‘El Mago’ trataba de calmar a Judith, que arrebatada por un ataque de celos, estaba increpando al diestro, quien por todos los medios buscaba tranquilizarla. Las palabras de Rodolfo eran sinceras; no estaba tampoco en trance para más amoríos; le esperaba una cita importantísima y su cabeza no estaba pensando en mujer alguna. Quizá Judith no valoró el momento de su amado en que, lógicamente, podría pensar en todo menos en otra mujer.

–Te acompaño a la habitación y allí hablamos, amor –dijo Judith.

–Como quieras, chamaquita linda. Un abrazo selló la reconciliación entre ambos, y calmó los ánimos de la chica, que no pudo soportar dos días sin saber de su amado. Y no es que Rodolfo la olvidara ni un momento; pero se habían dado cita en su persona una serie de circunstancias que, lógicamente, lo habían distraído de la que era su amor.

–Rodolfo –preguntaba Judith–, ¿por qué quieres jugarte la vida en la plaza si, a mi lado, podrías vivir eternamente como un rey?

–Ante todo, chamaca, yo no soy un mantenido; ni tuyo ni de nadie. Siempre fui autosuficiente y, cuando tuve, gastaba; cuando no tuve, me estaba quieto, pero sin depender de nadie, y mucho menos de una mujer. Sabes que, para mí, el hecho de poder torear en Colombia es la realización del sueño más bello de mi existencia y, como sabes, mucho más tras los sucesos acaecidos en torno a mi persona. Soy artista y lo quiero demostrar en este lindo país al que ya tanto le debo.

–Sí, amor; entiendo que quieras mostrarnos tu arte a nosotros, los colombianos, pero eso lleva consigo un riesgo que me parece innecesario. ¿Y si te mata un toro?

–Habré muerto como siempre quise; en la plaza y creando arte. Pero no hablemos de eso, mujer; tiempo habrá para la mudanza eterna. Busquémosle a todo la parte positiva. Imagina que me embiste un toro y llevo a cabo la faena soñada, ¿no será eso más bello que la propia gloria? Ésa tiene que ser mi idea y, ante todo, la tuya. Es más, quiero que estés feliz; el primer toro en Cali te lo brindaré a ti. ¿Te han brindado alguna vez un toro? Yo seré el que te rinda un homenaje de amor y de arte, ya lo verás.

–Rodolfo ¿qué me diste para que me enloquecieras de este modo?

–Creo que, ante todo, mi sinceridad. Y es curioso que esto haya ocurrido de este modo porque tu arte, fama y talento, como me contaste, te han permitido conocer a muchos hombres que posiblemente se acercaban a ti por lo que tenías, no por lo que eras, y por eso sentiste que fracasaste con ellos. Pudiste elegir y fíjate, no te atreviste; nunca te encontraste segura de que los que se acercaban a tu lado lo hicieran de forma sincera; una noche de amor se tiene con cualquiera, amar es algo muy distinto. Nosotros, Judith, creo que nos parecemos mucho y ambos hemos sentido idénticas desilusiones en el amor; yo con la gringa de la que te hablé y tú con los hombres a los que trataste.

Judith, arrebatada por las palabras del Mago, lo abrazó y lo besó en sus labios; sus palabras la habían conmovido. Rodolfo era el que se veía en la foto y sin doble fondo se mostraba siempre como en realidad sentía; con defectos y virtudes, pero con la sinceridad y ternura de un niño pequeño.

–Rodolfo, te deseo con todo mí ser, ¿sabes?

–Nuestro milagro, Judith, no es otro que sentir lo mismo. Yo te amo y te deseo con una fuerza desmedida. Y sintiendo lo que me dicta el corazón, te prohíbo que vuelvas a dudar de mí. ¿Sabes que dibujas sonrisas en mi rostro sólo con pensarte?

–¿De verdad, Mago mío?

–Sí, de verdad lo digo. La primera vez que te vi me cautivaste con la mirada; me penetraste el alma cuando me miraste. Luego, mi vida, al conocerte, tratarte y hacer el amor contigo, ya estoy dispuesto a contarle al mundo que no existe otra mujer más linda y amada por mí sobre esta tierra. Graba dentro de tu ser lo que me provocas que, en definitiva, es lo más bello del mundo, porque es el más puro y bendito amor. ¿Te dije alguna vez que eres la mujer de mis sueños y que, a Dios gracias, te has convertido en realidad?

–Gracias, amor. Me siento tan halagada y contenta que prometo no enojarme más por tonterías. ¿Perdonas mi enfado? Y quiero que me comprendas; los celos, amor mío, nacen justamente cuando se ama; jamás sentí celos con todos los hombres que me pretendieron. Nunca vi sinceridad, por tanto jamás nació el amor para con ninguno de los que me pretendían. Contigo, Rodolfo, es todo tan distinto que, ya viste, pensar que puedo perderte me derrotó por completo y saqué mis garras de mujer. Hazme tuya ahora mismo, amor; te deseo con locura.

‘El Mago’ se quedó estupefacto; no creía que en aquella mañana luminosa pudiera tener el placer de hacerle el amor a su amada. Sus planes eran otros, al menos en aquel instante. Había que cristalizar muchos asuntos al respecto de su primera actuación en Cali, pero Rodolfo supo hacer un alto en el camino para gozar del placer del sexo que, rociado del más bendito amor, tanto lo satisfacía. Un mundo de caricias se regalaron ambos enamorados que, susurrándose las más bellas frases de amor dieron rienda suelta a sus mortales cuerpos para el más profundo gozo. La pasión, una vez más, los arrebató por completo como si de dos adolescentes se tratara; como si fueran dos principiantes en el amor, en la ansiosa búsqueda por descubrir los secretos del sexo.

Apenas esbozaron palabras; sentían emociones que, en definitiva, eran lo realmente soñado. «Nunca me dejes», susurraba Judith. ‘El Mago’ se sentía pletórico. Se sentía muy bien físicamente y, respecto al sexo, saciaba a Judith de forma magistral. Ella estaba embelesada mientras que él saboreaba el dulce manjar de aquel cuerpo escultural y bellísimo; toda la anatomía de Judith fue saboreada por su amado que, ahíto de placer, mostraba los últimos estertores del sexo. Ambos quedaron saciados, contentos, bellamente enamorados y, al entregarse sus cuerpos, definitivamente sellaban de esta manera el gran pacto de su amor.

Pla Ventura