Por Francisco Díaz Sánchez. Fotografías de Javier Arroyo.

Decepcionante corrida de los Herederos de Don José Cebada Gago, por mansa, descastada y, a veces, rozando la invalidez. Es ya una verdad incontestable la mala presentación de los ejemplares lidiados, será eso del toro el tipo. Hoy solamente ha resultado presentable el quinto, con uno impropio, el sexto, y el resto más que justo. Corrida irreconocible, solo en lo astifino de los pitones y las capas. Y me duele, mucho, en el alma. Se anunciaron para dar lidia y muerte a la corrida Octavio Chacón, Luis Bolívar y Juan del Álamo. De las labores toreras solo ha destacado la del primero, con una salida a hombros cuestionable, por tener delante un inexistente oponente, cojo y flojo. Por lo demás, magnífica la actuación lidiadora del gaditano, torero y en el papel de director de lidia, desde que salió hasta que se fue. Este torero necesita más.

 

Rompió la tarde un toro de pelo castaño, que atendía al nombre de “Divertido”, que demostró su mansa y descastada condición desde que saltó al ruedo. Sus primeras arrancadas fueron rebrincadas y defensivas, buscando los terrenos de dentro. Una vez finalizado el recibo capotero por parte de Octavio Chacón, buscó en su huida la querencia de chiqueros. A cargo de Juan Melgar transcurrió la suerte de varas, que recetó dos puyazos largos y traseros, tapando la cara descabelladamente en el primero. El comportamiento del toro, durante tan importante trance de la lidia, fue el correspondiente a un manso de solemnidad: soltando bruscos y violentos derrotes con la intención de quitarse el palo. Tercio de banderillas muy complicado para los de plata, por la poca fijeza del animal, que además se daba la vuelta del revés. Con la muleta, Octavio Chacón demostró ser un magnífico lidiador, tal vez el mejor a fecha de hoy. Esta faceta se conjugó con el toreo festivo y populista que cala en Pamplona. La clave de la faena, en el toreo fundamental, fueron las distancias y las alturas, siempre en la querencia del toro y en los terrenos de dentro. En un arrebato, donde protagonizó un torero desplante a favor de querencia, fue prendido de muy feas maneras, girando sobre el pitón. A continuación del percance, tiró de quietud, de mucha quietud. Todo ello, y tras el efectivo espadazo en el rincón de Ordóñez, se premió con una justa oreja.

 

“Pesadilla” fue un toro feo, cuesta arriba y con poco cuello, cuya lidia y muerte correspondió a Luis Bolívar. El toro no humilló ni un solo momento y, además, se venció por el pitón izquierdo en el recibo. El tercio de varas lo protagonizó, con dos soberbios puyazos en cuanto a colocación, Félix Majada, mayoral de Victorino Martín. En el primer puyazo, mantuvo dos comportamientos totalmente distintos: primero, empujó levantando los cuartos traseros y empujando (eso sí, con la cara a su altura); y la segunda, con el toro a la defensiva, en la que se le tapó la salida. En la segunda vara reglamentaria el animal se defendió como un limousine. Dificultosa lidia por la mansa condición del toro. Con la muleta, pareció ser que aquello iba a tomar vuelo, pese al evidente descaste. La faena de Bolívar tuvo dos tiempos: un primero en el que templó a la altura del toro, llevándolo en línea para alargar la embestida del morlaco. Sin embargo, cuando la faena debería prender vuelo, la mala colación del torero fue lo habitual, siempre en el cuello, en vez de buscar el pitón contrario y meterse más con el bicho. Por momentos lo hizo. Se tiró a matar de esa forma tan horrible, que tan de moda se ha puesto, que no consiste en otra cosa más que suicidarse contra la testuz del toro.

 

El tercer turno correspondió a Juan del Álamo, que tuvo que estoquear a “Delantero”. En el recibo capotero fue el mejor de lo que iba de tarde, solamente deslucido por la forma de defenderse echando las manos para delante, que conducía a un brusco derrote al final del pasaje. Una vez llegó el tercio de varas, a cargo de Juan Francisco Peña, que picó muy trasero, como suele ser habitual en los últimos años. El toro empujo con un solo pitón, humillando, mientras se le tapaba la salida. “Jarocho” anduvo fácil con el capote como suele ser en él norma. La faena de muleta se dividió en tres fases, por su distribución temporal, que podrían resumirse en dos: una de toreo muy populista y otra de toreo fundamental. La primera tuvo lugar al principio y al final del tercio, con toreo de rodillas, la última con martinetes. En el toreo fundamental no aprovechó suficientemente el potable pitón derecho del castaño, con ese toreo tan característico, por ventajista, del salmantino: sin descubrir que uno debe cruzarse y llevarse el toro atrás. Buena estocada que le sirvió para arrancar una oreja.

 

“Punterito” se arrastró entre la ovación del público, a mi juicio inmerecida por la invalidez manifiesta del toro. Desde que asomó por toriles, una bella, muy bella estampa, dejó patente que tendría poca, muy poca, fuerza. En el capote se empleó bien, con clase, temple, recorrido y humillación. Octavio Chacón se estiró bien a la verónica. Acudió al relance al primer encuentro, para dejarse pegar sin hacer una verdadera pelea de bravo. En el segundo, el gaditano lo colocó muy largo, con ese respeto que tanto le honra por el aficionado y la lidia completa del toro bravo, para que se arrancara pronto y alegre, con un hermoso capote que hizo levantar las palmas del respetable. Sin embargo, la pelea en el peto, donde realmente se manifiesta la bravura de un toro, fue insuficiente. Durante el transcurso del segundo tercio, el burel sufrió una evidente lesión en la pata izquierda. El toro, que debería haber levantado las protestas por su obvia debilidad, tuvo que ser devuelto: un público festivo y un palco de postureo no hicieron ese favor a la Fiesta. El toro quedó muy afligido, y eso condicionó sobremanera el transcurso de la faena. Octavio Chacón, con su legítimo afán de contratos, lo intentó por ambos pitones, buscando cumplir con los cánones del toreo, pero debería haber abreviado, el toro bravo no se merece arrastrarse impotente e incapaz por el ruedo. Los despenó de una estocada contraria y le valió una injustificada oreja.

 

“Aceitunero” fue el toro de mayor entidad de la tarde, con muchísima diferencia, además era otra verdadera pintura. Su salida fue impactante por el galope codicioso con el que saltó, pese a salir al revés. Lo recibió Luis Bolívar con el capote, momento en que el toro demostró tener poca fuerza, no tan poca como el anterior. Sin embargo, se le preveía nobleza y humillación, sobre todo se puso de manifiesto en la revolera del quite de Del Álamo. Fue picado trasero por parte de Ismael Alcón, de feas y defectuosas formas por trasero. El segundo tercio de banderillas fue el más destacado de la tarde, protagonizado por Gustavo Adolfo García y Fernando Sánchez, que en otra plaza seguramente no hubiera pasado desapercibido. Con la seda en la mano, Luis Bolívar lo intentó rodilla en tierra, una vez más en esta tarde, con toreo en redondo. Ya de pie, dio una verdadera clase de destoreo, siempre al hilo del pitón, escondiendo la pierna, llevándolo hacia fuera y citando con el pico. El toro, pese a su nula casta, iba y venía con bondad, que permitía estar en la cara sin mucha dificultad. Con la izquierda, la labor del colombiano fue un verdadero despropósito: los repetidos enganchones agriaron la condición del toro, que acabó aburriéndose. Estocada desprendida y tendida, tapando la cara.

 

“Muchacho” fue una verdadera raspa, que se salvaba por lo descarado su cornamenta. Otro toro de nula casta y bravura, que se movió por el ruedo sin más. Delante un Juan del Álamo sin ideas y afición. Manseó descaradamente, el que más, en varas, saliendo huyendo como un cochino al sentir el hierro. En banderillas no permitió más que limitarse a cumplir, por parte de las cuadrillas. Incómodo y andarín, esperando que llegara el momento de su muerte. El salmantino a lo suyo, como cada tarde. Lo mató de estocado y muchos, demasiados descabellos.

 

Programa de mano.