En el vigésimo noveno festejo de la Feria de San Isidro, por fin, salió un toro bravo. De los de verdad, desde que sale hasta que se arrastra. Codicioso y encastado, humillado y largo. Con poder e importancia. Pronto al cite y arrancándose sobre las patas. Un único defecto: la falta de fijeza. Todas estas condiciones tuvo “Carasucia”, que a todos nos pareció tan bonita. Quizá no era de vuelta del ruedo, por aquello del segundo puyazo. Pero que Dios bendiga al toro bravo.
En la tarde del debut de Valdellán, con corrida completa y en San Isidro, se lidió una corrida interesante, pese a los muchos matices que requieren mención. Hubo un toro magnífico, el tercero; otro, enclasado con un triunfo en cada pitón; un tercero, que dejó estar; y tres imposibles, con distintos comportamientos. En definitiva, la tarde tuvo los argumentos suficientes para que nadie se aburriera durante las dos horas y diez de duración de la corrida. Se anunciaron Fernando Robleño, Iván Vicente y Cristian Escribano. Todos, de una forma u otra, no estuvieron a la altura.
Rompía la tarde Robleño, quien el año pasado firmó una de las obras más vibrantes de la temporada con un toro de este mismo hierro: “Navarro”. Sin embargo, la versión mostrada esta tarde distó mucho de la excelente faceta de la temporada anterior. El primer toro, manso y descastado, dificultó mucho la labor del madrileño. Toro muy orientado y con la cara por las nubes. Me queda la duda si la condición del animal se agravó por el pésimo tercio de varas y lidia que le tocó sufrió. Lo único que se debía exigir al matador era matarlo con el mayor decoro posible. Y lo hizo. ¡Vaya si lo hizo! El cuarto toro, ese “Extremeño” que tantas pasiones levantó en el apartado, humilló en los capotes y se desplazó largo en el capote de brega. Si bien salió suelto y mostró peor condición en los medios. En la muleta, el toro no humilló tanto como en el primer tercio. Tropezar constantemente la pañosa agrió la noble condición del de Valdellán. Mató de otra gran estocada.
La tarde de Iván Vicente fue verdaderamente bochornosa. Indigna de un torero con su experiencia y con tantas tardes en Madrid. Medroso y dubitativo toda la tarde. Vino a no despeinarse, a estar por allí. Petardo gordo. La bronca debería haber estado a la altura. Y ya van varias tardes así. Su primer careció de fuerzas y casta a partes iguales. El picador, Héctor Vicente, hizo todos los agujeros que pudo sobre el lomo del pobre animal. La brega una capea de pueblo. Y en la muleta, ¡ya se podrán imaginar ustedes! El quinto toro fue otro toro que pedía a gritos que se le cortaran las orejas, que se le arrancaron. Toro mucho menos cantado por haberse lidiado ese gran tercero. Don José Chacón -a estas alturas hay que hablarle de usted- lidió de forma exquisita con el capote, doblando la rodilla para llevar los más lejos posible la embestida del animal. Y ahí le enseñó a su matador los dos pitones del toro. Pero nada. Al menos mató mal.
Como muy dijo Juan Belmonte: Dios te libre de un toro bravo. Eso se le repetiría en la cabeza a Escribano varias veces durante la tarde de ayer. Lo cierto es que no se le puede exigir nada más a un torero que se anuncia tan poco. Estuvo sensacional en el recibo capotero. Por verónicas a pies juntos muy templadas y con los vuelos. Cerró de una buena media verónica con el compás abierto. “Carasucia” empujó con los riñones y desplazando al caballo que montaba Francisco José Navarrete, quien lo picó en la medida justa y necesaria, más en el sitio de lo habitual. El segundo puyazo se señaló, y el toro mantuvo fijeza, pero sin empujar. Única objeción que puede hacerse al comportamiento del toro. Magnífica lidia de Raúl Cervantes (¡qué importante es!) y dos grandes pares de “Chule”. Todo se estaba haciendo con la solemnidad que el toro exigía. En la faena de muleta, el toro se arrancaba con los riñones y se iba hasta el final. Con la embestida humillada y transmitiendo al tendido. Arrancándose de largo. Si bueno era por el pitón derecho, superlativo era por el zurdo. Escribano, muy molestado por el viento, anduvo más entonado sobre la diestra. Cuando toreó al natural, más incomodado si cabe, cortó excesivamente las distancias y encerró demasiado el toro en tablas. A eso no hay que olvidar las faenas cortas que exigen los de Santa Coloma. Pese a todo, tenía una orejita cortada, todo suscitado por la emotividad del toro. No obstante, llegó la suerte suprema. Finalmente, despachó al toro con un infame bajonazo, más indigno si cabe para un toro de semejante condición, al borde del tercer aviso. Qué injusto es el toreo, y no solo por las cornadas o los toros ovinos. Este toro y esta Plaza merecía apostar y lanzar la moneda, quizá, de esta forma, se lanzaba una carrera. Del sexto, un tanque primo-hermano del cochino ibérico, poco puede decirse. Otra vez estuvo Escribano templado con el capote. Poco se pudo hacer.
Por Francisco Díaz.