Al arrastrarse el sexto toro, se me vino a la cabeza la maratoniana extensión de este ciclo de San Isidro. Tampoco pude olvidar la pobre composición del cartel de hoy, que poco dista de muchos otros de esta Feria. Debutaba en San Isidro el que otrora fuera ídolo de Madrid como matador de toros: José Miguel Arroyo, “Joselito”. Para tan señalada fecha presentó cuatro toros de “El Tajo” y dos de “La Reina”, los dos devueltos por su manifiesta invalidez. Si irreprochable fue la presentación, no puede decirse lo mismo de su juego. El habitual de la tauromaquia 2.0: animales carentes de casta y de poder, ayunos de bravura y tontos como ovejas. Menos mal que los sobreros aportaron algo de emoción…

 

Abrió tan exasperante tarde el que dicen que manda en el toreo mexicano, el número uno, Joselito Adame. ¡Dios mío, cómo será el peor! El toro saltó en primer lugar también debió ser devuelto. Apuntó buenas condiciones, pero acuñando el lema de la Asociación El Toro de Madrid: sin toro no hay nada. El animal rodó por el suelo, pese a que humilló y demostró tener fijeza. Sin embargo, las embestidas del torillo derivan en acometidas cada vez más defensivas, perdiendo recorrida y defendiéndose por arriba. Adame construyó un monumento al toreo vulgar y ventajista. Aburrió sobre manera. Volvió a salir al ruedo en el quite al tercero. Un bicho que manifestaba por ruedo su tetrapléjica condición. El mexicano en un alarde de inconsciencia, de negligencia, de incompetencia o de mala fe lo sometió a un quite largo y pegando tirones por verónicas. Se cargó al toro y salió Florito. Ya en el cuarto, tampoco demostró tener esas virtudes que tanto le cantan en Nueva España. Será que no le caben en el pasaje. Mató de un infame bajonazo tras tres pinchazos. Gracias a Dios, solo lo tenemos una tarde este año.

 

Precioso fue el primer toro que correspondió en suerte a Román. Sin embargo, se rompió antes de tomar de embestir por primera vez al capote del valenciano, quedando flagrantemente descoordinado. Ovación para Florito. Salió en su lugar un poco atractivo toro de Torrealta, pese a su seriedad. El animal galopaba con suavidad y sin acabar de humillar, sin duda por lo corto de su cuello. Derribó a Óscar Bernal, que no le dio tiempo a meter las cuerdas. Por tanto, se cambió el tercio con un solo puyazo. Con mucha disposición le planteó la muleta Román. Demostró, una vez más, tener un valor suicida, virginal. La naturalidad no solo no forzar la figura, sino también no transmitir miedo al tendido. La gente mantenía el alma en vilo. En cada arrancada parecía que el toro iba a coger a Román. Si a ese valor se le suma la poco depurada técnica del diestro, ya me dirán ustedes. El toro exigía temple, mando y mano baja. En el tercer muletazo, acortaba el recorrido y se vencía. Darle pasos en ese instante no hubiera estado mal. Por el pitón izquierdo se le coló dos veces, por el hueco que el propio matador daba… El bajonazo facilitó que el presidente se agarrara como si de un clavo ardiente se tratara para evitar la oreja. Vuelta al ruedo El quinto fue un toro simple, sin poder y sin transmisión. Eso sí, mucha nobleza. ¡Que no falte gaseosa en el vino! Los primeros tercios brillaron por su ausencia. Y con la muleta Román se limitó a estar fuera de cacho y a enganchar la muleta.

 

Y cerró la tarde Álvaro Lorenzo, a quien le correspondió el mejor lote, sin lugar a duda. Una vez más, demostró no ser el torero que los grandes medios quieren vendernos. El tercero bis fue un fuerte sobrero de Montealto. El animal manseó desde que salió al ruedo. Sin embargo, derrochó casta y genio. Se le picó poco, muy poco. Primero cabeceó para quitarse la puya, y luego salió huyendo del castigo. Humillaba mucho por ambos pitones, sobre todo por el izquierdo, ya que, por el otro, soltaba un pequeño derrote. Cuando lo cerraban los banderilleros en el burladero salió huyendo a chiqueros. Lorenzo lo recogió y lo llevó a los terrenos donde el diestro quería. El animal acusó la incomodidad que eso le suponía. Empezó a cabecear y a acortar el recorrido. El toledano no lo quería ni ver, se limitó a pegar mantazos periféricos sin poder al toro. Cada vez lo encerraba más. No tiró la moneda. No puso la garra que la situación exigía. Lo suyo hubiera sido irse donde el toro quisiera, pero no. El toro tenía más dentro, o al menos, no pudimos comprobarlo. Cerró la corrida el mejor toro del hierro titular. Un toro al uso de la nueva tauromaquia que nos ha tocado sufrir. Un animal noble, digno de canonización; con humillación y mucho ritmo; eso sí, sin fuera, para que no moleste. Paso sin pena ni gloria por el caballo, como muchos, demasiados todos. Si Lorenzo había demostrado en su primero todas sus carencias, en el segundo demostró su concepto del toro: ventajista. Citaba con el pico, con la pierna muy retrasada, y se aliviaba vaciando lo más por fuera posible. Con algún que otro enganchón de por medio. Así, una y otra vez, mientras la embestida del toro se iba diluyendo. Pinchó y mató e indiferencia.

 

Por Francisco Díaz.