En el otoño de 2009, Salvador Herrero, leyenda de los picadores que dejó su nombre en el pedestal de categoría y admiración concedió esta entrevista que fue publicada en el suplemento ‘La Glorieta’ del desaparecido diario Tribuna de Salamanca.
En 2002, tras cumplir una brillante trayectoria junto a El Juli, el gran picador salmantino Salvador Herrero, decidió colgar el castoreño. Atrás quedaban 30 años en lo más alto, siempre a las órdenes de figuras. Nombres como José Falcón, Julio Robles, Palomo Linares, Ángel Teruel, El Viti, El Niño de La Capea, también la mejor época de Pedrito de Portugal y, finalmente, El Juli.
Ahora, en la paz otoñal de Muñoz, su pueblo y al que tanto contribuyó para engrandecer su nombre -mucha gente lo conoce como Salva ‘el picador de Muñoz’ – nos recibe para hablar de toros, su pasión. su vida y su mundo.
–Salvador, ¿cómo es la vida de un picador jubilado?
–Tranquilo, aquí en casa y pendiente de todo lo que sucede en los toros.
–¿Siente añoranza de su época activa?
–Fueron muchos años y te acuerdas, lo tienes presente a todas las horas, pero soy consciente de que mi momento llegó y me marché cuando debí, en lo alto, con un figurón del toreo como El Juli y toreando en todas las ferias. Eso también es muy importante.
–¿Va mucho a los toros?
–A la Feria de Salamanca voy siempre con mi mujer. Pero a un tendido, ya ni entro por el patio.
–¿También acude a otros lugares?
– No. Antes iba a Madrid, A San Isidro, pero hace dos años que dejé de ir, sobre todo porque soy incapaz de soportar tantos insultos a los profesionales.
–Los picadores le tratan de maestro, los toreros le dan caché de gran profesional, pero ¿cuándo alguien de forma espontánea le halaga, le motiva especialmente?
–Son detalles que siempre se valoran y claro que constituyen un estímulo.
–Cuando se retiró, hubo un reconocimiento unánime hacia su figura, ¿lo sintió usted?
–Sí, todo el mundo se volcó conmigo y la verdad que son cosas muy de agradecer.
–Además es el padre de Mario y Miguel Ángel Herrero, dos brillantes profesionales que han seguido su camino ¿Va a las plazas cuando pican ellos?
–Sí, también.
–¿Les da consejos?
–No, ahora ya no. Ellos ya tienen asimilada la lección.
–¿Guarda como recuerdo la ropa de torear?
–No, las chaquetillas se las repartieron mis hijos. Lo único que guardo es el castoreño y los hierros, que eso es algo muy íntimo y particular. Quiero guardarlos en una vitrina.
– ¿Y varias decenas de trofeos y premios?
–Sí, también, son cosas que se agradecen porque sabes que cada uno de ellos tiene una historia detrás.
– Usted, como la mayoría de los compañeros, salió del campo, empezó en Castillejo de Huebra, la finca de José Luis Cobaleda, ¿en aquella época cuáles fueron sus maestros? ¿en quienes se fijaba?
–Concretamente en ninguno. Yo tenía una idea de cómo se debía picar y esa idea la desarrollé. Entonces yo era un chaval y casi no había ido a los toros.
–¿Que picadores había entonces en Salamanca?
–Siempre hubo muy buenos profesionales. Entonces estaban los Matías, de Villavieja; todos los Cáneba, Chicharro… También aquí habían estado los Atienza, que es otra dinastía muy importante.
–Las faenas de campo en su juventud eran muy distintas a la actualidad, ¿verdad?
–Sí, se hacían en dos días o tres a lo máximo y se aprovechaba para tentar desde la mañana hasta la noche. Iban 6 o 7 toreros. No veas que palizas, no como ahora que en cada ganadería, cuando tientan, encierran cuatro o cinco becerras y ya está, hasta otro día.
–Siempre estuvo enrolado en la cuadrilla de importantes toreros, pero ¿le hubiera gustado haber estado con otro torero en especial, aparte de los que estuvo vinculado?
–No, con los que estuve fui muy feliz. Lo que sucedió es que cuatro de ellos se retiraron enseguida como Ángel Teruel, Palomo Linares, El Viti y El Niño de la Capea. Y claro, hay que buscarse la vida.
–En su final, El Juli llamó a sus puertas toreras ¿fichar por su cuadrilla fue una especie de premio?
–Sí. Se trata de una gran figura con quien disfruté de unas temporadas inolvidables y desde luego que fue un premio.
–¿Cómo surge la colocación con El Juli?
-Entonces iba con Pedrito de Portugal, y un día me llama Victoriano Valencia, que también había apoderado a Pedrito y me dice: “Salvador, te tienes que venir con El Juli, un novillero sin caballos al que apodero”.
– ¿Y qué le dijo usted?
–Me sorprendió y le dije: “Entonces, si torea sin caballos, ¿qué pinto yo ahí?”. Y me dijo que iba a torear mucho, que era dueño de unas condiciones excepcionales y que en México tenía formado un alboroto. Entonces lo pensé detenidamente y le dije que sí y fíjate, fue una época excepcional e ir en su cuadrilla, el broche perfecto para cualquier profesional.
–¿Sigue la carrera de El Juli en la actualidad?
– Sí, claro. Sí, además estoy pendiente de todo lo que hace, donde torea…
–¿Y qué le parece?
–La evidencia de que es una figura de época. Además la evolución tan grande que ha tenido, es un torero que da gusto verlo en la plaza.
– ¡Con Santiago Martín ‘El Viti’ ¿cuánto tiempo permaneció?
–De 1976 a 1979, en sus últimos tiempos como matador de toros.
–Actuar como un figurón de esa categoría y encima paisano tuvo que ser un lujo, ¿verdad?
-Claro, no te puedes imaginar. Ir con Santiago fue algo muy grande. ¡Que pedazo de torero y de persona!
–¿A qué picador tenía como compañero en la cuadrilla de ‘El Viti’?
–A mi primo José Manuel Vicente, un gran profesional.
–Toreó con El Viti, después con El Niño de la Capea, pero antes de estos lo hizo con Julio Robles en sus principios, en definitiva, con las tres figuras más grandes de esta tierra. Ningún otro profesional puede presentar ese currículum.
-Sí. He estado con los tres y ahora, al cabo del tiempo, cuando te paras a pensar y ves que eres el único, te gusta recordarlo.
– ¿Con Capea disfrutó mucho?
-Muchísimo, Pedro, además de un torero grandioso es un hombre magnífico.
– ¿Cuáles fueron los mejores recuerdos a su lado?
La gente que está al lado de Pedro siempre es feliz. Recuerdo grandes tardes en México, pero aquí en España, sobre todo, la encerrona de los Victorinos en Madrid. ¡No veas que día más grande fue aquel! También esa temporada, cuando él se retiraba, donde era máxima figura, era halagador ver cómo triunfaba en todos los sitios, cómo lo quería la gente y lo importante que fue todo lo que hizo. Pero claro, yo también me tenía que buscar la vida, pues para el año siguiente me hacía falta una colocación.
–Usted que ha picado miles de toros, ¿cuáles recuerda especialmente?
–Muchos, pero ahora me vienen a la memoria dos. Uno de Miura, en Pamplona, cuando toreaba con José Falcón, y recuerdo que me puso el morro en la pierna, pero me pude hacer con él. Al final, cuando acabé la suerte y me marchaba, Florentino Díaz Flores, me tiró su sombrero.
–¿El otro?
–El de la confirmación de Julio Robles en Madrid.
–Viajó en numerosas ocasiones a las Américas, ¿qué recuerdos guarda de allí?
–Muchos y muy buenos. Es más, en invierno muchas veces me acuerdo con añoranza de América pues esa tierra es una delicia.
– ¿Cómo son esos públicos?
–Apasionados, entendidos y que van siempre a disfrutar del arte del toreo.
–¿Cuáles eran sus plazas preferidas?
–En especial la de Lima, que es muy torera, con mucho sabor; también la de México que es espectacular.
–La primera vez que se torea en La México toda la gente queda impresionada, ¿usted también?
–Sí, pero luego también por cómo es el público, pues cuando triunfa un torero es el no va más. Yo además tuve la suerte de acudir con El Niño de la Capea , que allí era un Dios, y no veas esa plaza cómo se le entregaba. Después, años más tarde, toda aquella apoteosis volví a revivirla con El Juli, especialmente la tarde que cortó un rabo.
–En su larga trayectoria profesional actuó en todas las plazas de España, Francia y América ¿de cuál de ellas guarda mejores recuerdos?
-De Madrid. Sin duda.
–¿Y en Salamanca?
–A Salamanca llegaba siempre con una motivación especial, quizás por ese motivo nunca cuajé un toro como yo quería. Al final siempre te pesaba la motivación.
–Cambiando de asunto, ¿no cree que hoy está menos prestigiada la figura del picador?
–En cierta manera, sí; Ahora existe mucha falta de respeto. Antes los toreros cuando fichaban a un picador, lo hacían por sus conocimientos, hoy se llevan al primero que ven, o al hermano.
–Siempre, un matador llevaba en su cuadrilla a dos personas de confianza, a un picador y a un banderillero, porque era muy necesarios. Pero ahora, muchas cosas se han perdido, en este caso para mal. ¿A usted siempre lo ficharon los toreros?
–Sí, excepto cuando estuve con Ángel Teruel que me llamó directamente Manolo Chopera, que era su apoderado y además un taurino de categoría.
–También hay una cosa y es que antes, los hermanos de los matadores se hacían mozos de espadas, mientras que ahora se hacen picadores, ¿eso es porque ahora es más fácil ser picador?
–No, porque no se valora la profesión como se hacía antes. Un buen picador debe ser un gran jinete, conocer el toro…
-¿Cuál es el caballo ideal para picar?
–El caballo cruzado, que es el que debe seguir.
–¿Ha cambiado la suerte de varas desde que empezó hasta hoy?
–Sí, hoy se hacen las cosas con más temple, sin aquellas oleadas de antes, donde la mayoría de las veces ibas al suelo.
–Y respecto a los ciclos, ¿cree que las ferias van a menos?
–No, sino mira a la mayoría de ellas que van a más y con auténticos acontecimientos. Aquí en Salamanca, en cuanto acabe de romper en figura un torero de aquí, ya verás cómo la Feria recupera su esplendor de antes.
–Entonces, a su entender, ¿qué le sobra a la Fiesta?
-Una de las cosas más importantes es regularizar más las corridas. Hay muchos sitios que no están capacitados para ofrecer una corrida y, por tanto, no la pueden dar. Una tarde de toros es muy grande, con mucha importancia y debe celebrarse como tal.
–Me parece muy correcto. Volviendo a su vida de antes, ¿cuál fue el torero que más le motivó? Por el que hubiera salido corriendo a verlo torear.
–Uno con el que tuve la suerte de ir, Santiago Martín, ‘El Viti’.
–¿Y de los actuales?
-José Tomás.
–¿Quiénes han sido sus grandes admiradores?
–Mi familia.
–Por último, ¿desde que se retiró ha vuelto a picar en el campo?
–En el campo alguna vez, por afición, en casa de José Manuel Cobaleda. Y una vez para que me viera mi nieta, junto a mi hijo Mario, tenté un novillo.
–Muchas gracias, Salvador, que tenga usted salud para disfrutar de una larga vida.
– Muchas gracias.
Con la noche caída abandonamos Muñoz, donde en el horizonte centellean las luces de La Fuente de San Esteban, todo en la placidez de este otoño que ha convertido al Campo Charro en una alfombra.
Paco Cañamero