La sorpresa de los directivos del hotel resultó monumental cuando se les requirió en la comisaría de policía para identificar al tipo detenido que, sin más dilación, se declaraba culpable. El director del hotel, Marcelo Marín, quedó estupefacto cuando vio al delincuente detenido. ¡No era otro que Gonzalo Millán, un antiguo empleado del hotel! El señor Marín lo identificó y, naturalmente, este agresor delictivo pasó a manos de la policía. Marcelo no creía posible lo que estaba presenciando. Un hombre que había sido empleado del hotel, de repente, convertido en vil agresor y con instintos asesinos. Nadie comprendía los hechos. Todos estaban conmocionados.

El gerente que acompañó al director del hotel sostenía que la actitud de Gonzalo Millán era la propia de un esquizofrénico. En principio, los años que dicho individuo estuvo como empleado, su comportamiento resultó admirable. Días más tarde se pudo saber que el tal Millán, desde que se marchara del hotel, su comportamiento dejaba mucho que desear y, lo que es peor, se había adentrado en el mundo de la droga, razonamiento que venía a demostrar su maldita actitud. Tras el intento de asesinato a la señorita Daniela, don Marcelo Marín, responsable directo de todos los asuntos del hotel, rogaba para que triunfara la justicia y que dicho tipo se pudriera entre rejas.

Habían transcurrido dos días desde el amargo incidente y repuesta ya del tremendo susto, Luz deseaba visitar a su compañera. Es cierto que, en estos días, Luz había tenido el privilegio de que le dieron dos días de descanso porque su cuerpo así lo demandaba. Soportó un shock muy grande y su persona quedó maltrecha. Sintiéndose ella mejor decidió acudir al hospital donde estaba internada su compañera.

–¡Luz! –dijo Daniela con voz entrecortada. No te esperaba. ¡Qué alegría me estás dando!

–¿Cómo estás? –preguntó Luz.

–He estado dos días en la unidad de cuidados intensivos y, como percibes, apenas puedo hablar, pero estoy fuera de peligro. Me han dicho los doctores que la herida es muy importante. Faltaron milímetros para que el mal nacido que me atacó me seccionara por completo la yugular. Estaré bastantes días aquí dentro y, lo que es peor, es que me quedará una cicatriz de las llamadas de espejo que me acompañará mientras viva. Pero, todo lo doy por bien empleado, Luz, habiendo salvado la vida. Apenas recuerdo nada de lo ocurrido, entre tinieblas, quiero adivinar su cara, pero es un recuerdo muy vago. Lo que te diga es justamente lo que me han contado, que ciertamente, si no llegas a estar tú cerquita, con toda seguridad me hubiera desangrado en la habitación. Perdí el conocimiento porque, según los doctores, la hemorragia fue horrible ya que perdí casi dos litros de sangre y me salvé de milagro. En verdad, el milagro fuiste tú que estabas allí para ayudarme.

–Relájate Daniela; ya ha pasado lo peor. Estás viva; démosle gracias a Dios que en verdad es el que todo lo puede y el que, por consiguiente, ha permitido que ahora estés contando el cuento, nuevamente aquí, entre nosotros. Quédate tranquila, mientras estés ingresada trataré de venir a verte todos los días. Será por la noche puesto que, tras este breve descanso que me dieron gracias a ti –sonreía Luz–, mañana empiezo la tarea normal y son diez horas como bien sabes.

Tras abordar las dos muchachas los temas más trascendentales del incidente, Luz se quedó un buen rato al lado de su amiga porque notó que su presencia la reconfortaba por completo y ella también disfrutaba el momento. Este encuentro sirvió para que dos chiquitas que sólo se conocían por el trabajo, pudieran conocerse mejor, en profundidad. Es decir, que no hay mal que por bien no venga, y este desventurado hecho sirvió como detonante para que, ambas, desnudaran sus corazones al unísono y, desde aquel momento, naciera una linda amistad.

Al día siguiente, cuando se reincorporó Luz al trabajo, a la llegada, se llevó una sorpresa increíble. El director del hotel y el propio gerente la estaban esperando para agasajarla. Un espléndido ramo de flores posó en sus brazos y le dieron las gracias por su actitud en aquel nefasto día del incidente. Todo el mundo sabía que, de no haber sido por su ayuda vital en un momento tan amargo y peligroso, Daniela hubiera muerto en la habitación.

Como se comprobaba, la gratitud era el detonante de aquellos hombres hacia la muchacha que, sin importarle el peligro que hubiera podido correr caso de quedarse el delincuente en la habitación, no dudó en socorrer a la compañera. Ciertamente, en honor a la verdad, Luz, con su acción, sólo hizo que cumplir una de las leyes del hotel, la propia solidaridad de los compañeros unos para con los otros.

–¡Gracias! –susurró entre lágrimas, Luz

–¡Muchas gracias, son ustedes muy amables!

–Por cierto, señor Marín, –preguntó Luz– ¿Sigue el señor Arango hospedado en el hotel?

–¡Ah, claro!, ya sé por qué lo pregunta usted. Por supuesto que Luis Arango sigue en nuestro hotel, se quedará todavía una semana porque, como sabemos, la feria en la plaza de toros de Cañaveralejo durará todavía siete días y Arango, como hombre importante en su mundillo aunque ha cumplido sus compromisos como matador de toros en dicha plaza, se quiere quedar hasta que finalice la feria. Su próximo festejo en el que actuará tendrá lugar dentro de quince días en la plaza de toros Santa María de Bogotá.

–¡Gracias, don Marcelo! Era pura curiosidad. Lo aprecio mucho y, como quiera que he estado dos días ausente, no sabía exactamente si se había marchado o no.

–Disfrute usted de su amistad y su cariño que, repito, este hecho nos prestigia a todos. Empezó Luz su tarea laboral en el hotel y, el día se le pasó volando; en realidad, apenas pudo trabajar. Se la pasó atendiendo a todos los compañeros que, sabedores del maldito incidente que llevó a Daniela al hospital, todos querían saber y le preguntaban al respecto; digamos que, en el núcleo hotelero, Luz se había convertido en la protagonista de todo.

Se hizo famosa entre los suyos y, atacada por el rubor, contestaba a unos y a otros. Para muchos era pura curiosidad por saber qué había ocurrido; otros le preguntaban con el corazón en la mano pero lo que sí resultó ser una verdad que aplastaba es que Luz era el centro de atención de todos. Los mismos clientes la felicitaban, la agasajaban y para todos era un modelo a seguir. Una muchachita ejemplar que, con su actitud se ganó el respeto de todos: desde las altas esferas del poder del hotel hasta el último de sus compañeros.

Estaba terminando su jornada y prácticamente estaba dispuesta para marcharse cuando, de repente, oyó una voz que la llamó por su nombre: ¡Luz! Escuchó al fondo del hall del hotel. Era Luis Arango que regresaba de la plaza de toros donde había sido espectador de excepción en una tarde que, por culpa de los toros según contó el diestro, no tuvieron fortuna sus compañeros españoles, para mayor desdicha, Antonio Cortés cayó herido ante un toro de Dos Gutiérrez, el ganadero colombiano. La alegría era inmensa por parte de ambos. Arango era sabedor de la hazaña de Luz al socorrer a Daniela, y el diestro le mostraba su afecto llenándola de besos. Ambos lloraban de alegría, los sentimientos del uno hacia el otro tenían el mismo calado; el afecto inmenso que, a no dudar, los dos anhelaban que se convirtiera en el más bello amor.

Pla Ventura