Rodolfo, aunque feliz, ya sentía el gusanillo de la espera, ésa que embarga a los toreros cuando saben que se tienen que jugar la vida. Algo tan lógico como humano. La espera de los toreros es, inevitablemente, parecida a la espera de las citas que tienen que ver con el amor. Basta simplemente con rememorar cómo se encuentra uno cuando sabe que tiene una cita con la mujer amada. Nervioso, expectante, contento. Y con los toros sucede lo mismo; distintas situaciones, pero con la misma expectación ante lo desconocido.
“El Mago” hacía cábalas en torno a sus próximas actuaciones. Y además estaba feliz por aquello de contárselo a Judith. No podía ser de otra manera. La única diferencia entre la espera por encontrarse con la mujer amada y la espera para jugarse la vida es que en la primera se puede perder el corazón porque pueden rompérselo en mil pedazos mientras que en la segunda variante se puede perder la vida. De todos modos, sea el caso que fuere, igualmente de emocionante es la espera.
Para su fortuna, ‘El Mago’ tiene en su haber las dos; el encontrarse de nuevo con Judith y el ir contando fechas hasta la llegada de su actuación en Cali, justamente en el bellísimo coso de Cañaveralejo, el ruedo que encumbró al inolvidable Luis Arango. Cali es la segunda ciudad en orden de presentación, ya que la primera es La Santa María de Bogotá, y donde comienza su gira.
Habían pasado tan solo unos pocos días desde la firma del contrato y el empresario, avezado en menesteres de la publicidad, tenía ya todo Cali lleno de afiches publicitarios con la corrida extraordinaria en la que, como Ramiro Carmona Carrasco anunciaba, se presentaba en Cali el sobreviviente del accidente de avión que, para colmo, es un artista consumado de la torería, en su México natal.
Rodolfo se paseaba por las calles y, cuando veía en las vallas publicitarias los carteles que anunciaban lo que sería su actuación caleña, hasta se emocionaba; como si fuera la primera vez; y tan errado no estaba, porque, en realidad, en Colombia era la primera vez que se presentaba; por tanto, tenía razones válidas para emocionarse.
Si de promocionar un espectáculo se trataba, Ramiro Carmona Carrasco era un maestro consumado de la efectiva publicidad; puso los carteles por toda la ciudad, cuñas publicitarias en Radio Caracol, la emisora más importante del país y, como logro más importante, ya le había concertado un par de entrevistas al Mago en las cadenas más prestigiosas de televisión. Todo un lujo de organización que dejaba a Rodolfo Martín más contento que un niño con juguete nuevo.
Se respiraba expectación por todas las esquinas; aquello tenía visos de acontecimiento grande. Ciertamente, los colombianos aficionados a los toros son gente apasionada, entregada por completo al maravilloso espectáculo que tanto aman y, en Cali, cada año, su feria, es un referente magnífico para los que gustan de este ancestral arte. Ni por casualidad podía sospechar ‘El Mago’ que su persona podría alcanzar dicho revuelo.
Ciertamente, la labor publicitaria hizo su efecto y, si bien faltaban pocos días para el acontecimiento, Rodolfo era saludado allí por donde anduviere. Ni que decir tiene que, para montar los afiches publicitarios, ‘El Mago’ tuvo mucho que ver. Eligió para la ocasión la mítica foto que hace un par de años se hizo junto a la gran plaza de toros de México, vestido de maletilla –en que él era el hombre que pedía una oportunidad –con camisa blanca, pañuelo al cuello y gorra blanca. Foto emblemática a la que tanto partido pudo sacarle en México y que esperaba resultase de igual forma aquí.
El propio empresario, Ramiro Carmona Carrasco, se encargó personalmente de todo el entramado publicitario. Ya tenía concertada la fecha para que entrevistaran a Rodolfo en la televisión que, como gran arma publicitaría que era, sería la consecuencia directa para que los aficionados supieran de la vida y milagros del diestro mexicano y, a su vez, contagiarlos a todos para que, el día citado, abarrotaran la plaza caleña. Ya dentro de los estudios televisivos, ‘El Mago’ sorprendió a todos.
La presentadora del programa de variedades, la señora Noemí Castro, se quedó prendada con el personaje. Quizá la muchacha esperaba que el torero pudiera presentarse de otro modo; o quizá ella esperaba que se presentara allí vestido de torero. Si a Rodolfo le sobraba algo, sin duda alguna, era personalidad, puesto que ésta era arrebatadora. Siempre con su traje, pañuelo de flores al cuello, pañuelo blanco en el bolsillo derecho de su chaqueta, sombrero tejano y el puro la boca. Claro que el primer contratiempo se lo dio este puro famoso.
–¡Perdone usted señor! –le dijo un hombre en la entrada de los estudios–. Aquí no se pude fumar.
–¿Cómo dice? ¡Entonces me marcho ya mismo y no me quedo aquí ni un minuto más! El puro, amigo, forma parte de mi personalidad. Eso me dijeron en España y no dudé en marcharme a mi país en menos de un minuto. Hasta aquí hemos llegado entonces. ¡Me voy! Toda la televisión para ustedes; a mí no me hace ninguna maldita falta.
Y se marchaba por donde había llegado. Porque, como siempre dijo él, “de mi hambre me río yo, pero nadie más”. Se sintió insolentemente tratado, y esto era una pena porque, hasta esta circunstancia, todo le estaba saliendo a pedir de boca; es decir, hermoso al máximo. Cuando ya se disponía a salir de los estudios, Noemí lo alcanzó y lo sujetó por el brazo.
–Rodolfo, por lo que más quiera. ¡No se vaya usted, por Dios! Hoy es usted el centro de atención en nuestro programa; es más, lo hemos anunciado en repetidas ocasiones. ¿Ha visto usted la publicidad que le hemos dado a su figura? –le comentaba la entrevistadora al diestro–. Nuestro esmero al respecto de su figura artística, así como el respeto con el que lo hemos presentado ante nuestros televidentes, ha sido una constante. ¿Lo notó usted, verdad? –le preguntó al diestro–. Pero sí, venga, no se preocupe, haremos una excepción con usted, respecto al puro –prosiguió la reportera–. Nos ganó usted la partida. Ahora lo acompañará una señorita hasta la sala de maquillaje.
–¡Pero no, señora mía! Si no me maquillo cuando salgo a la plaza ¿cómo quiere usted que lo haga aquí? Es más, según lo veo yo, se maquillan las señoras, los maricones y los muertos. ¿Comprende usted lo que digo? Yo soy bien hombre y auténtico como para prestarme a tales sutilezas. Lo mío es más válido que todas las tonterías que se llevan a cabo en televisión. ¿Le gusta mi sinceridad? –Le preguntó casi desafiante ‘El Mago’ a la reportera–. Soy el que soy, porque sí, porque me da la gana. ¡Admítame usted como soy, señorita! Se lo pido por favor.
–Terminó diciendo ‘El Mago’, como para aflojar tensiones.
Pla Ventura