo me siento con gente autentica, independientemente de su catadura moral. El Pana venía de una circunvolución vital sin precedentes. Así lo manifestaba en su tarjeta de visita, sin omisión de excesos, abusos y vicios pasados. Esta forma de desarmarte emocionalmente solo se  corresponde con una sinceridad sin dobleces. Rodolfo traía  un niño escondido y ayuno de afectos. Era un chamaquito fumador de puros y encandilador de almas.

-Tras la “borrachera” de éxitos de los que usted ha gozado, ¿cómo se las ingeniaba para controlar su ego, el que provoca a todos los hombres de éxito pero que, con usted, perdió el juicio?

Mantuve desde bien temprano una relación muy serena, tanto con el éxito como con el fracaso. Reparé en la composición química de ambos y lo que provocaban como evidentes alcaloides. Aunque no todo es malo. El más letal de los venenos, tomado en dosis pautadas tiene propiedades  terapéuticas. Eso sí, consumidos a granel, uno causa ensoberbecimiento, en tanto el otro idiotiza.

-Nueva York, Paris, Madrid, Logroño…podríamos citar miles de lugares donde usted, pese a ser un torero retirado, le reclaman, a diario, desde cualquier confín del mundo porque su palabra cautiva y sus lecciones son las que dan vida a sus contertulios. ¿Le pesa esa “cruz” de saberse tan querido y respetado que apenas puede estar en su casa?

Hombre. A mí me molestaría tener chinches en la cama. Pero salir de casa e ir encontrando gente que te recuerde y además con lo haga con ese respeto y cariño. Es imposible, no hay ser humano que no sucumba a esta satisfacción. Me sigue conmoviendo hasta el tuétano, cuando se acerca alguien y me dice lo feliz que he podido hacerlo. No hay vanidad. Es íntimo agradecimiento.

-No quiero remover ceniza alguna pero, ¿sintió en algún momento, aquella tarde de Ceret, que podía entregarle su alma a Dios o al Diablo?

Jamás. Ni en esa, ni en otras circunstancias me ha pasado por el tarro semejante conclusión.

Lo de la muerte –lo he dicho siempre- me importa un pepino. Ahora bien, como a toda criatura me inquieta que duela más allá de lo soportable. Al margen de esto, ya nada le pido, ni espero de la vida, que tan generosamente se ha portado siempre conmigo… aunque, sinceramente, me da una pereza tremenda abandonarla: ¡Vivo tan bien!

-Usted es de una humildad aplastante pero, ¿qué siente en su interior al saber que ya forjó su leyenda para el devenir de los tiempos?

Mire: La posteridad es una señora que no me ha dado absolutamente nada, y a la cual ni siquiera conozco. Cuanto quede aquí, una vez haya palmado, no me interesa lo más mínimo. Esa administración corresponde, como parte de la herencia, a la familia y los amigos. ¡Ya se apañaran con ella ¡

La bodega, la bodega esa es la estancia a cuidar, pues sus satisfacciones permiten ser compartidas… en vida. La bodega es mi alma física.

-Salvo aquella incursión por razones de amistad con Juan Bautista en que toreó en Arlés hace poquitos años, ¿nunca le tentó el deseo por reaparecer?

Aquí se da análoga circunstancia a la de los matrimonios. Cuando la convivencia alcanza a enturbiarse, porque se han descompuesto todos los ingredientes que operaban en la argamasa que unía dos elementos tan dispares como son una mujer y un hombre. Si se tiene sentido común y todavía subyace algo del respeto y del cariño que se tuvieron; hay que cortar, para, con ello, salvaguardar la memoria y garantizar la futura paz interior de ambos. Toda vuelta es un intento de repetición sobre las claves de ese agotamiento. Y no harán sino acentuarlo y, con ello, arruinar todo lo vivido.  

-Sigo viendo en mis retinas la imagen de aquel mes de mayo de 2009 en que usted se retiró definitivamente del toreo en Madrid saliendo por la puerta grande. Póngase la mano en el pecho y dígame, mientras salía por la puerta grande, ¿qué pasaba por su mente?

La certeza de no volver a pisar Las Ventas. Y lejos de abrumarme con nostalgias, me transportaba a una suerte de epifanía, en la cual, el recuerdo de esa suma de experiencias torturantes que siempre supusieron las tensiones de Madrid se diluían  sublimándose en un bálsamo beatifico. En aquella salida a hombros, lo de menos fue el triunfo. Lo inolvidable fue, es, el sentir a Madrid derramada de emoción en aquel estrecho y postrero abrazo.

-Los doctores curaban las heridas de su cuerpo pero, ¿qué medicina tenía usted para curar las heridas de su alma, aquellas que venían provocadas por las ingratitudes que muchos le mostraron?

Cuando vives al amparo de una trinchera de amigos como la mía, la metralla de toda ingratitud se queda en los sacos de protección. Y el fuego de artillería… como dice la canción:

Con las bombas que tiran los fanfarrones / se hacen las gaditanas tirabuzones / tirabuzones niña, tirabuzones / con las bombas que tiran los fanfarrones.

-Su gran éxito, maestro, por todo lo que percibo de usted es que se marchó sin odio ni rencor para nadie y, lo que es mejor siempre tiene una sonrisa para sus amigos. ¿Olvidar todo lo malo es la mejor medicina para recobrar la alegría?

¿Sabe usted lo que ocurre, cuando se quema la ñora que vamos a incorporar a la paella? Que amarga y jode todo el arroz.

Moraleja: No te dejes quemar.

-Su sabiduría es un valor tan hermoso que, nadie como usted para enseñar al que no sabe mediante sus intervenciones televisivas. ¿Se siente identificado con esa labor educativa de cara a los aficionados?

La única forma disponible para incorporar nuevos aficionados es a través de la imagen. Y aunque esta valga más que las mil palabras; debido a la dificultad interpretativa del toreo, es preciso la incorporación de comentarios que aclaren matices, y elementos velados o aparentemente ocultos. Pero además, me parece importante salir de la jerga taurina, para involucrar al curioso; y si es posible afiliarlo definitivamente como espectador. Al taurino lo tenemos cautivo de por vida, por tanto, lo importante es incorporar sabia nueva a los tendidos.

Lo más gratificante de esta labor es cuando se me presenta algún joven confesando que ha vencido su aprensión a los toros gracias a mi discurso.

-Añada lo que usted quiera que, tiempo tendremos para encontrarnos de nuevo.

¡Punto pelota!

Pla Ventura

En la imagen de Pepe Tébar estamos conversando con el maestro Luís Francisco Esplá.