Lo vivido en Las Ventas en la tarde de hoy, 7 de octubre de 2018, es de esos acontecimientos que se le quedan grabados con fuerza en el alma a todo aquel que se preste a ser aficionado a esta bendita Fiesta. ¡¡Qué gran tarde de toros y de toreros esta última corrida de la feria de Otoño!! Desde que los toreros aparecieron en el ruedo liados en el capote de paseo y hasta que se llevaron a Diego Urdiales en volandas camino de la gloria, no sin antes despedir a Octavio Chacón con una atronadora ovación que solo los grandes toreros se ganan el derecho a escuchar, el festejo se desarrolló en un ambiente de fervor, pasión, emoción y profunda evocación a la grandeza de la tauromaquia. Una tarde de las que le enciende la llama de la afición al que por primera vez viene, se la refuerza al aficionado y, además, le reconcilia a este con una Fiesta tan degenerada y venida a menos en los últimos tiempos. Y, por si fuera poco (y que me disculpen los aludidos, pero tal cosa es señal inequívoca de que ha sucedido algo grande) una tarde en las que los vendedores de pipas se plantean cerrar el negocio. Al grano:
Una buena corrida de Fuente Ymbro, a la cual no se le puede poner reproche alguno en cuanto a presencia, y de juego tan variado como interesante. Dentro de que no ha surgido en ellos lo que se dice bravura y poder en el primer tercio, sí han sido castigados sin reservas (a excepción del primero, el único al que le han aliviado más de la cuenta el castigo en este tercio). Y, como ya se ha dicho, saliendo cada uno a su padre y a su madre. Así, ha sido como hemos podido disfrutar de un torito noble al que le ha faltado más chispa (el primero), la alimaña (segundo), el de bandera (y qué bandera, haciendo de tercero), el encastado y exigente aunque manso (cuarto) y el marrajo que se desentendía de todo en cada muletazo (quinto). Luego estuvo el sexto, que apuntaba también a ser de nota pero se rompió la pata izquierda durante el tercio de banderillas y hubo de ser evacuado como buenamente se pudo por los berrendos de Florito; siendo sustituido por un sobrero de El Tajo, muy protestado de salida por su gatuna presencia, y que también resultó ser un regalito para todo aquel que quiera prestarse a torear a placer.
El Toreo es Grandeza, espetó con mucho acierto un gran cronista taurino hace ya años, y ahí que se plantaron en el ruedo de Las Ventas dos señores con la clara intención de refrendar tales palabras. Uno, don Diego Urdiales Hernández, de Arnedo (La Rioja), 43 años, 4 meses y 7 días de edad, y 19 años de alternativa. El segundo, don Octavio Chacón Garrido, de Prado del Rey (Cádiz), 34 años, 4 meses y 4 días de edad, y 14 años de alternativa. Cada uno a su manera, y dentro de las posibilidades que les han ofrecido sus respectivos oponentes, han certificado en el mejor escenario posible que efectivamente el toreo es grandeza cuando se alinean los astros. Uno, con tres orejas en su haber: la primera por matar con consumada maestría y dejar múltiples detalles de toreo caro en su primer turno. Las dos cortadas al cuarto, por torearlo como los mismos ángeles, sobre todo con la mano zurda. El segundo, una oreja al segundo de la tarde después de una faena de mucho aguante y poderío ante la alimaña, con el que se jugó la vida de verdad, sacando muletazos de mucho mérito por ambos pitones y sufriendo varios arreones y hasta un achuchón que pudo tener consecuencias peores.
Además, una digna actuación ante el morucho quinto, mansazo de órdago sin casta alguna y que se desentendía de todo. Con él, hizo lo que buenamente pudo y cometió quizás el pecado de porfiar más de lo necesario. Y ya no es solo eso, pues también está el hecho de tomarse la lidia en su más amplio y estricto sentido de la palabra. ¿Cuánto tiempo hacía que un torero se apostara junto al picador con la intención de evitar que el toro entrara al peto sin ser puesto en suerte? Quizás, el último en tales menesteres fuera uno de Alicante al que no es necesario nombrar, y que también certificó con letras de oro que el Toreo es Grandeza.
Diego Urdiales toca el cielo de Madrid
Diego Urdiales tuvo grandes intenciones de realizar buen toreo con el capote al recibir al primero, llegando a dar alguna verónica de buena factura. La faena de muleta en verdad estuvo plagada de altibajos, en gran parte por las molestias ocasionadas por el viento y las cuales le tuvieron poco confiado. Algún muletazo de mano baja y corriendo muy bien la mano surgió durante el nudo de la faena, llegando lo mejor al final, para preparar al toro con miras a la suerte suprema: tres naturales pegados de frente y algunas filigranas de sabor añejo. La gran estocada hizo el resto y la oreja cayó. El cuarto fue un toro con fondo que exigía poderío y una muleta mandona. En el tercio del 5 y el 6 comenzó el torero con la mano derecha, metiendo poco a poco al toro en el canasto y llegando a mandar sobre él. Después de dos series con la derecha, se echó la muleta a la zurda, y ahí llegó el suceso culmen: una serie de naturales en las que resucitó el toreo eterno, el de verdad, el que se ejecuta dando el pecho y echando la pierna alante, templando la embestida y llevándola en redondo con largura. La plaza en pie y ese runrún típico de Madrid cuando algo gordo va a suceder, presente. Y algo gordo sucedió o, mejor dicho, siguió sucendiendo: otra serie de naturales de similar pureza y clasicismo, y que terminaron de convertir Las Ventas en un manicomio. Había sucedido, por fin había sucedido. Por fin Diego Urdiales, uno de los niños bonitos que esta plaza ha tenido en los últimos años, daba lo mejor de sí ante una afición que siempre le ha esperado y ha creído en él. Estaba hecha la faena, pero Urdiales quería más y cambió de mano para dejar otra serie con la derecha que bajó en cierta medida el listón, pero que aún así siguió dejando esparcida por el ruedo la verdad del toreo. Y a por la espada, la cual, no sin antes dibujar otra locura con la mano izquierda, cayó en el rincón de Ordóñez y ejecutándose la suerte con la misma pureza que atesora su toreo.
Y dos orejas, y gritos de ¡¡torero torero!!, y una apoteósica vuelta al ruedo, y otra más que la afición le pidió que diera porque le supo a poco la primera. ¿Cuánto tiempo hacía que no se pedía a un torero que diera dos vueltas al ruedo? El último caso de esta magnitud, si a un servidor no le falla la memoria, ocurrió un 18 de mayo del año 2005, en plena feria de San Isidro, cuando otro de los grandes de la historia del toreo y niño consentido de Madrid pinchó uno de sus faenones y la afición, como loca, le invitó a tal honor. No podía ser otro que Manuel Jesús Cid Salas, el de Salteras (Sevilla).
No, no se me olvida que también actuó David Mora. La cara opuesta de la moneda, encargado de hacer presente en esta tarde la bronca, el desencanto, la incapacidad y la apatía. De nuevo un toro de lío, un gran toro con mayúsculas, le cupo en suerte en el sorteo de las 12, pidiéndosele por parte de la concurrencia la vuelta al ruedo en el arrastre y que el presidente tuvo a bien de desoír, pues aun siendo un gran toro en la muleta, el animal se dejó pegar sin más dos varas, no haciendo en este tercio demasiados méritos para ganarse el pañuelo azul. Y de nuevo, un toro de lío, un gran toro con mayúsculas, se le fue con las orejas puestas después de un trasteo en el que sacó a relucir su insufrible repertorio de ventajas, destoreo, trallazos y vulgaridad. Y además, matando de un horripilante sartenazo. No mejoraron su actitud ni su técnica ante el dulce sobrero de El Tajo, con el cual volvió a estar muy por debajo, cabreándose el personal considerablemente. Quizás, debiera David Mora pensarse muchas cosas en cuanto a su futuro, pues hace tiempo que ni está ni se le espera.
Las emociones de la tarde terminaron con los capitalistas sacando en hombros a Diego Urdiales por la puerta grande, y la afición despidiendo con una atronadora ovación a Octavio Chacón y una no menos sonora bronca a David Mora. Una tarde de toros que puso a todos de acuerdo. Una tarde que al aficionado le reconcilia de alguna manera con su vejada y maltratada Fiesta. Una GRAN TARDE DE TOROS.