Fue la novillada de ayer un festejo cargado de matices (entretenida en algunos momentos; aburrida, en otros; e indignante en los restantes), con la presencia indeseada, aunque no inesperada, de la lluvia. Para abrir el serial, en cuanto a los festejos a pie, se programó una novillada para los valientes novilleros (parafraseando la cartelería de antaño), todos nuevos en esta plaza, José Enrique Colombo, Daniel Menés y Pablo Mora. La ganadería anunciada para el acontecimiento, ingrediente principal, tan denostado últimamente, era la de Don Zacarías Moreno, cuya procedencia resulta de la suma de las sangres de Garcigrande, Don Daniel Ruiz y El Ventorrillo.

Colombo toca pelo

El ganado resultó muy variado en comportamientos, todos ellos incluibles en lo que corresponde al nuevo concepto del toro bravo: desde el máximo exponente del bravo (el de duración, humillación, clase…) hasta el manso de libro. Todo ello, empapelado en el enorme envoltorio de la nobleza. Salvo el último, tuvieron remate en sus hechuras, pese a sus pobres caras. Ese sexto, vergonzoso. Parece ser que salió al ruedo por equivocación de los corraleros. Fueron primero y sexto los de menores posibilidades del envío madrileño. El primero acusó desde un primer momento su inexistente raza y fortaleza, derrumbándose en todo momento. Al igual que la sardina que saltó en último lugar, acabó buscando el refugio de tablas. Huyendo. Poco pudo hacer José Enrique Colombo en su primero, más que desplegar sus repertorio capotero, su atlético tercio de banderillas y matar con habilidad.

Cuarto y quinto tuvieron comportamientos vulgares, aquello que ahora denominan manejables. Novillos nobles, bajos de casta, obedientes a los toques. El segundo del lote del venezolano apuntó a clase en los primeros compases de la faena, parecía que mantendría la línea de los dos anteriores. Sin embargo, esa escasa raza, a la que se hacía mención, impidió que el animal tuviera finales. Anduvo correcto Colombo, sin ser lo arrollador de otras ocasiones, recurriendo al final arrimón, lo cual metió al público en la faena, cortando una oreja. El quinto exigía firmeza y esperar la arrancada del animal, para abarcarlo y conducirlo. Escasa transmisión, y escaso oficio del madrileño Menés, hijo de Iluminado. Sainete con el estoque.

Las notas más altas de la corrida, en cuanto a lo ganadero, tuvieron lugar en los novillos segundo y tercero, sobre todo este último. El primero tuvo humillación, recorrido y mucha clase: embestida templada y “haciendo el avión”. Tras un mero trámite, el relativo al tercio de varas, desarrolló muy buena condición, ante un Menés dispuesto, pero excesivamente verde. Carente de mando, temple y de conocimiento de la colocación. De la espada, mejor no hablar. Engañoso resultó el tercio de varas del tercero, pues tras la primera y única vara, en la que derribó, salió huyendo. Humilladas, nobles y enclasadas, con el picantito que da la casta, fueron las embestidas de este novillo. Muy verde está Mora. Sin embargo, se atisban buenas maneras y un gratificante concepto para el aficionado, clásico y puro. Mejores resultaron los naturales al sexto.

Plaza de Toros de Cuatro Caminos de Santander, novillos de Don Zacarías Moreno para: José Enrique Colombo: ovación y oreja; Daniel Menés: silencio tras dos avisos y silencio tras dos avisos; y Pablo Mora: ovación tras aviso y ovación tras aviso. Entrada: media plaza.

 

Por Borja Dominguez Mota

Fotografia y agradecimiento Arjona