A la hora convenida llegaba Luz al hotel. La madre quedaba intranquila porque no acertaba comprender que, tras toda una jornada de trabajo, su hijita de nuevo tuviera que trabajar toda la noche. Claro que para Luz, lo que se le avecinaba era un mundo nuevo, algo por descubrir que, a su edad y sin duda alguna, en su fuero interno lo estaba deseando. ¿Era el amor lo que la trajo esta noche hasta el hotel? Ni ella misma lo sabía. Se reflejaba en su rostro una dicha inexplicable, para ella, todo un triunfo.

Que el torero de moda la haya invitado a cenar y a pasar la noche con él, sencillamente rozaba la gloria. ¿Qué poderosas razones existían para que, Luis Arango, el célebre torero, se fijara en la humilde limpiadora hasta el punto de querer pasar la noche con ella? ¿Amistad?, ¿sexo?, ¿compañía? Todas estas preguntas se hacía Luz mientras iba hacia el hotel. Una vez en el mismo, en el hall, como se presuponía, la estaba esperando Luis Arango.

–¡Hola, Luz! Qué alegría que vinieras –le dijo el diestro caleño. Te juro que, por un momento, llegué a pensar que no acudirías a mi cita. ¡Estás preciosa! Me cautivaste al instante de verte, te lo juro.

La muchachita miraba al diestro con una sonrisa maravillosa; estaba feliz. Se abrazaron y Luis Arango le dio dos besos en sus mejillas. Ella quería expresarse pero el torero seguía piropeándola:

–Hoy, Luz, me ha venido Dios a ver; he triunfado a lo grande en mi tierra –que es la tuya– y para colmo de mi dicha, he conocido a la muchachita más bella de todo Cali. Te aclaro que soy soltero; de mi parte, no hay problema alguno. Soy libre como el viento, como lo espero que seas tú.

–Gracias Luis –respondió Luz–. Me siento muy a gusto contigo. Tengo una bella sensación que corre por mis venas. Mis principios y mi educación, de haberlos seguido al pie de la letra, no me hubieran permitido venir a verte. Pero ha podido más mi corazón que mi sentido ético por aquella educación que he recibido. Por un lado, amigo, me siento mal porque le he mentido a mi madre. Le he dicho que venía a trabajar para suplir a una compañera y, ya viste, estoy contigo. De todo modos, estoy feliz porque, aparte de que hayas reparado en mi humilde persona y en la belleza de la que dices soy portadora, estar contigo me enorgullece muchísimo.

Tras un largo intercambio de pareceres, Luis, un señor donde los haya, había reservado una mesa en el hotel para cenar. Allí, en aquel comedor, degustando una linda cena, conversaron acerca de lo divino y de lo humano. Luz estaba cada vez más emocionada, era muy grande todo lo que le estaba sucediendo. Ella estaba recordando que, en el primer instante en que Arango la había invitado a pasar la noche, creía que el diestro sólo la quería para tener sexo. Esa era su idea y, para sus adentros, hasta reconocía su valentía por haber acudido a la cita. Ahora, si sólo era para sexo, ¿cómo es que ella misma se atrevía a dicha cita tan banal? Todo esto y muchos pensamientos más, pasaban por su mente. Pero a medida que transcurría el tiempo, ella se estaba quedando relajada como muy contenta porque su primera idea quedaba disipada.

Luis Arango le estaba regalando una ternura insospechada, algo que la muchachita jamás había saboreado como mujer. Terminada la cena, el matador invitó a Luz a los salones de baile del hotel puesto que, esa noche, había una actuación verdaderamente de gala. La muchacha quedó impresionada. Todo era nuevo para ella y, tanto lujo, no lo había visto ni en las películas. Un salón inmenso con grandes lámparas, cortinas fastuosas y todo el encanto posible que un espectador pudiera soñar.

Y al fondo de este salón enorme un escenario fantástico albergaba a distintos artistas, en este caso y para una noche tan especial, actuaban Carlos Baute y Marta Sánchez. Un binomio formado por un colombiano y una española que, como sucediera por toda Colombia, lograban arrebatar al público en todos los lugares que habían actuado. Salsa, merengue, cumbia, todos los bailes habidos y por haber bailaron esta pareja de seres que, dichosos y contentos, le estaban dando gracias a la vida por haberse encontrado.

Una noche inolvidable para Luz que, tras aquel encuentro con el diestro, indudablemente, cambió el curso de su vida. Gracias a Luis Arango, la bella limpiadora conoció el esplendor de una noche irrepetible. Era ya de madrugada cuando todo el mundo abandonaba el salón. Por allí se dispersaban los cientos de personas que lo habían abarrotado, y mientras aquello sucedía, Arango cogió de la mano a Luz y salieron a los jardines para sentir el fresquito de la noche y, ante todo, para contemplar el cielo estrellado con su luna radiante que invitaba al más bello presagio amoroso.

–¿Subimos a mi habitación? –dijo Luis.

Lo preguntaba el diestro con cierto rubor porque, como se había demostrado, cualquier duda al respecto de su comportamiento quedaba disipada, pero el torero era consciente de que la invitación a una muchacha a las cuatro de la madrugada para que le acompañara hasta su habitación, sonaba un tanto lujuriosa. Si bien es cierto que Arango jamás engañó a Luz porque, desde la tarde anterior en que se habían conocido, las primeras palabras de invitación del diestro habían sido:

–¿Quieres pasar la noche conmigo? 39

–¡Sí! –dijo Luz con aires de colegiala enamorada.

Mientras subían en el ascensor, un escalofrío recorría el cuerpo de Luz. Miles de ideas pasaban por su mente. ¿Sería que Arango quería hacerla sentir mujer en el más bello sentido de la palabra? La expectación ante lo desconocido le inquietaba. Era lógico. Estaba descubriendo un mundo nuevo, que para su dicha como primera relación con un hombre, ésta no era otra que encontrarse con un torero famoso que, desde que se conocieron y volvieron a encontrar, la estaba tratando como a una reina.

Dentro del ascensor, Luis Arango no pudo resistir la tentación y, suavemente con un mimo exquisito dejó que sus labios acariciaran la boca de la muchacha. Ella no opuso resistencia. Luz se sentía por vez primera en su vida entre los brazos de un hombre y, como experiencia, le estaba sabiendo a gloria. Estaban fundidos en un entrañable abrazo al tiempo que se paraba el ascensor y llegaban a la habitación. Había un silencio sepulcral.

El hotel dormía mientras que Luz y el matador de toros, llegaban a lo que presagiaban sería su nido de amor. Ambos se dejaron caer sobre el fastuoso sofá de la habitación del diestro; estaban cansados. Habían bailado mucho y necesitaban relajarse. Mientras Luis se daba una ducha, Luz se entretuvo leyendo la prensa del día en que, por supuesto, daba referencia a la actuación de Arango en una crónica que a Luz le estaba pareciendo fantástica.

El redactor ponderaba la actuación del diestro en la plaza caleña con un fervor inusitado, le rendía honores al torero local que, en la tarde anterior, se había consagrado como un gran artista en la plaza de Cañaveralejo de la monumental ciudad de Cali, que es un referente taurino emblemático en Colombia y en el resto del mundo. Todo era nuevo para Luz puesto ella jamás hubiese siquiera sospechado que leería alguna vez una crónica de una corrida de toros puesto que a dicho espectáculo lo desconocía por completo y, lo que es peor, no tenía interés alguno por conocerlo. Sin embargo, nadie está exento de recorrer los vericuetos que la vida quiera darle o planearle. Salió Luis del baño en ropa interior y Luz se quedó anonadada al ver su cuerpo; era un cuerpo estilizado, propio de un torero; no tenía ni un gramo de grasa, era todo músculo; estaba perfecto en su anatomía, cuerpo moreno como pocos y, ¡cosido a cornadas! Esas cicatrices hicieron mella en el alma de Luz que, al contemplarlo, quedaba atónita. Mientras tanto, el diestro se acercó a la muchachita que estaba reclinada en el sofá y, de repente, sus manos comenzaron a acariciarle su bellísimo cuerpo. Luz quedó atrapada por la seducción de Arango que, con ternura infinita, seducía a la muchachita. Ella se sentía excitada como mujer y, de pronto, sus bocas quedaron selladas por un apasionado beso.

Pla Ventura