Luz se había quedado más tranquila, intuía que la recuperación de Arango era un hecho, por ello, al día siguiente en el trabajo, ya sonreía de nuevo. Se sentía absolutamente feliz, había pasado por un trance muy amargo, una situación que jamás hubiera sospechado en la vida que pudiera vivir. Aquello de ser espectadora de una cruel cornada y, para mayor desdicha, sufrida por su amado, le había quitado hasta el sentido.

Pero ella iba superando su dolor del alma, en la misma medida de lo posible, que se iba restableciendo el cuerpo de Luis Arango. En el hotel, Luz era otra vez la atracción del centro hotelero. Todas las miradas se encaminaban hacia ella. La gerencia del hotel, así como todos sus compañeros, sabían de la relación amorosa de la muchacha con el diestro y aquella circunstancia, fortuita para ella, la hacían protagonista ante todos sus compañeros. Unos la miraban con envidia, otros con admiración, pero siempre quedaba Luz en el centro de todas las miradas.

Por supuesto que, aquella relación no había empañado para nada su buen hacer en el trabajo, su humildad seguía inmaculada, su talante tan bello como siempre y su atención hacia los clientes, cuando tenía que tratarles, era un modelo de educación; precisamente la que adquirió y se le enseñó en su casa y, lógicamente, la que había aprendido en su centro de trabajo como empleada eficiente y honorable. Su jornada transcurrió pletórica. Se sentía dichosa porque el mal trance ya había pasado, y ahora esperaba un nuevo amanecer en su vida y, ante todo, en la vida de su amado Luis. Pese a lo avanzado de la hora, Luz estaba inquieta; podía haberse ido a la casa pero, prefirió hacer lo que le demandaba su corazón, que no era otra cosa que marcharse al hospital para intentar ver a Luis; irse a su casa sin verle se le antojaba bastante traumático.

Allí se presentó y su sorpresa fue mayúscula: ¡Luis estaba ya en planta, en una habitación común! Maltrecho, dolorido, entubado, sondado… pero fuera de todo peligro. Un beso de su amada acarició la mejilla de Luis al tiempo que Luz le cogía de la mano para animarle, apenas podía hablar el diestro pero al verla cambió su semblante por completo.

–No sufras, amor, estoy bien –susurraba Luis–.

Aquel encuentro supuso para el diestro el mejor sedante para su alma y su maltrecho cuerpo.

–No quiero apartarme de ti, amor; me quedo contigo toda la noche –repetía la muchachita.

–No, Luz –dijo el diestro en tono bajito–, márchate a tu hogar para descansar que mañana tienes que trabajar de nuevo. Estoy bien atendido. Como estás viendo, las enfermeras están velando por mí y cualquier cosa que necesite todos están pendientes de mi persona.

Luis tenía razón y una vez comprobado el estado anímico y físico del diestro, su amadita se marchó tranquila. Se iba feliz porque en poco más de dos días, la evolución de Luis Arango, como si de un milagro se tratase, alcanzaba metas insospechadas. Ya sabemos que los toreros, en su inmensa mayoría, son todos de una pasta muy especial y, en honor a la verdad, nada tienen que ver con el resto de los mortales. Una vez en casa, antes de que doña Liliana le preguntara, dijo la muchachita:

–¡Mamá, Luis está muy bien! Vengo del hospital y, aunque muy dolorido, su estado general es bueno. Ya está en una habitación en planta, lo cual evidencia que su recuperación es un hecho constatado.

–¿Por qué no te has quedado con él cuidándolo toda la noche? –preguntó su madrecita.

–Luis no ha querido, madre; él sabe que mañana tengo que trabajar y, como me ha dicho, bastante tuve con la noche anterior que, sufriendo por él, no pude conciliar el sueño.

–Por cierto, hijita, ha llamado Candelita y me ha dicho que necesita hablar contigo con urgencia. He notado en sus palabras mucha ansiedad por hablarte y, como me ha dicho, también por encontrarse contigo. ¿No será nada malo, verdad?

–No, mamá; es que, hace un tiempo me dijo que quería marcharse a España y me pidió que la acompañase. ¿Recuerdas que te conté Mami?

–¡Por Dios, mi hijita! Sí, recuerdo, pero… ¿cómo que irte a España? ¿Estás loca, mi amor? No me digas eso ni en broma. Es cierto que cosas materiales tenemos pocas, pero hija, en casa, como sabes, reina el amor; tu padre y yo, junto con tus hermanos, formamos una piña y somos una familia muy unida, llena de amor. No veo que tengas ninguna necesidad de marcharte a España; además, eso queda muy lejos. ¿Verdad?

–No sufras madre que, por el momento, me quedo aquí para siempre y mucho más ahora que, como sabes, el amor llamó a mi puerta. Estas palabras tranquilizaron a doña Liliana que se marchó a la cama mucho más sosegada. Es cierto que, ante la primera impresión por lo dicho por su hija, se intranquilizó; ellos eran, una familia muy unida y, la posible marcha de Luz hacia España denotaría que faltaría un miembro en dicha familia que era vital para la felicidad de la familia y; a su vez, para que, ayudara económicamente en casa puesto que las penurias seguían siendo las mismas; vivían con lo justo y la esperanza de la señora era el sueldo de su hija para combatir las estrecheces con las que vivían. No se morían de hambre, por supuesto; pero lujos no había ninguno en la casa, lo estrictamente básico y necesario y nada más tenían y lo administraban como si de un gran tesoro se tratase. Ya dormían todos cuando, en mitad de la noche, sonó el teléfono.

–¡Aló! –respondió Luz, un poco intranquila.

–Soy Candelita, –se escuchó del otro lado del cable–, y quiero hablarte, Luz; necesito que nos veamos mañana con urgencia. He tomado la decisión de irme a España definitivamente y te suplico que me acompañes. Mañana, si te parece, te mostraré todos los detalles que tengo previsto para que hagamos el viaje. No puedes fallarme, Luz; eres mi única y gran amiga, y es una decisión tan trascendental, necesito tenerte a mi lado. Se lo mucho que te estoy pidiendo pero, si me acompañas, seré la mujer más feliz del mundo. Tú sabes que, juntas, lograremos lo que aquí no tendremos jamás. España, como me ha dicho una prima mía que vive allá, es la tierra prometida. Son muchos los colombianos que viven allí y nadie regresa, lo cual quiere decir que deben de estar bien, ¿verdad? Es más, me han dicho que desde España me mandan un contrato de trabajo y, de tal modo, todo será más fácil.

Si te parece, nos juntamos y que nos mandan dos contratos así podemos ir juntas sin más problemas. Luz se quedó sin habla. Apenas podía responderle a su amiga, Candelita lo había dicho todo y ella no acertaba en articular las palabras certeras. Además, era ya media noche y no podía pensar ni razonar y, mucho menos, con todo el trance que había pasado con las circunstancias de su amado. Por supuesto que sus amoríos con el torero Luz los llevaba bastante en secreto. En el hotel lo sabía todo el mundo pero ella no había participado a cuantos la querían de la buena nueva de su amor para con el diestro caleño.

Sin duda alguna que por cuanto estaba viviendo, ella le daría una respuesta negativa a Candelita pero no quería decirle no sin antes haberla escuchado. Luz escuchó a su amiga y se quedó asustada, que les mandaban dos contratos de trabajo. Dicha afirmación sí que la dejó más atónita que contenta. Muy raro le parecía todo esto.

–Mañana –respondió Luz–, si te parece, nos llamamos y quedamos de encontrarnos personalmente para hablar del tema que, para ti, como me dices, es de vital importancia. Ahora, si me disculpas, estoy muy cansada y apenas me quedan fuerzas, he tenido un día muy intenso Candelita. Que tengas una buena noche y mañana hablamos. Ambas se despidieron y ahí quedó la conversación pero Luz estaba inquieta.

Se sentía comprometida ante las palabras de su amiga y, en realidad, no le apetecía para nada irse ahora a España. No podía dormir porque, sin duda alguna, al día siguiente tenía que confesarle a Candelita su verdad y sufría por si ella no era capaz de entenderla. Podía romperse una verdadera amistad que gozaban ambas muchachitas hace ya algunos años, pero Luz tenía demasiados motivos hermosos como para no querer dejar su Cali querido. Tenía trabajo, había conseguido el amor de un muchacho extraordinario que, para mayor dicha, era un diestro famoso en Colombia y en España. Ciertamente, la fama de Arango no era lo que a Luz la deslumbraba, lo que le fascinaba era sentirse amada por el diestro, ella lo veía como el muchacho enamorado que le había entregado todo su amor y la fama y todo el oropel que lo rodeaba no le importaba para nada. Es más, ella siempre procuraba apartarse de todas las circunstancias que rodeaban al famoso Luis Arango. A Luz sólo le interesaba el hombre, y la fama y todo lo demás de lo que gozaba el diestro no la inquietaban para nada.

Fueron muchas las preguntas que Luz se hacía al respecto de su amiga y, por dicha razón, apenas pudo dormir otra vez en toda la noche. Tenía que darle razones convincentes para que su negativa de marcharse no dañara la amistad que ambas gozaban. Es cierto que Candelita no sabía de las últimas circunstancias que adornaban la vida de Luz. Era todo un dilema el que la muchacha tenía sobre su cabeza y, al día siguiente, tenía que contárselo todo a su amiga querida que, como pudo comprobar, estaba decidida con lo de marcharse a España de verdad.