Como la Feria de Olivenza unió ayer domingo, en corrida matinal, en cartel que anunciaba  a los tres novilleros que más me interesaron el pasado año, me desplacé a la plaza de toros oliventina para ver in situ el acontecimiento. Convocados estaban los nombres del cordobés Manuel Román, el salmantino Marco Pérez y el sevillano Javier Zulueta al que se unía el portugués Tomas Bastos, éste también precedido de buena prensa. Acudí un poco asustada por aquello que rezaban  los carteles: novillada “monstruo”, y expectante, por los jóvenes espadas  y los 8 astados de la ganadería de Talavante.

Bastante reciente es este hierro pues data de 2010, formado con reses de Núñez del Cuvillo y de Garcigrande. Pasta la ganadería cerquita del coso taurino, en la finca “Los Arrifes de Arriba”, situada en lo que se ha dado en llamar “milla de oro” que acoge a 5 ganaderías propiedad de cinco toreros, cuatro de ellos en activo. La regentan  Alejandro Talavante, que asume el nombre de la ganadería y su socio al 50%, el futbolista del Real Madrid, Nacho Fernández. Divisa hasta ahora sólo centrada en festejos con novillos.

Amaneció un día frío, radiante de luz aunque a ratos se fue nublando hasta el punto de temerse el chaparrón que al final no llegó. En una plaza casi llena, hicieron los cuatro espadas el paseíllo, desmontados. Era la primera vez que pisaban el coso oliventino. Los novillos de Talavante, bien presentados, faltos de fuerza en general, nobles, no dieron problemas a los espadas sino por su falta de codicia y entrega. Dos fueron pitados en el arrastre que correspondieron a Manuel Román  y Tomás Bastos, siendo, sin embargo el novillo que cerraba  plaza  el de mayor bravura y fijeza que le correspondió al debutante portugués, porque Tomás Bastos y Javier Zulueta era la primera vez que toreaban con picadores. Lo que de los astados pudieron sacar la cuaterna actuante, dependió de ellos mismos. Voluntad, todos, ganas de gustar y pique entre ellos para competir sanamente, también. Javier Zulueta brindó su segundo novillo a sus compañeros en un momento de emoción que rubricó el aplauso encendido del público. Pero luego está el mayor oficio, las innatas condiciones, el gusto y ese aquel que hace conectar mejor con los tendidos. A todos se les puede poner la vitola de grandes promesas pero unos están más cerca de convertirse en realidad que otros. Todos tienen buenas maneras pero para mí el más artista demostró ser Javier Zulueta, más hecho, tal vez porque se ha precipitado menos para  quemar etapas, lo mismo que puedo decir del lusitano Tomás Bastos que hasta ayer no habían debutado con caballos.

Manuel Román  hizo dos faenas meritorias pero le tocó el peor lote y la espada no es hasta ahora su fuerte. Marco Pérez tiene despertadas muchas esperanzas pero es un  niño de 16 años, de corta estatura que promete, pero que solo el tiempo dirá si culminará en el torero que todos sueñan para él. Javier Zulueta, como he dicho, une a sus exquisitas maneras, el torear con temple y gusto y además encuentra el sitio en cada pase y eso es muy importante para ligar muletazos y llegar a lidiar con mando y, finalmente, también es un novillero que va cuajando su trayectoria, el portugués Tomás Bastos, recriado en Extremadura pues se hizo en la Escuela Taurina de Badajoz. Marco Pérez y Zulueta salieron a hombros. Manuel Román sumó aplausos en sus dos novillos y Tomás Bastos, muy aplaudido en banderillas falló en su primero con la espada consiguiendo aplausos y tras una buena faena  se le concedió una oreja en el segundo. Los cuatro matadores estuvieron muy arropados por sus seguidores venidos tanto de Salamanca, de Sevilla y Córdoba como del país vecino y en sus vueltas al ruedo les llovieron ramos de flores de las respectivas peñas que llevan su nombre. Les auguro si persisten en su empeño y aprendizaje, un horizonte prometedor pues todos cuentan con apoderados a su vez empresarios que mirarán ¿cómo no? en que sus pupilos tengan múltiples ocasiones para impulsar su carrera.

Para referirme a todos los intervinientes del festejo diré que las cuadrillas actuaron bien, quizá el trabajo de brega un tanto excesivo aun que a veces los cornúpetas eran auténticos marmolillos. Los muletazos en exceso solo sirven para molestar, sin embargo todos los banderilleros se esforzaron por lucirse en banderillas, lo que está muy bien.

El público que se dio cita en la plaza de Olivenza es un público entendido que sabe apreciar lo bueno. Que sigue con atención, silencio sepulcral a veces y acompasados olés a los buenos lances de los artistas. Eso sí: no se diferencia de otros públicos que asisten a los espectáculos taurinos, en el hecho de comer pipas sin cesar. ¿Cómo es posible que se pueda seguir una corrida  comiendo pipas de girasol sin parar y dejando los tendidos al acabar llenos de cáscaras, amen de las latas  de cervezas vacías y otros materiales desechables esparcidos por el suelo? Buen trabajo para el servicio de limpieza que dos horas y media después tenía que dejar la plaza totalmente limpia porque estaba programada esa misma tarde una corrida de toros.

Amenizó el festejo mañanero la Banda Filarmónica de Olivenza, banda de rancio abolengo, cuya fundación data de mediados del siglo XIX y que interpretó los pasodobles programados con su proverbial buen gusto.

Finalmente resaltar que la novillada “monstruo” no lo fue tanto porque al susto de pensar que el juego de ocho reses haría una sentada de más de tres horas, lo que me resultaba excesivo, terminó por ser soportable ya que el espectáculo fue variado y todo menos soporífero, pero esto no quita para que piense que la lidia de ocho ejemplares es excesiva. No a las corridas “monstruo”.

Francisca García