Por Alexa Castillo
Fotos Adrián Luján
Más de media entrada se registró en la plaza de toros Santa Maria de Querétaro en una noche de grandes matices.
Fue lidiado un encierro bien presentado de la ganadería de La Estancia que tuvo un juego desigual. Destacado fue el cuarto de la noche, un toro bravo y acompasado que permitió los honores del arrastre lento y al ganadero una merecida vuelta al ruedo.
Andy Cartagena de verde botella en terciopelo no para en la búsqueda del trono del toreo a caballo en México.
La noche de toros tiene su misterio, su carisma y un rasgo particular, de noche se abren los sentidos, cambian las perspectivas y brota la pasión.  Andy derrochaba arte en la arena cuando de pronto se apagó la luz. Como un poema acompañado del brillo de la luna fue la labor del caballero. Un romance perfecto en una cita perfecta.  Los toros y los caballos tienen una visión mayúscula por las noches, sin embargo para su binomio las cosas no son tan sencillas. No se inmutó el benidormí ante las circunstancias y en la penumbra fue él, el fulgor que iluminó el ruedo. Fino con el rejón de muerte que le valió el corte de una merecida oreja. Terminó el romance de la luna y volvió la luz al coso.
El segundo depararía el clímax del festejo. Andy posee la esencia del temple y cuando un toro lo permite puede escribir una historia en cada tranco de su corcel. La plaza se estremeció en cada embestida en que el toro casi acariciaba la grupas de los caballos, a milímetros, así que cada intento por rozarlo era la vibración del mas fino cristal que se forjó bajo el fuego apasionado del arte de Cartagena. Una fuente de venus fue el morrillo del animal, que parecía decir al cielo, para esto nací! El gozo era total por parte de la concurrencia y las distancias perfectas entre toro y caballo exaltaban hasta a las estrellas que se asomaban en el firmamento. Una doma espectacular la que posee el torero a caballo, rozaba los pechos de su montura con los pitones en arriesgadas piruetas, o una levada menorquina que nos remonta a los tiempos del medioevo en la Ciutadella. Todo embonaba un su sitio y el silencio que se hizo cuando el diestro tomó el rejón de muerte, fue sepulcral. Un pinchazo en lo alto no permitió que Andy consiguiera las máximos trofeos, pero fue premiada su exquisita labor con dos orejas y salida en hombros al final del festejo. En la vuelta al ruedo de su segundo toro fue acompañado por el ganadero Martínez Vertiz.
Diego Silveti de verde bandera y oro tiene en sus manos la herencia del arte. Queríamos verlo acompañar a sus alternantes paseando los trofeos en señal de triunfo, pero en ocasiones los duendes no saltan y ayer nos quedó a deber. Si bien es cierto que su lote fue el menos generoso, sabemos del potencial artístico y arrojado del guanajuatense y nos hizo falta.
El pasmo en el toreo de Silveti se hizo presente en el ruedo, pues el sentimiento que imprime y la serenidad con la que afronta las vicisitudes es claro. Momentos muy toreros con la muleta en que nos regaló el fino aroma de lo que lleva dentro. El respetable le agradeció su actuación.
Todo apuntaba a una victoria en el quinto y el esfuerzo del torero por agradar pese a las no tan cristalinas condiciones del toro hicieron detonar el olé general. El viento, que hizo a penas presencia, se retiró al sentir los pausados muletazos del coleta, sosegado por ambos lados. Quizo llegar a la nota mas alta desafinando en el último momento y frustrando la sinfonía con el acero. Fue silenciada su labor
Juan Pablo Llaguno de grana y oro fue un vendaval de frescura que logró conmover al tendido desde abrirse capa, mostrando ese deje de torero sevillano que lleva en la sangre y esa capacidad ganadera para entender al toro, que también le fue legada. Ajustado cual corset con su enemigo logró convencer a la afición que fue a emocionarse esta noche taurina. Por alegrías parecía estar toreando, con esa insolencia agradable que posee un veinteañero, decidido a comerse el mundo de un bocado. Supo entender al burel y eso le fue premiado con el corte de un apéndice.
En el que clausuraría el evento, llegó lo mejor de su actuación. Un toro noble que le dejó lucir a lo largo de su labor. Y aquí la juventud y la intuición hicieron una fusión, para permitirnos a los espectadores ver como se detenía el tiempo en la sarga de Juan Pablo. Un diamante que se pule poco a poco fue el labrado del toro en manos del torero. Cuando soñamos podemos volar, y era ese el tenor en el que cantaba el diestro, pero el sueño terminó de repente cuando la espada malogró lo realizado en los anteriores tercios. Se despidió entre ovaciones.
Es quizá reiterativo nuestro afán de invitar al público a asistir a las plazas. Nuevamente tuvimos a bien presenciar un festejo interesante, emotivo, majestuoso y la taquilla no lo reflejó. Sólo acudiendo cada tarde podemos regresar el valor intrínseco que tiene nuestra fiesta!