Esta tarde sorprendió a muchos pues no se esperaba la entrada, que llegó a la media plaza.
Los toros bien presentados de la ganadería de Sergio Hernández “Rancho Seco”, tres que dieron gloria, dos complicados y uno infumable.
Se había anunciado, en virtud de que los tres toreros cubren el segundo tercio, que se otorgaría la “Banderilla de oro” al mejor par de la tarde, misma que se llevó el tlaxcalteca Uriel Moreno “El Zapata” por su denominado “par Monumental” en el que pega un quiebro, haciendo una posterior pirueta y quedando de espaldas en un momento para luego al relance clavar al violín. Un par que en mi adolescencia soñaba con pegar aquel entrañable personaje querido por todos los toreros, que ayudaba a figuras y aspirantes, a echarles la carretilla para entrenar, a cambio de unos centavos para un “pulque”. Aquel estimado hombre que tenía más afición que todos ellos y que tuvo no tan buena suerte de poder siquiera asomar la cabeza pero que siempre será recordado, “Margarito”.
Confirmó su alternativa Francisco Martínez, quien en su primero dejó ver ese afán de agradar y hacerse de un nombre en este difícil sendero. Pero es un vino joven, que no tiene ese cuerpo, la sensación de textura que el vino tiene en la boca, el peso tiende a ser etéreo.
Y eso no quiere decir que su sabor no sea agradable, lo es, ligero recorre la boca dejando a su paso un “buqué”, conjunto de aromas que se han integrado durante su elaboración y evolución en botella que son los que se intensifican al agitar la copa fuertemente antes de catarlo. A mi parecer, tuvo todas las condiciones para convertirse en un triunfador en el “Decanter world wine awards” y no llegó a sumarse a la lista. El astado de Rancho Seco se preguntaba en qué momento llenaría la copa y la pregunta quedó en el aire. Lo mató de gran estocada y se le retribuyó con un apéndice.
En el sexto no tenía muchas opciones. Porfió sin suerte. Pero ya se le había ido el grande, y el sabor se ha desvanecido por completo.
Uriel Moreno “El Zapata” tuvo una desafortunada tarde. Es sin duda un diestro que siempre cumple. Su primer toro fue complicado, deslucido y tirando a la mansedumbre. Y sin embargo estuvo siempre por encima de él. Y en su segundo un toro con sentido y peligro sordo el público exigió verlo como un león. Y así se fue a la cara, a pelearle como un condenado a muerte. Y deslucidos fueron los muletazos que emocionaron más por el arrojo del tlaxcalteca que por su estética. Porfió con la toledana y su esfuerzo quedó únicamente en el recuerdo de un segundo tercio emocionante y conquistador del trofeo en cuestión.
Antonio Ferrera tuvo una tarde de gloria, que pudo bien haberlo puesto en los cuernos de la luna, y las fallas con el acero no le permitieron que fuera así, de lo contrario la historia estaría removida.
En gustos se rompen géneros y hay mucha división de opiniones en las maneras de Ferrera, pero es indiscutible que es un torero de los pies a la montera. Sin duda vive el día a día como muy pocos podemos hacerlo. Tiene arranques geniales que lo llevan a la misma locura y vuelcan por completo las aguas desenfrenadas del mar del norte. Puede ser vertical y sin embargo retorcerse en sus formas tratando de alargar los momentos, y es lo que muchos critican. Pero sin duda alguna sus capacidades histriónicas le permiten ser un personaje diferente en cada momento y así convencer hasta al más reacio.
Y aquí viene de nuevo el cuerpo del vino. El extremeño posee suficientes taninos para embriagar y encantar a las multitudes. Las sensaciones que genera en las tribunas desencadenan una gama de sabores amplia y franca. Todos ellos quedándose en la memoria, en las células y en los paladares. Y elegí de “Habla”, el “No. 25” en su cosecha del 2019 por ser un vino extremeño concebido como “una obra de arte”, según “El País”. Se le considera una edición limitada, y es tan minimalista que la botella es solo un remate. Su proceso enriquece las sagradas tierras de la Ribera del Guadiana. El n.º 25 es un Malbec traído desde Trujillo, y su crianza de 12 meses en barrica de roble francés le da un toque que al lado de la especial tierra, vuelve sugerente su composición aromática. Fruta negra madura que se funde con las notas especiadas y frescos tonos balsámicos que a la nariz nos recuerdan a las campiranas flores. Muy fino y con una concentración equilibrada, muestra la viva expresión tan singular que no cualquiera posee. Intenso, romántico, pero salvaje y vibrante.
Así logró conquistar a las alturas, mostrando cada uno de sus matices y enseñando que el toreo tiene tantas vertientes como olas en el mar. Contagió de su locura a las masas, que entendieron que el arte es subjetivo y es el motivo real de nuestras vidas.
Cuando un vino llega a tener una cosecha tan distintiva, no existen las palabras, se disfruta con todos los sentidos, vibra la piel igual que la boca, y el aroma y la vista no se pierden en el tacto. Y las emociones generan latidos que se aceleran conforme el vino se apodera de ellos. Así Ferrera se apoderó de la conciencia de cada espectador cuyos corazones latieron hasta la explosión misma del placer delirante de una uva argentina.
A su primero le cortó, las dos orejas y como ya mencionamos antes, en el segundo, se le fue, ya que el hipnotismo que generó le hubiera otorgado los máximos trofeos.
Los tres toreros adornaron los morrillos de sus toros con estética, agilidad y emotividad.
El encierro en varas dejó que desear, pero eso ya es un tema de todos los días con el ganado mexicano.
Un cambio en el encierro para el próximo domingo, corrida de rejones de La Estancia que entra en lugar del criticado anuncio de Fernando de la Mora.
Alexa Castillo