Ya de regreso a casa, Luz le contó a su madrecita lo que le había ocurrido con su amiga y la madre; al ver la preocupación de su hija, intentó tranquilizar a la muchachita. Cierto es que, doña Liliana, dotaba de una paciencia franciscana y un amor hacia sus hijos admirable, arropó a su hija con sus palabras y, ante todo, con un fuerte abrazo.

–No haga caso mi hijita. Lo que Candela te ha contado no es tan sencillo. ¡Olvídalo! Acá, todos juntos como Dios nos dé a entender nos iremos arreglando; no sufras que, para el dolor ya me puso Dios al frente de esta familia que con tanto amor hemos creado y formado.

Doña Liliana, ante todo lo que Luz le había contado al respecto de la conversación mantenida con su amiga, continuaba con su intento de tranquilizarla y, por qué no, también de disuadirla de aquella idea oscura que ella como madre no quería que pudiese su hija llegar a concretar.

–No malgastes energías acumulando ilusiones baldías; tampoco creo que España sea la tierra prometida. Has encontrado un trabajo que era tu más bella ilusión, empiezas el próximo lunes por tanto es ahí donde debes de enfocar todas tus energías. Sigue concentrándote en la idea de tu trabajo que, mentalizada como debe ser, seguro que le sacarás un gran provecho, y si en verdad vales, seguro que irás ascendiendo posiciones en el hotel.

Daba la sensación de que Luz se tranquilizaba un poco, se abrazó a su madre, rompió a llorar por la emoción que le produjo las palabras de ella y, fundidas ambas en un entrañable abrazo quedaron exhaustas por el llanto que al final las embargó a las dos. La familia vivía en el barrio de Cañaveralejo y, por consiguiente, muy cerca de su domicilio se divisaba ese edificio abstracto y raro que, desde fuera, tenemos la sensación de estar observando una enorme copa de helado. La referida copa no es otra cosa que el coso de Cañaveralejo; es decir, la plaza de toros de Cali. Se celebraba por aquellos días la feria caleña y el gentío era enorme. Parecía que, por aquellos lares, Cali era otro mundo con gente llegada de todas partes; las mujeres ataviadas con sus mejores galas, los clásicos sombreros colombianos cubriendo la cabeza de los hombres, toda un amalgama de personajes variopintos que, en aquel instante y lugar, daban la sensación de que Cali estaba viviendo su mejor fiesta. En realidad, así sucede.

La feria taurina caleña, mundialmente famosa, es el centro de atracción de todo el orbe taurino. En dicha ciudad, por su feria, se da cita todo el taurinismo –de todos los aficionados por el mundo–, y Cali, queda engalanado por sus famosos desfiles multicolor y, a su vez, por todo el entorno que produce la misma fiesta de los toros. Los mejores toreros hispanos estaban en los carteles de dicha feria y, como no podía ser de otro modo, el ídolo local Luis Arango formaba parte del elenco de artistas que se habían incluido en sus carteles. Cali, en su feria, rezuma alegría por todos sus costados. Si por norma el caleño es alegre por naturaleza, llegado el momento de la fiesta, se torna de un encanto inigualable.

Por dichas razones, los toreros de España acuden gozosos a este Valle de Cauca y en la ciudad de Cali todos, sin distinción, aspiran a llevarse el codiciado trofeo Señor de los Cristales, que es el trofeo en disputa entre todos los participantes de dicho evento artístico. Los caleños, de forma concreta los aficionados a la fiesta de los toros, rezan para que su compatriota, Luis Arango, tenga suerte y como en años anteriores le plante cara a los diestros españoles que, más avezados en dichos menesteres, procurarán ganarle la partida. Arango, el pasado año dejó muy alto el pabellón artístico colombiano y más concretamente ahí, en su patria chica, Cali; llevándose en buena lid el prestigioso trofeo que establece el municipio caleño.

Nunca olvidemos que la bella Colombia sabe mucho de toreros puesto que César Rincón, su hijo más admirado, resultó ser una figura importante por todos los ruedos del mundo. Pocos como César Rincón han difundido la bandera colombiana por el mundo. Tantos honores le hicieron al bogotano que allí por donde toreara para celebrar sus éxitos, lo veríamos envuelto en la bandera tricolor colombiana; azul, roja y amarilla, con la que siempre cubría su cuerpo. Estaba viviendo Cañaveralejo sus días grandes de fiesta, en concreto, la ciudad de Cali y, doña Liliana, sabedora de las depresiones de su hija y también de la idea que le rondaba por la cabeza en torno viajar al Viejo Continente por todos los medios, quería impedir que Luz se viera afectada, sobre todo, por las ilusiones que le había infundido su amiga Candela. ¿Qué hacer? ¡Darle una sorpresa! Nada del otro mundo, por supuesto, pero sí pensaba doña Liliana que aquella alegría momentánea que le quería dar a su hija le aliviaría su estado anímico.

Puesto entonces que el bullicio y la alegría se cernían en los aledaños de su casa a causa de la fiesta de toros, decidió sorprender a su hija del siguiente modo:

–¡Hijita! –dijo la madre– tengo dos entradas para asistir a la corrida de toros de esta tarde. Tú no has estado nunca en la plaza de Cañaveralejo. ¿Qué te parece si me acompañas y nos vamos juntas a ver los toros? Luz se quedó sorprendida.

–¡Pero mamá! –esbozó la muchachita–. Si apenas tenemos para comer, ¿cómo te gastas el dinero en unas entradas para un espectáculo que quizá ni me guste?

–No, hija –apuntó la madre–, ocurre que en el establecimiento donde suelo comprar el pan, su dueño, don Alfredo, sorteó entre su clientela dos entradas que previamente había adquirido para congratular a los clientes y, como estás viendo, he tenido la suerte de ser la afortunada ganadora en dicho juego. En Cali, la empresa que representa su plaza de toros, tiene una sagacidad increíble y para que la gente acuda en masa al recinto taurino vende sus boletos de entrada de un año para el otro. Es decir, termina hoy la feria y la empresa ya pone a la venta las localidades del año siguiente con la finalidad que los aficionados puedan pagarlos con comodidad; por meses y, muchos, hasta de forma semanal, incluyendo, como se ha mencionado, las entradas que muchos comerciantes adquieren para su posterior sorteo a beneficio de sus clientes.

Dos días más tarde, doña Liliana y su hija se marchan a la plaza de toros para presenciar un espectáculo para ellas desconocido pero no exento de belleza y arte. En los aledaños de la plaza, el bullicio es ensordecedor, el gentío ríe y canta. Circundando a la plaza se vende de todo, miles de personas se congregan en dicho recinto. Es envidiable todo cuanto los colombianos propician con su fiesta. Podrán carecer de todo pero nadie les arrebatará su alegría, la que esparcen allí por donde van y en los toros, la dicha es el detonante de todos cuantos acuden a Cañaveralejo.

Es la sexta corrida de su feria taurina y el cartel es colombiano por antonomasia. Como quiera que el pasado año Luis Arango resultara ser el triunfador del ciclo ferial, en esta ocasión, la empresa ha querido premiarle otorgándole el honor de que matara los seis toros del festejo. Se lidiaran seis toros de la ganadería del Espíritu Santo, propiedad del maestro César Rincón, aquel diestro que con sus carnes laceradas en muchas de sus innumerables faenas efectuadas durante su carrera profesional, supo sacar a su familia de la miseria y a su vez, convertirse en un ídolo nacional e internacional en cuanto al arte del torero y ahora también, en lo que a ganadería se refiere.

Madre e hija se sientan en el tendido de la plaza de toros. Empieza el paseíllo Luis Arango y comienza a sonar la banda de música; primero interpretan los acordes del himno nacional colombiano y los caleños, puestos de pie y mano en el pecho, sienten los colores de su bandera y al compás de las notas de su himno viven la primera emoción de la tarde. Ante tal agasajo musical, Arango se desmontera. Hace el paseíllo desmonterado puesto que sólo se lo hace con la montera calzada cuando es la primera vez que torean en una plaza. El bullicio es ensordecedor; la alegría se palpa entre la gente y las mujeres, bellezas exóticas como ninguna, adornan con sus encantos el recinto taurino.

Se ven muchas caras conocidas en la barrera; artistas como Botero que ha acudido ex profeso a la feria; escritores como Gonzalo Arango, cineastas como Gabriel Pardo; infinidad de personajes que sienten pasión por el arte del toreo amén de todos los diestros españoles y algún mexicano que en esta ocasión forman parte de los carteles caleños pero que, en este momento, son espectadores de excepción en el ruedo de Cañaveralejo. Luz está como fascinada; no acierta a comprender todo lo que estaba viendo. Se la nota enormemente dichosa, por ser la primera vez, le ha impactado el espectáculo.

Pla Ventura