Finalizó la feria de Bilbao con la lidia de los toros de Miura y tres toreros auténticos, por tanto sobran adjetivos para definir el espectáculo que, sin duda, no aburrió a nadie. Una pena que, a la plaza solo acudieron los auténticos aficionados de Bilbao puesto que, la gente del clavel, sabedora de la verdad del espectáculo se quedaron en casa; ellos se lo perdieron.

Y no es que se perdieran ver cortar mil orejas como suele ser habitual en las corridas de las figuras, pero sí dejaron de presenciar cómo es una auténtica corrida de toros con sus matices que, en definitiva son la grandeza de la fiesta de los toros. Hombre diría el otro, ciento setenta y cinco años de historia no son ninguna broma.

Los Miura no eran de indulto, ustedes me entienden. Pero eran de Miura que no es poca cosa. Los toreros no aparecen en las televisiones basura ni mucho menos en las revistas del corazón, pero son tres hombres cabales que se juegan la vida sin remilgo alguno y, lo que es mejor, algunos como el caso de López Chaves, hasta le da gracias a Dios por saberse inmerso en estos carteles para hombres cabales, para toreros auténticos.

Los Miura no regalaron nada; más bien todo lo contrario porque buscaban los muslos de los toreros con una fe desmesurada; ya se sabe cuando un Miura alarga la «gaita»; pobre del que esté desprevenido. Pero no es menos cierto que la corrida, en su conjunto, mantuvo el interés propio de cuando sabemos que se está lidiando un toro de verdad; de cuando palpamos que un hombre se está jugando lo más sagrado que tiene, su propia vida.

Me quedo con los tres protagonistas, López Chaves, Octavio Chacón y Manolo Escribano, tres tíos auténticos a los que hay que enaltecer de verdad porque, los tres, se jugaron la vida a cambio de prácticamente nada porque, según lidiaban lo toros eran conscientes de que poco premio podía haber, al margen de la vuelta al ruedo por parte de Chacón y la oreja de ley que cortó Manolo Escribano en el último de la tarde. Un Escribano que sabe escribir pasajes hermosos de la verdad de la fiesta como demostró en el último de la tarde que, para su suerte, le regaló doce embestidas con cierta claridad en las que el diestro de Gerena las aprovechó como nadie. Previamente, Escribano había dado largas cambiadas, había banderilleado con gozosa altanería para clavar en todo lo alto; un tío con toda la barba como diría el otro. Ver a Manolo Escribano jugarse la vida es algo emocionante porque, repito, es de los que se le juega de verdad, así está su cuerpo, cosido a cornadas y, qué casualidad, no lo ha herido jamás lo que llamamos un burro fofo.

Contemplar la ilusión de López Chaves es algo admirable; es más, sus buenas maneras con la muleta son el detonante de la madurez de este hombre salmantino al que han postergado durante algunos años y, ahora, al parecer, se han dado cuenta de la gran injusticia y lo quieren arreglar. Como decía, López Chaves confesaba estar feliz ante dichos toros. ¡Madre mía del amor hermoso! Estar frente a dos Miura complicadísimos y, para colmo, confesar esa felicidad; ese es propio de gentes muy especiales, porque como sabemos, los Miura no son plato apetecible para Morante, por citar una figurita de papel de las muchas que tenemos.

Octavio Chacón estuvo como hay que estar, hecho un tío. Mató muy bien a su segundo enemigo y, hasta le pidieron la oreja que, al no ser concedida dio una apoteósica vuelta al ruedo. Pero daba gusto ver a Chacón, al igual que a sus compañeros, lidiando, toreando, extrayendo lo poco que tenían los Miura.

No vi aperreado a ninguno de los diestros y eso dice todo a favor de ellos que, llenos de personalidad, torería y ganar de lograr el triunfo, argumentos que les permitieron matar la corrida con enorme solvencia, con dignidad y, al final, hasta casi acariciando los mieles del triunfo.

Cuestiones de índole técnica nos impidieron hacer el relato de la corrida de Fuente Ymbro que, en honor a la verdad no tuvo suerte su propietario, el señor Ricardo Gallardo puesto que sus toros no reverdecieron viejos triunfos, y no tan viejos porque en esta temporada Gallardo ha disfrutado con el éxito en varias ocasiones. convengamos que, los toros de Ricardo Gallardo, con sangre Domecq, son los únicos que se parecen a un auténtico toro de lidia, es decir, no es nada descafeinado como ocurre con las demás ganaderías de dicha estirpe.

Los toros no tuvieron maldad, pero eran pegajosos, rebrincados, insulsos y con pocas opciones para el triunfo. Juan Leal arrancó una oreja en cada toro que, sin duda, le supieron a gloria. Incluso se le pidió la segunda oreja en su segundo enemigos que, de haberla concedido, hubiera sido de broma, y sin embargo de la forma que ocurrió digamos que era una oreja de ley.

Finito de Córdoba, afín a la casa ganadera no tuvo apenas opciones salvo esbozar algunos pasajes de su torería inenarrable, pero muy poco más. La voluntad de Juan Serrano no valió para nada para poder interpretar su arte inmaculado.

José Garrido es un torrente de ilusiones elevado al cubo pero, como les ocurriera a sus compañeros apenas pudo tener logro significativo. Nada que objetarle al muchacho que, lleno de voluntad no pudo refrendar nada de lo que había soñado antes del festejo.

Pla Ventura