Por Francisco Díaz. Fotografías de Andrew Moore.

Urge, con la mayor necesidad, exigir la aplicación escrupulosa e inexcusable del reglamento. Nos guste o no, la norma por la se rigen las corridas de toros impone un conjunto de reglas de obligado cumplimiento. De las normas se puede discrepar, pero su máximo observador y garante jamás puede prescindir de su aplicación. Con esto, no me refiero a otra cosa que a la injustificable, incomprensible e indigna de Madrid devolución del cuarto toro. Devuelto a las mazmorras de Florito por manso. Sí, por manso. Un toro nunca se devuelve por su condición, sino por un defecto que lo imposibilite para la lidia (invalidez manifiesta, lesión, fractura córnea, entre otros). Lo de hoy es equiparable a que al Señor Presidente se le hubiera ocurrido sacar el moquero verde porque el toro no humilla. Lo mismo. Una completa, total y absoluta vergüenza.

 

Más allá de la anécdota, que no por anécdota es intrascendente, debo decir que la corrida de Don Daniel Martínez (herrada bajo el nombre de las Ramblas, de procedencia de Don Salvador Domecq-El Torero) me ha sorprendido gratamente. De los cinco animales, de impecable presentación a excepción del sexto, tres han sido válidos para el triunfo. De puerta grande, la raspa lidiada como sobre de Don José Cruz. Por eso, el sentido del titular: si no hubiera sido por la ocurrencia presidencial, debería criticarse con fuerza la total incompetencia demostrada por los coletas, en especial, por David Mora. Comprendo la situación que el madrileño vivió en este ruedo por allá el 2014. Sin embargo, si no se han superado los miedos y los traumas, más vale dar un paso al lado.

 

El primero de la tarde, el de menor cara del encierro, pero muy hondo, protagonizó unos primeros tercios nada esperanzadores. Se venció por el izquierdo en el recibo capotero, lo cual hizo hasta llegado el tercer tercio. Además, pasó por la jurisdicción de David Mora sin demostrar nada que hiciera creer que era bravo. En el caballo se defendió, primero empujando con un solo pitón y la cara arriba y, posteriormente, huyendo al sentir el hierro. Lo mismo hizo con los garapullos, donde se defendía en el embroque. Sin embargo, fue sonar el tercio de muerte y el toro se transformó. Producto ideal y soñado del toro moderno, ese llamado artista, concepto que no comparto. Por el pitón derecho demostró tener profundidad y gran repetición, queriéndose comer la muleta. La chispa de casta que corría por sus venas hacía que se descompusiera. Exigía mando y llevarlo por abajo, lo cual nunca encontró. Al contrario, un David Mora fuera de cacho, citando siempre con el pico, expulsando el toro y descargando la suerte. Por el izquierdo quiso hacer creer que era peor de lo que realmente era. Un desastre. Se le fue un toro, el primero de la tarde.

 

Tras el lío del Presidente de devolver un toro manso, antirreglamentariamente, salió una cabra como sobrero en cuarto lugar. En el capote permitió ver alguna verónica estimable, aunque echó algo las manos por delante. En el tercio de varas, se dejó pegar y salió abanto de ambos encuentros, defendiéndose en todo momento. No mejoró en banderillas, que su condición mansa le hizo recorrer todo el ruedo buscando la huida. Se sembró el caos, y eso que al frente estaba Don José Antonio Carretero, que acabó solventado eficazmente el trámite, como es característico en él. También es de destacar la brillante actuación de Don Ángel Otero, como no podría ser de otra forma. Todo el movimiento que demostró en los tercios precedentes, lo mantuvo el animalillo en el último tercio, con gran nobleza como gusta en el toreo moderno. Sin embargo, su condición encastada exigía temple, mando y mana baja, lo que los antiguos denominaban: parar, mandar, templar y cargar la suerte. ¿Lo encontró? No, no y mil veces no. Por el izquierdo embestía algo más rebrincado, pero requería igualmente ser sometido, llevado hasta el final y romperse con él. Uno de los toros de San Isidro, toro posmoderno, claro está. Solo encontró destoreo enfrente.

 

El segundo de la tarde correspondió, en un ejercicio de mala suerte para el animal, a Juan del Álamo. Otro producto perfecto para lo que hoy en día se reclama, poca entrega al principio, reservándose para el final. Poca fijeza mantuvo en los primeros tercios, con buen principio de lance, saliendo con la cara alta y desparramando la vista. Lo más reseñable de la labor del salmantino fue que le ganó terreno en los lances de recibo. Su paso por el caballo no será recordado: empujo cuando se le tapó la salido en el primero y humilló dejándose pegar en el segundo. Garrido dejó una media para enmarcar en el quite. Gran tercio de banderillas de Jarocho, que se llevó la tarde en todos los aspectos. Durante el segundo tercio, el animal se puso andarín y no humilló en el capote de Domingo Siro. Con doblones genuflexos inició la faena Juan del Álamo, vislumbrándose las entregadas embestidas del toro, cuando se le podía. Una embestida por el izquierdo fue extraordinaria. Juan del Álamo deambuló ante el animal. Carreras y más carreras, parecía el inicio de las rebajas en El Corte Inglés. Llevó las embestidas del animal tan para fuera que constantemente tenía que recuperar la posición, tanto por el izquierdo como por el derecho. Hubo una tanda en la que se quedó en el sitio, con la muleta puesta e hizo repetir al animal. Nada más.

 

El quinto fue un animal noblón y soso. Poca historia tuvo. Tras el episodio vivido en el cuarto titular nos recordó a él, pero está vez el Presidente cumplió con el reglamento, y se demostró que las prisas para los delincuentes y los malos toreros. El toro se emplazó y no atendía a los capotes. Un espléndido Jarocho lo recogió y se lo llevó a los terrenos de dentro, para demostrarle quien mandaba allí. Recibió dos largos puyazos en el caballo que guarda la puerta y otros dos en la contraquerencia. Cobró mucho. En banderillas no llegó a galopar ni a humillar, tampoco demostró derrochar poder. Siempre se defendió. En la muleta se limitó a dejar estar, pasando con suma nobleza. Juan del Álamo se limitó a colocarse fuera, citar con el pico y llevarlo lo más lejos posible.

 

Llegaba la última tarde de José Garrido, torero que el aficionado espera, pero no acaba de despegar. Su lote fue el de menos opciones de la tarde. Un primer toro noble, que acabó derivando en soso, al que se limitó a dar algún natural templado. Sin embargo, el animal, que en los primeros tercios no hizo nada digno de mención, regaló alguna embestida con clase, para que el pacense se fuera con mejor sabor de boca de Madrid. A veces, se colocó muy al hilo del pitón, citando con el pico y con trazo lineal; en otras, se retorcía por exceso; y en las restantes, regalaba algún pasaje. No fue la mejor faena del bellotero, pero nada comparable con los petardos de sus compañeros de cartel. El último de la tarde era un toro horroroso, de justo remate, que se salvaba por su descarada encornadura. El animal se apoyó constantemente sobre las manos, llevando la cara por las nubes. Garrido, alumno aventajado de los últimos tiempos, se empeñó en aplicar las formas modernas. En otro tiempo, con torería se hubiera macheteado al toro. Nostalgia…

 

Crónica fotográfica de Andrew Moore.