Hay que tener mucha fuerza de voluntad para empuñar la pluma y contar el bodrio que esta tarde ha tenido lugar en Castellón en una jornada lluviosa y, lo que es peor, con la lidia de los toros de Juan Pedro Domecq que, una vez más, son la burla nacional de las ganaderías de España. Toros flojos, descastados, mansos, con pitones sospechosos y con todo lo que un toro no debe de tener pero que, nuestras máximas figuras se los rifan cada tarde, un hecho que viene a demostrar cómo está el toreo en la actualidad. Esa es la fiesta que tenemos y, cuidado, que esto no ha hecho nada más que empezar porque, como se barrunta, Juan Pedro tiene quinientos toros en la dehesa para regocijo de estos mártires que dicen jugarse la vida.

Cualquiera tiene derecho a sospechar que Juan Pedro subvenciona a Morante para que el diestro de La Puebla tape esos toros infames y, a fe que lo logra. En su primero, un animalito sin virtud alguna, gracias a la voluntad de Morante, al final cortó una oreja que, como es natural y lógico, fue un regalo impresentable. En su segundo, más de lo mismo aunque el animalito apenas tenía fuerza alguna doblando las manos en cada instante. Lo mató Morante y se quedó más ancho que largo. La historia de Valencia del otro día se ha repetido pero, en esta ocasión corregida y aumentada. Y digo lo de la subvención porque, a lo largo de la carrera de Morante, toros con más fundamento que lo que ha lidiado esta tarde, los macheteaba por la cara y los mataba de mala manera, por ello, al cambiar Morante en su actitud, insisto, parece que cobra un sobresueldo para que los burros de Juan Pedro parezcan toros.

Lo que no tiene calificativo es lo de Emilio de Justo que, se ha parodiado a sí mismo durante la lidia de sus dos burros con cuernos. Ya es preocupante que, cuando se llega a figura del toreo se pierde hasta la vergüenza, un valor que siempre dignificó a este emblemático torero pero que, ya vemos, se ha instalado en el olimpo de los dioses para, como sus compañeros, hacer el ridículo más insospechado. Como el mundo sabe, De Justo es uno de los grandes toreros que le ha dado empaque y verdad a la fiesta de los toros pero, se ha convertido en figura del toreo, ganará mucho dinero pero él como los buenos aficionados, todos sabemos que ha hecho un ridículo de espanto. Vamos que, si lidia tres corridas más de Juan Pedro dejamos de ir los aficionados a los toros y él dejaría de torear. Y digo todo esto con mucha pena porque, insisto, Emilio de Justo nos ha hecho vibrar en repetidas ocasiones con su verdad, torería, entereza y autenticidad y, verle hacer el ridículo nos llena de pena. Allá él con sus decisiones. Imagino que, De Justo, se acordará, entre otras muchas actuaciones triunfales frente al toro de verdad, entre ellas, la triunfal tarde de Cali  con los de Victorino Martín y para sus adentros habrá pensado: «Qué coño hago yo con estos burros alocados y sin fuerzas»

Es cierto que, los animalitos de los que hablamos parece que su criador los ha diseñado para Pablo Aguado puesto que, el diestro de Sevilla se siente como pez en el agua con esos toritos porque, para su fortuna, le ha tocado un ejemplar que, sin fuerzas pero con la bondad suficiente para que Aguado le enjaretara varias series bonitas, tras matar de una estocada le han dado dos orejas pueblerinas de las que nadie recordará a estas horas. Su segundo, otro burro de carreta, lo ha intentado, no ha trasmitido nada y, como si de un milagro se tratare, al final del festejo lo han sacado a hombros por un capitalista pagado, claro está.

Hay un dato revelador ante lo que supone la lidia de estos malditos toros. Lo explico, si esta tarde hubiera estado en el cartel Alberto Lamelas le tiran hasta botellas pero, estaban Morante y Aguado y los ignorantes les han aplaudido y, en el caso de Aguado, hasta le han concedido dos orejas verbeneras que, si lo han visto los aficionados de Cenicientos, todavía estarán echándose la manos a la cabeza por aquello del estupor que habrán sentido.

La pena de todo lo que sucede es que, como dijera hace unos días, no existe el menor atisbo de crítica al respecto de los toros porque, de haberla y tener la difusión que tenían los medios de antaño, estos tunantes cambiaban de actitud. Pero, amigo, todo son lisonjas, empezando por los palabreros de la televisión y terminando por los escribas a sueldo.