Cada vez que compro un libro de toros, o de la materia que fuere, tengo la sensación de haber hecho una inversión fantástica y, es lo que me ha sucedido al adquirir el vademécum que ha narrado el doctor Carlos Crivell que, si en medicina es un experto, en periodismo es un auténtico maestro. Crivell ha dedicado su tiempo, su ciencia y su talento para, una vez más, ponerla al servicio de la tauromaquia y, como en el caso que me ocupa, para enaltecer los tremendos valores de un hombre que, si brilla por su bondad en los momentos en que vivimos, allá por los años ochenta fue figura máxima del toreo, nos referimos a Juan Antonio Ruíz Espartaco, un torero al que Carlos Crivell nos muestra con la sagacidad de su pluma y de su talento desmedido, las cualidades que llevaron a Espartaco para ocupar durante más de un decenio, su galardón como auténtico líder del escalafón de los matadores de toros compitiendo contra los mejores de la época que no eran mancos.
Al margen de todo lo que se ha escrito sobre Espartaco, con esta obra llegamos a la conclusión de que, gracias a sus letras, los aficionados podemos conocer en profundidad la carrera emblemática de este diestro admirable que, en su momento, hasta pensó en abandonar su profesión porque no le encontraba sentido a que sus éxitos no tuvieran la repercusión que él deseaba, todo ello hasta que le llegó a sus manos el toro Facultades en Sevilla en que, por fin, puso las cosas en su sitio y al diestro en el lugar que le correspondía.
Como explico, es un lujo, una bocanada de aire fresco para el alma de cualquier aficionado que se precie aquello de leer este libro, Espartaco gran maestro del toreo. Carlos Crivell, con su obra, se ha recreado en la suerte como hacen los grandes artistas de la torería, como solía hacerlo Espartaco cada tarde de gloria que, para su fortuna fueron muchísimas y en todos los países de habla hispana, por tanto, con arraigo hacia nuestra fiesta taurina. Son muchas las anécdotas, las vivencias de este torero singular en las que, el autor nos muestra con ese talento del que es portador, con esas largas conversaciones que tuvo con el diestro de Espartinas para alcanzar, como digo, el sumun respecto a la biografía de un torero tan apasionado como Espartaco.
Si Crivell quería que amásemos mucho más allá de la admiración hacia Espartaco, lo ha conseguido por completo. Nadie quedará indiferente; es más, todos quedarán saciados de emociones al respecto de este diestro reconocido en todo el globo terráqueo que, si la gloria que alcanzó fue importantísima, de no haber sido por aquella fatídica lesión que tuvo jugando un partido de fútbol benéfico, sus méritos se hubieran acrecentado muchísimo más. Pero todo lo dio por bien hecho el maestro espartinero porque, pese a mala fortuna de aquel fatídico día, en su interior, como el diestro confesó, estaba haciendo una buena obra, por tanto, todo lo asumió con esa entereza de los hombres grandes que, hasta en la desgracia encuentran un motivo para la felicidad.
Por si faltaba algo, al final del libro viene la cronología de sus actuaciones sobre las más de mil trescientas corridas de toros en las que actuó, los compañeros que tuvo en los carteles, las veces que actuó con cada cual de los toreros de su época, las alternativas que concedió, el número de toros que mató de todas y cada una de las ganaderías a las que enfrentó, las veces que actuó en solitario y, como explico, hasta el más mínimo detalle de lo que ha supuesto la carrera de este hombre ejemplar que, pasados los años, no guarda rencor a nadie; es más, vive eternamente agradecido a la vida y a todo lo que la misma le ha concedido, todo, claro está, a su esfuerzo sin límites. Inviertan en el libro, les aseguro que merece la pena, tanto por el biógrafo como por el biografiado. Si Carlos Crivell se cubrió de gloria con el libro que le escribió a Manuel Jesus El Cid y, de igual modo, con el que narró al alimón con ese maestro sevillano de idéntico calado que nuestro hombre, me refiero a Antonio Lorca, hasta barrunto que Crivell, con Espartaco ha alcanzado su máximo esplendor.