Ha querido la casualidad que la más interesante de cuantas novilladas se han dado esta temporada en Las Ventas se lidiara el 25 de agosto. Los novillos eran de Saltillo, fiables por lo tanto, y el cartel lo conformaban Alberto Pozo, que volvía a Madrid tras la gran actuación el pasado septiembre con este mismo hierro, Alejandro Conquero, del que las crónicas hablaban muy bien y Francisco Montero, en busca de un triunfo que le sumara contratos, por lo que las ganas se le presuponían.

La presentación de los novillos fue impecable, inmejorable, en especial la del sexto «Cafetero» nº47, ovacionado de salida fuertemente. Y de comportamiento en líneas similares ya que tres escucharon palmas, 1º, 3º y 5º («Lubinoso» nº45, «Negreño» nº59 y «Torremochito» nº61), dos una sonora ovación, 2º y 6º («Guapito» nº29 y «Cafetero» nº47) y sólo «Librado» nº11 escuchó pitos, que fue el que hizo cuarto, y la tónica general fue de una excelente pelea en varas.

Alberto Pozo, de hueso o marfil y oro con cabos negros, tuvo una tarde cercana a la perfección, hablando en cuanto a lidiador. Con ambos de sus toros se fajó por bajo al principio, dejado doblones que eran carteles de toros. A su segundo toro no pudo hacerle más faena que un macheteo valeroso por bajo, ya que el animal no se movía, no acudía ni al cite del torero. Mejor estuvo con su primero al cual, recordando un poco al maestro Antoñete, dio sitio y dejo que se le viniera de largo. Sacó tandas muy limpias y de pases soberbios, sobre todo por el lado derecho, ya que el animal no tenía ni un pase por el izquierdo pero por el derecho iba como la seda. Además ejerció el olvidado oficio de director de lidia durante toda la tarde, mandando a los picadores, sacando toros del caballo y ordenando lo que pasaba en el ruedo. Saludó una ovación en su primero, que bien debió ser una vuelta al ruedo, y escuchó palmas con su segundo.

Alejandro Conquero, de blanco y plata, demostró ganas y valor, si bien su lote tuvo más teclas que esas dos. Con su primero, el número 29, se arrimó con arrojo ante un noble Saltillo que guardaba un fondo encastado que le hacía colarse por el hueco a veces. Lo cierto es que era un toro para mucho más, pero para un torero con experiencia suficiente, en parte se fue sin ver. Saludó una ovación pese a dejar una estocada trasera y caida y, sobre todo, al dar hasta nueve descabellos. Su segundo tuvo aún más teclas, fue complicado, encastado y sabía lo que se dejaba detrás. Pedía mando y, comprensiblemente, no lo tuvo. Se fue sin ver. No estuvo mal Alejandro, bastante mejor de lo que se podía imaginar con este toro. Se le atragantó la espada pinchando dos veces y dando hasta 7 descabellos. Fue silenciado.

Francisco Montero, también de blanco y plata, se sobrepuso a sus nervios, notables desde el tendido. Con su primero revoltoso y repetidor no templó y alargó demasiado la faena, aunque estuvo firme y con disposición, por lo que saludó una ovación. El lío vino con el sexto de la tarde, uno de los toros más bravos que vamos a ver en esta temporada venteña sin duda, el gran «Cafetero». Lo recibió a porta gayola con el capote de paseo, aportando variedad a la lidia, aunque lo realizó demasiado de largo. Por su presentación, «Cafetero», fue ovacionado de salida, porque es que también es una de las reses con más trapío que veremos en mucho tiempo, lo que se llama un SALTILLO, con mayúsculas. Lo toreó maravillosamente a la verónica, templado, con gusto y la pierna adelantada. El animal ya mostraba su calidad humillando muchísimo y con un ritmo espectacular. Al ir a colocarlo al caballo tuvo Francisco tan mala suerte que su toro «de enfermería o puerta grande» salió suelto hacia el caballo que guardaba la puerta. Se colocaba el varilarguero en suerte, sin darse cuenta de que se le venía el toro, y mientras el tercero de la cuadrilla estaba «a por uvas», pensando en qué iba a cenar, supongo. En eso que el toro está casi en el caballo cuando él se da cuenta y, como quién no quiere la cosa, se queda si hacer nada, cosa por la que debería haber sido llamado al orden por delegado y presidente. El picador se encuentra casi debajo al excelente animal, y no puede hacer otra cosa que defenderse e intentar poner un puyazo como sea, pero en ese «como sea» se encontraba la posibilidad que resultó ganadora: le hizo un roto en la piel al animal que no sabemos aún los que allí estuvimos cómo aguantó, bendita bravura. La bronca fue monumental, al banderillero sobre todo, porque ya desde el inicio la gente estuvo con el toro. Pese a ello y tras un lío con el cambio de tercio se le pegó el reglamentario segundo puyazo, en el que el toro, al contrario de lo que se pueda pensar, romaneó al caballo levantándolo en peso y derrochando bravura. Y a todo esto, el toro con la boca cerrada a cal y canto. Y en la faena más de lo mismo, humilló con el morro por el suelo «Cafetero», con temple, entregado, peleando y con la penca del rabo arriba. Mal hizo Francisco en brindarlo ya que se puso al público en contra al demostrar poca vergüenza torera, poco supo sacarle… punteado, con muchos manotazos cero de temple. Lo mató de estocada trasera -casi en el rabo- y el bravo animal, merecedor en condiciones normales de otro destino, escuchó la ovación más fuerte de lo que llevamos de temporada, 5.000 personas aplaudiéndole. Silenciado quedó Francisco que hizo lo que supo y pudo.

Sin duda fue una tarde gloriosa para la bravura, de esas que hacen afición y refutan, tirando completamente por tierra, lo que en su día dijo Daniel Ruiz Yagüe, que el encaste minoritario es minoritario porque no embiste… No hay mejor contestación que la tarde de ayer. Y debemos dar la más calurosa y sincera enhorabuena al ganadero, que bien la merece por sus animales.

Por Quesillo