Cronica Francisco Diaz, Fotografo Maestranza-Pages

Y llegaron los toros artistas, cuyas mayores virtudes son la nobleza, la clase, el ritmo, el temple, la humillación y, ese palabro que suena tan desagradablemente, durabilidad. Sin embargo, cuando el proyecto de búsqueda del toro artista fracasa, aparecen por chiqueros animaluchos débiles (por no decir inválidos), descastados, mansos, bobos y dóciles como perritos. Algo vergonzoso. Nuestra peor ofensa. Se anunciaron los máximos exponentes del toreo pos-moderno, o destoreo, más apropiado: Enrique Ponce y José María Manzanares. Y una de las máximas esperanzas de la afición: Ginés Marín.

El primer toro de la tarde, de nombre Dibujante, no tuvo un ápice de poder ni de fuerza, como ya es habitual. Tampoco fue novedad la inexistente pelea en el caballo, y ya van unas cuentas tardes en esta Feria. Tardes que, desde el primer hasta el último astado, no hay tercio de varas. Así nos va. En todo momento, Ponce y su cuadrilla desplegaron una unidad de cuidados paliativos. Con la muleta, anduvo colocado el valenciano a una orilla del Guadalquivir y el animalucho defendiéndose, al son de trote cochinero, por la otra. Siempre con las telas muy altas para aliviar a la fiera. Se puso pesado, buscando no sé qué. Murió el toro acobardado y derrotado.

De preciosas hechuras Manzanilla, toro de poco, o ninguno poder, que embistió con temple y humillación por ambos pitones. Lo sacó José María Manzanares de forma muy templada hasta más allá del tercio, por la suerte de Costillares. En el caballo volvió a ser ridícula la ejecución de la suerte, una pena no poder apreciar la perfecta monta y torería de Paco María con toros-toros. Quitó por suaves y templadas verónicas, abrochadas con una extraordinaria media, Ginés Marín. Rafael Rosa bregó con suavidad y temple, todo a favor del toro, para evitar que el se arrastrara la babosa por el ruedo. Llegado el último tercio, lo que mejor hizo su estoqueador fue los tiempos que al animal dio, para evitar que se afligiera excesivamente. Toreo con suprema suavidad y, para sorpresa mía, más ajustado que en otras muchas ocasiones. El toro, dada su nula fuerza y su justa casta, no fue a más y, por ello, requirió una lidia paliativa. Finalmente, pegó Manzanares un estoconazo para enmarcar, a la suerte del volapié. Esto, por sí mismo, mereció la oreja.

El tercer toro tuvo también buenas hechuras, respondía al nombre de Proeza. En los primeros compases humilló en el capote de Marín, que lo meció con suavidad. Derribo en el primer encuentro al picador, más por su impericia que por la pelea brava del ejemplar. En el segundo encuentro, el animal acudió a los pechos y no fue castigado en exceso. Quitó por chicuelinas Enrique Ponce, de mano muy baja, y remantando con una larga. Ginés Marín no respondió… Así no. Antonio Manuel Punta lidió con suavidad al toro. En la muleta, siguió humillando, sin que su matador le exigiera demasiado, llevándolo en línea. Cuando lo apretó más, el toro de poca casta se apagó. Media estocada y rueda el toro.

Ojeroso fue el nombre del cuarto toro de la corrida, el de menor presentación. Embistió humillando mucho y con poco recorrido en el capote de Enrique Ponce. Fue digna la pelea que hizo en el primer puyazo por cómo metió los riñones e hizo el péndulo, no obstante, el segundo fue meramente testimonial la presencia de José Palomares. Mariano de la Viña dejó algún capotazo lucido y poderoso. Tocados los clarines para dar lugar al tercer tercio, el toro estaba totalmente afligido y rajado, pues no tenía ni un ápice de bravura ni de casta. Enrique Ponce alargó excesivamente la faena, buscando la más mínima oportunidad para extraer algún muletazo, con más ajuste que en su primero. No ocurrió nada que merezca destacarse.

Nada más salir de chiqueros, Escopetero se defendió en las telas de José María Manzanares, echando las manos por delante, y con la voluntad de humillar. El tercio de varas volverá a

recordarse por apenas existir, todo a favor del toro, para que no su manifiesta debilidad no se agravara durante el transcurso de la lidia. Lo mismo en el segundo tercio. Manzanares lo intentó, llevándolo muy lineal, citando descaradamente con el pico. El animal, además de desplomarse, mostraba la falta de casta que tenía. Lo mejor de todo, nuevamente, fue cómo toreó sin toro el alicantino, llenando la plaza y dando los tiempos precisos para que el toro pudiera venirse arriba. Además, no lo obligó en ningún momento. Pese a ello, el toro cada vez se defendió más. Se pasó de faena y tuvo dificultades, por raro que parezca, para matarlo.

Bochornoso espectáculo el vivido en los sextos toros: el titular, Jaguar, y el primer sobrero, Pantomimo, también de Juan Pedro, fueron devueltos no por inválidos, sino por tetrapléjicos. Finalmente, cerró plaza el segundo sobrero, también del hierro titular, que atendía al nombre Octavillo, que no fue un dechado de raza ni de fuerzas. Incluso se llegó a pedir su devolución. Se defendió desde que pisó el albero maestrante: en el capote de Ginés Marín y en banderillas. De la suerte de varas, ¿hubo? Brindó el jerezano de origen al respetable sevillano, más por la voluntad de levantar aquello que por las condiciones que vería al toro. El animal acometió a las telas defendiéndose, rebrincado y sin humillar. En la segunda tanda se rajó al toro. Por suerte, Ginés Marín no quiso alargar en exceso el suplicio, y liberó al público.

Sevilla, viernes 20 de abril de 2018. Toros de Juan Pedro Domecq (6º bis y 6º tris) para Enrique Ponce, silencio tras aviso y saludos tras aviso; José María Manzanares, oreja y silencio tras aviso; Ginés Marín, saludos desde el tercio y palmas. Entrada: Lleno con cartel de «No hay billetes». Saludó tras parear al segundo Suso