Baltasar Ibán: nombre indisociablemente vinculado a los abstractos conceptos de la casta y de la bravura. Abstractos porque difícilmente sepamos definirlo con absoluta certeza. Sin embargo, jamás hubo abstracción tan concreta, pues todos sabemos a qué nos referimos. Tampoco dudamos en vincularlo con la ganadería de Baltasar Ibán.

Hierro madrileño que luce con orgullo el nombre de su fundador, don Baltasar Ibán Valdés: exitoso y aventurado empresario. Hombre piadoso y de sincera fe, muy relacionado con la Compañía de Jesús, a la que hizo heredera. La fortuna de tan genial hombre de negocios tuvo su origen, parcialmente, en la construcción del Hotel Wellington de Madrid. Por este motivo, luce con solera idéntica nomenclatura la finca en la que pastan las reses, en la castiza localidad de El Escorial; otrora capital del mundo, bajo el auspicio de Felipe II.
La vacada se formó en 1957, cuando el ganadero adquirió una punta de vacas de Manuel González Martín, «Machaquito». Este, a su vez, compró el ganado a Jerónimo Díaz Alonso, que tuvo en propiedad ganado de origen Contreras y algunas reminiscencia de Vicente Martínez, encaste Jijona. Todo esto tras sucesivas compras que se ahorrarán de la exposición. El éxito del «Califa cordobés» fue tal que dio lugar a varias ganaderías, tales como la de los hermanos Peralta, además de nuestra protagonista. En 1969, Antonio Arribas y Baltasar Ibán compran la ganadería de doña María Fonseca, origen Domecq. Con las reses restantes del cruce con los «ibanes» aparecieron los codiciados «Guateles», que pastaron en la taurina finca de «El Boato, otrora propiedad de Lisardo Sánchez, en tierras extremeñas. En 1976, murió don Baltasar, pasando el hierro a su sobrino José Luis Moratiel Ibán. Tras su fallecimiento, en 1997, la ganadería la heredó doña Cristina Moratiel Llarena, actual propietaria del mismo.
La divisa tomó antigüedad en la torera fecha del 15 de agosto de 1957. Tras aquello, muchos han sido los éxitos de los «ibanes», especialmente en Madrid. Todos recordaremos un buen puñado de nombres que lucieron casta por los cosos, como «Provechito», «Santanero», «Campesino», «Camarín» y, especialmente, «Bastonito». La casta de las reses de Contreras con el trapío adicional de lo Domecq. En los últimos años, ha trascendido el refresco con ganado de Pedraza de Yeltes. Espectantes estamos de sus previsibles buenos resultados. Entre tanto, nos deleitaremos con la magnífica galería que a estas acompaña.
Esta temporada la mítica vacada madrileña, el ojito derecho de la afición de Madrid, había declinado a su feria por antonomasia, San Isidro. En el campo, esperan paciente una bonita camada a que la crisis sanitaria termine, y la normalidad se instaure. Con 4 corridas de toros, con unas hechuras muy armónicas, -algunos  más bastos- pasean por los cercados, tranquilos, pausados, disfrutando de una bonita primavera, antes de los calores del verano de la Sierra. Otras 4 novilladas, donde poco a poco, se han consolidado en el escalafón de los del castoreño, esperan a que tal vez, Villaseca y Arnedo puedan celebrar sus ferias.
Muy pronto volveremos, y disfrutaremos de estos toros. Por belleza y por bravura, se han convertido en la ganadería venerada por el aficionado. El misticismo y las tarde de triunfos todavía les amparan.
Por Francisco Díaz
Fotografía Jorge Delgado