Dentro de todos los males, en lo que respecta a las corridas denominadas duras, las que jamás serán lidiadas por las figuras del toreo, siempre sale un toro que hacer honor a la leyenda, caso de esta tarde con la corrida de Valdellán, puro Santa Coloma, aquella estirpe que hace años las mataban las figuras del toreo cuando, en la actualidad lo de Santa Coloma no lo quiere ni Dios, y lo querrán mucho menos desde este mismo día en que, en lineas generales, los toros han sido broncos, con malas ideas y sin posibilidad de lucimiento pero, amigo, ha salido el tercero de la tarde y nos ha recordado la nobleza de aquella sangre de antaño. Se llamaba Carasucia y ahora lo explicaremos.
Fernando Robleño, ese buen torero madrileño siempre pecha con la más fea, es decir, le endilgan ganaderias complicadísimas para ver si es capaz y, lo es, pero en grado sumo. Hoy no ha tenido los enemigos propicios para el triunfo puesto que, su primero, sin mala idea si se quiere, iba y venía pero no decía nada. Robleño ha estado firme con él para matarlo de una monumental estocada. En su segundo, mucho más complicado ha tenido que echar mano de sus recursos lidiadores que los tiene en grado sumo y, hasta ha enjaretado algún que otro pase de mucha calidad, como previamente había toreado a la verónica. El toro tiraba hachazos por doquier y el que fuera valiente allí estaba el toro. Fernando lo ha lidiado con solvencia, con torería y, una vez más, con una mortal estocada que ha rodado en el acto su enemigo. Una ovación ha despedido la actuación del diestro que ha estado dignísimo y muy torero.
Iván Vicente no ha tenido posibilidad alguna y, entre el viento y el mal juego de los toros, sus ilusiones se han venido abajo, cosa muy natural y lógica cuando sabes que los enemigos no te van a permitir el triunfo. Es cierto que ha estado desdibujado, pero a su vez, en su segundo enemigo, ha dado algunos pases de muy buena condición, pero aquello no cuajó en nada. Una pena porque ese buen torero llamado Iván Vicente no anda sobrado de contratos.
Y cuando ya estábamos certificando como una tarde negra y todavía era el tercer toro de la tarde, salió Carasucia y nos rompió los esquemas, al primero a su lidiador, Cristian Escribano. El citado toro quería hacer honor a su sangre Santa Coloma, se plantó en el ruedo porque quería hacerse el amo y, lo logró. Vaya manera encastada de embestir, más que un toro, parecía una máquina perfecta.
Cristian Escribano empezó la faena valentísimo, es más, en las primeras series por la derecha tras los doblones iniciales por abajo, nos hizo concebir muchas esperanzas, incluso con el capote, previamente mostró su bello concepto capotero. Claro que, el toro era mucho toro. Allí me hubiera gustado ver al escalafón entero de matadores uno por uno dándole pases al animal que, se comía la muleta; no sé si de hambre o bravura, pero aquel torrente de emociones que el toro nos regaló no nos los quita nadie. En cada serie, Carasucia, embestía con más fuerza, más rigor, más entusiasmo que, al final, acabó por desbordar al torero que había estado valentísimo a carta cabal, pese a lo mucho que le molestó el viento. Nada que objetarle al muchacho pero, en dicho enfrentamiento ganó el toro, una pena, pero es una verdad incuestionable, hasta el punto de que se le pidió la vuelta al ruedo. Calamitoso el diestro con la espada, lo que terminaba de certificar un desastre en toda regla.
El último de la tarde era hermanos de sus hermanos y,apenas ofreció virtud alguna a favor del matador que, dignamente se lo quitó de encima para marcharse a su casa para reflexionar. Lo de ser torero es lo más difícil del mundo y mucho más para estos chicos que apenas torean y piden una oportunidad con gritos desgarradores pero, ¿qué pasa cuando sale un Carasucia por los chiqueros? El pobre Cristian estará desolado pensando que, será muy difícil que le vuelva a salir otro toro de idénticas características y en Madrid, sencillamente porque eso tiene tintes de milagro en este tipo de ganaderías. Es el momento de la dura reflexión y, al respecto, Iván García lo hizo como nadie.
Pla Ventura