Por Francisco Díaz. Fotografías de Plaza 1.

La corrupción de la Fiesta, instigada por un sistema putrefacto, conduce irremediablemente a la desaparición de aquello cuanto amamos: la Fiesta de los Toros. Está siendo una constante en San Isidro la devaluación de la importancia del toro, lo cual se pone más de manifiesta cuando se anuncian las insultantemente llamadas figuras. En el día de ayer, se llevaron a Las Ventas del Espíritu Santo de Madrid seis animales impropios, por su presentación para una plaza de esa categoría: dicen que hubo una época en la que fue la primera del mundo, de las ganaderías de Garcigrande y de Domingo Hernández. Para dar lidia y muerte se acartelaron dos supuestos figurones históricos del toreo, de aquellos que hacen el mejor de todos los tiempos: Enrique Ponce y Sebastián Castella. Junto a los anteriores, confirmó la alternativa Jesús Enrique Colombo, cuyos méritos quedan limitados a los vaivenes empresariales.

 

Tal y como correspondía, el venezolano dio lidia y muerte al primer y último toro de la tarde. Ninguno de los dos ejemplares que le correspondieron grandes condiciones para la lidia. El primero fue un animal que se defendió en varas, pese al derribo por coger por los pechos, y que siempre buscó los terrenos de adentro. En el tercio de muleta puso en evidencia la nula casta que por su sangre corría. Jesús Enrique Colombo quiso gustar buscando siempre la buena postura. Sin embargo, su inexperiencia hizo que siempre se quedara fuera de cacho, con carreras para tenerse que volver a colocar en el sitio. En su último toro, volvió a ponerse de manifiesto, de manera más que obvia, lo verde que está. Inició la faena de rodillas, a partir de ahí todo fueron enganchones y más enganchones. Buena estocada para concluir su confirmación en Madrid.

 

El segundo de la tarde fue una verdadera vergüenza para la Fiesta: un novillo, una raspa, un gato. Además de ello, como si fuera poco, su invalidez era que tal que no podía desplazarse por el ruedo, lo cual lo hizo merecedor de regresar a las mazmorras de Florito, que con gran eficiencia lo recogió. Salió el primer sobrero, de Valdefresno, un animal para nada sobrado de fuerzas. Se emplazó en chiquero, y Mariano de la Viña lo paró con gran solvencia. En sus encuentros de dejó pegar sin más, con castigo excesivo vistas sus condiciones. Tras esto, quitó Ponce con dos delantales y una buena media. Llegado el tercio de muerte, el valenciano hizo posturitas ante un animal de nulo fondo de casta, citando fuera de sitio, descargando la suerte y llevándolo lo más lejos, que no largo, posible, sin saber que su muleta tenía panza. Mató de estocada caída y, sorpresivamente, hubo petición de oreja. El segundo torito que le correspondió en suerte no estuvo, precisamente, bien presentado. En los primeros compases, se venció por ambos pitones, impidiendo el lucimiento de su matador. Ha sido, hasta el momento, el toro que mejor se ha comportado en el caballo, empujando en ambos encuentros con los riñones y, en consecuencia, derribando. Sin embargo, no todo puede ser perfecto y fue fatalmente picado. Ay, Agustín Navarro, cuanto nos acordaremos. En la muleta desbordó a Ponce, que quiso hacer creer que era peor de lo que verdaderamente era. Viendo su comportamiento con el picador, todo indicaba que lo más apropiado hubiera sido plantear la faena en los medios. No obstante, el valenciano se empeño a torearlo entre las dos rayas. Estocada caída y gran ovación.

 

Sin duda alguna, el lote de la tarde correspondió a Sebastián Castella, dos animales para encumbrarse en Madrid. El primero fue un animal que manseó en los primeros tercios. Aunque, durante la brega, hubo exceso de capotazos, es de destacar, por poderosa, la labor de José Chacón, plata de oro. En los primeros compases de la faena se vislumbró cuál era la receta que requería el toro: distancia. Cuando Castella le dejaba el sitio preciso, el animal respondía. Sin embargo, en la distancia corta tendía a derrotar. Esto sumado a la falta de mando y de temple hizo que el toro resultara muy complicado. Lo peor, lo más degradante para este arte que tanto defendemos y amamos, tuvo lugar en el quinto toro: un castaño de escaso remate, pero con todas las cualidades que el postoreo busca. En el recibo capotero, un error de Castella (colocarse en la trayectoria del toro hacia los adentros) hizo que se viviera un espeluznante momento, pero el milagro se obró. Con un tobillo abierto en canal, decidió proseguir con la lidia, algo digno de ovación. Inició la faena rodilla en tierra, siendo algo de gran riesgo y reconocimiento. A partir de ahí, todo fue destoreo, llevando al animal en línea recta, descargando la suerte y citando con el pico. Sin mando alguno, templado, eso sí. Todo por el pitón derecho, con un buen cambio de mano, después de eso, la mano izquierda para sujetar el móvil o abrir la puerta del coche. Arrimón. Locura en los tendidos. Estocada y dos orejas. Las Ventas por el suelo.