Esos dos conceptos son los que mejor resumirían la tarde de ayer. Desvergüenza de toreros, ganaderos y empresario (dese por incluido toda la recua que a los anteriores, obvio), por la infame corrida lidiada ayer en Huelva, por trapio y por comportamiento. La corrida fue, en su totalidad, una novillada aventajada. Cuando salí de la plaza un viejo aficionado de Huelva me dijo: «coño, qué puedes esperarte de Núñez del Novillo». Qué gran razón.

Morante, vaya por delante, pechó con un lote imposible, como viene siendo habitual. Que no sirva esto para descargar todo tipo de culpa que sobre su conciencia recaiga, pues es él, y su entorno, quién exige lidiar animales inválidos, de comportamiento ovino. El primero apuntó a rajado desde que salió, siempre buscando el cobijo de los terrenos más interiores. Lo probó por ambos pitones, por el izquierdo parecía tener un viaje algo mejor, sin repetición, en terreros exteriores. Pero Morante del agua que no va a beber, la deja correr. Antes había dibujado hondas y bellas verónicas en el recibo y en el quite, de menor fuste, debiéndose reseñar una inmensa y monumental media a pies juntos, de cartel. Todos cruzamos los dedos para el segundo de su lote. Embistió con la vista cruzada por el derecho, mostrando una más que evidente lesión. El público se limitó a protestar a Morante, ante un palco que desistió actuar de oficio.

El único cante grande llegó en el segundo del encierro. Otro animalillo, este de embestidas complicadas, por lo descompuesto de ellas. Talavante lo templó y mandó en las tres tandas iniciales por el derecho. Las de la mano zurda no fueron de menor calidad. Todo ello adornado con una gran ortodoxia, toreando con hondura y manteniendo las suerte cargada. El animal respondió para bien en la franela, corrigiendo su incómodo calamocho y entregándose. Alargó excesivamente la faena, con unas innecesarias manoletinas. El mal uso de la espada le privó de los trofeos. Bravucón fue el quinto, que no se entregó hasta el tercio de banderillas. En este, debido al inexistente castigo recibido, empujó con poder. Una vez se sintió podido cerró la persiana, en una faena basada, principalmente, en el toreo accesorio. Mal uso de la espada y dos avisos.

Roca Rey lidió un lote sin raza, siendo el sexto un pobre bicho que gastó sus escasas energías en defenderse, calamocheando y echando las manos por delante. En el primero, cortó una oreja, en una faena presidida por sus habituales artimañas y poco toreo. El animal punteaba las telas y embestía con el pitón de dentro. En el sexto, solo es menester destacarse el infame bajonazo. Cabe reseñar, antes de concluir estos apuntes, que tras el recibo capotero, en cada toro, aparecían en el ruedo dos jinetes y sus respectivas cabalgaduras, cuyo cometido, aún no sé cuál es.

 

Por Francisco Diaz