En un principio, la lidia consistía en picar al toro con la vara larga, suerte de indudable origen campero. Para realizarla, los picadores iban al encuentro del toro procurando que el astado no tocara la cabalgadura, en lo que residía, en gran parte, el mérito de la suerte. Los varilargueros permanecían en el ruedo durante toda la lidia, interviniendo cuando lo consideraban oportuno. Normalmente picaban al toro un gran número de veces, aunque el encuentro solía ser fugaz. Las intervenciones de los toreros a pie tenían como finalidad colocar al toro en suerte o hacer quites. De hecho, siempre debía haber uno junto a cada picador.

Por tanto, la lidia de los varilargueros consistía, en esencia, en picar al toro cuantas veces fuese posible, siendo socorridos por los lidiadores a pie en caso de apuro. Cuando se creía que el toro ya no estaba en condiciones de recibir más puyazos, entraba en acción el otro protagonista principal de estos festejos, el matador que, mediante la estocada, daba muerte al animal. Esta suerte, considerada la suerte suprema, suscitaba la máxima expectación. Para poder realizarla de la forma más adecuada, el espada utilizaba la muleta. Pero el desarrollo de la faena de muleta aún no se había iniciado, reduciéndose a dos o tres pases para preparar al toro para la estocada’. En esta preparación era normal la ayuda de los subalternos.

Con el paso del tiempo, los varilargueros cambiaron la suerte que practicaban: pasaron de la suerte de la vara larga, que era una suerte al encuentro que se ejecutaba en cualquier lugar del ruedo, a la suerte de picar, que es una suerte al cite que se ejecuta con el caballo parado, cerca de la barrera y utilizando una vara más corta -2, 7 m- que la original vara larga de detener-3,5 m-. Por esta circunstancia, los varilargueros pasaron a llamarse picadores. Para picar citaban al toro de frente, intentando darle la salida por delante del caballo, manejando la rienda de tal forma, que lo hacían girar hacia la izquierda. El caballo no llevaba ningún tipo de protección y la vara duraba poco, bien por la salida dada, bien por el aguante del piquero o sencillamente porque el toro en su empuje, derribaba hiriendo o matando al caballo y poniendo en grave trance al picador, que si se libraba de la cornada, rara vez lo hacía de la caída. Durante un tiempo se llegó a practicar, en un mismo toro, las suertes a caballo levantado o al encuentro y parado.

Parece que la causa de esta transformación fue la falta de caballos preparados para realizar la suerte de la vara larga. En un principio, los varilargueros usaban caballos de su propiedad, que estaban muy bien domados para actuar en el ruedo. Sin embargo, las bajas que se producían por las cogidas, fueron diezmando las cuadras de los varilargueros, hasta que llegó un momento en que no pudieron sustituirlos por otros, al no disponer de los medios necesarios para ello. En estas circunstancias, los organizadores de los espectáculos empezaron a aportar los caballos a las corridas. Pero estos caballos estaban mucho peor domados, por lo que, el practicar la suerte de la vara larga se hacía muy complicado, terminando por imponerse la suerte de picar a caballo parado, para la que no se requería un animal tan especial.

Aunque la fecha de desaparición definitiva del varilarguero como tal no se conoce con precisión, al parecer a finales del siglo XVIII ya habían dejado de existir como tales.

La primera vez que se celebra este tipo de espectáculos en Madrid es en 1737 y actúan só o toreros gaditanos. En Sevilla, la Real Maestranza de Caballería era la institución autorizada para organizar festejos taurinos en la ciudad. Su vinculación al mundo ecuestre, hace que fomente el rejoneo de tal manera que, hasta 1760 en Sevilla se celebran festejos en los que se practica un toreo mixto más proclive al rejoneo y no será hasta el último tercio del siglo XVIII, en tiempos de Costillares, cuando se impongan las corridas de toros a pie, incorporándose a esta forma de toreo, cuando en Madrid y otras muchas plazas ya constituye el espectáculo más popular.

Respecto al número de varilargueros o picadores que intervenían en cada corrida éste variaba dependiendo del número de toros a lidiar y del lugar donde se celebrara el festejo. Así, en Andalucía, donde habitualmente se lidiaban 10 toros, solían actuar tres hombres, que picaban en todos los toros de la corrida, repartiéndose de manera equidistante por el ruedo. En Madrid, en cambio, en que las corridas eran de 18 toros, en sesiones de mañana y tarde, se picaba en tandas de dos picadores cada seis toros.

El auge que tienen las corridas de toros hace que surjan un buen número de varilargueros. De hecho, la nómina de éstos en el siglo XVIII, muy superior a la de los matadores, asciende a 201, de los que la mayor parte de ellos son de Cádiz (78) y Sevilla (45). En os setenta primeros años del siglo XVIII, los más destacados son los gaditanos Juan Merchante, José Fernández y Juan Ortega, junto con José Daza y Fernando del Toro. A finales de siglo surgen, entre otros, Laureano Ortega, que reemplaza a su padre en fama y el legendario Cristóbal Ortiz, que es herido mortalmente cuando picaba un toro en Almagro-Ciudad Real-, a la edad de 82 años. Tampoco se debe olvidar a los sevillanos Muñoz Cañete y Juan Marcelo, a Pascual Brey, y a los también gaditanos Manuel Jiménez, y Colchoncillo.

Por otro lado, los lidiadores a pie, fundamentalmente los matadores comienzan a practicar suertes diversas-nuevos lances de capa, saltos de toda clase, galleos, recortes, etc.· que son muy del agrado del público. Muchas de estas suertes surgen en el contexto de estos festejos de origen andaluz, mientras que otras proceden de otras tauromaquias, sobre todo del toreo navarro. De esta manera, se produce una fusión entre estos dos formas de toreo. Aunque con el paso del tiempo, muchas de las suertes de origen navarro dejan de practicarse y terminan por desaparecer, otras se incorporan definitivamente a las modernas corridas de toros, como el lance de la «navarra», o constituyen el origen de nuevas suertes que surgirán más tarde.

El éxito creciente que, entre el público, tienen los matadores provoca el desplazamiento de los varilargueros que, en la primera mitad del siglo XVIII eran los principales actuantes de la corrida, estableciéndose entre ambos una rivalidad que terminó con la hegemonía de los varilargueros y posteriormente con su independencia, acabando por incorporarse a las cuadrillas y, por lo tanto, bajo las órdenes de los matadores.

Las corridas de varilargueros y matadores, muy diferentes a las que practicaban los toreros navarros, terminan por imponerse en todas las regiones de España, con lo que el toreo navarro decae, aunque acabará dando lugar a las «corridas landesas «, de gran arraigo en el sur de Francia y a los «festejos de recortadores» cada con más aceptación en toda España.

Cuadernos de Aula Taurina: Historia del toreo a pie