El escalafón de los matadores de toros y novilleros dice todo del momento de la fiesta actual, un caos al más alto nivel. Se trata de algo que, hace apenas una década jamás hubiéramos imaginado pero, es la pura realidad. Atrás quedaron para siempre aquellos cifras astronómicas en la que, las máxima figuras del toreo alcanzaban el centenar de festejos, incluso muchos las superaban pero, el momento actual, lleno de dramatismo al respecto nos ha mostrado la cruel realidad que vivimos respecto al mundo de los toros.

Como digo, echarle un vistazo al escalafón es la prueba evidente de la cruel decadencia de una fiesta otrora admirable por todos. Ver que, por ejemplo, Roca Rey, la máxima figura del toreo actual apenas ha toreado sesenta corridas de toros, la prueba no puede ser más sangrante. Luego, tras el peruano, apenas nadie ha superado los cincuenta festejos, es el caso de Emilio de Justo, Sebastián Castella, Alejandro Talavante; y no hablemos de Morante y de Manzanares que no han llegado a los cuarenta espectáculos en los que han intervenido. Ya, respecto a los demás no sigo porque me entra una depresión inmensa.

¿Qué ha sucedido en estos años transcurridos? Son muchas las causas, algunas, hasta ajenas al propio espectáculo, tales como los anti taurinos que tanto daño han hecho, los políticos con sus aberraciones respecto a las plazas de propiedad municipal pero, el gran mal lo hemos hecho nosotros; y me refiero al mundo del espectáculo en sí en el que, se ha apostado por el hoy sin pensar en el mañana y, el mañana ha llegado, es decir, el presente en que vivimos.

La cosa empezó hace ya muchos años y, de aquellos barros estos lodos. Algún que otro cerebro pensante se le ocurrió que había que domesticar al toro para uso y disfrute de sus lidiadores y, así lo llevaron a cabo. En aquellos momentos, lo que suponía un fraude de ley, nadie lo tomó en cuenta pero, esos mismos toros en compañía de sus lidiadores fueron los que echaron a las gentes de las plazas de toros.

Y que nadie me rebata diciendo que en Sevilla y Madrid, en sus ferias, se llenan los cosos citados porque, más que una feria de relumbrón, tanto en la capital hispalense como en la capital de España, más que ferias, son celebraciones las que se llevan a cabo como un acontecimiento social, nada que ver con lo que antes sucedía en la que había decenas de miles de aficionados que, llenaban los coliseos citados y, por supuesto, todas las plazas de España. La ignorancia de Sevilla es la prueba de todo lo que digo y de sus claveleros que abarrotan la plaza en feria. Que monten la corrida que antes se celebrada el 15 de agosto y verán las gentes que acuden.

Podría dar miles de ejemplos de festejos que se celebraban hace unos años y ahora, dichas fechas, han muerto para siempre taurinamente hablando. Se montan las ferias mondas y lirondas con muchos menos festejos que antaño. Me viene a la mente Bilbao, aquella ciudad en la que se organizaban diez corridas de toros y, ahora, con la mitad, es imposible que haya más de media plaza. Y así en todas las ferias en cualquier ciudad de España que, dicho sea de paso, podríamos tomar como ejemplo a Francia que, pese a todo, la fiesta de los toros sigue en constante progresión. O sea que, los franceses nos siguen dando lecciones al respecto. ¡Qué pena!

La causa de todos nuestros males viene dada porque ya no hay misterio en los toros; en cualquier feria de pueden hacer las crónicas antes de que se celebre el festejo y eso es una crueldad sin límites y, lo que es más grave, que es una certeza incuestionable. Toda la saga Domecq ha logrado la defunción de la fiesta en la práctica totalidad de nuestro territorio patrio; las ganaderías  y los que las torean puesto que, juntos, se han cavado su propia fosa. Claro que, para unos cuantos todavía, con los rescoldos que quedan, se han hecho ricos. Pero el futuro es sangrante, calamitoso y, otro decenio más es el que falta para que los toros sean un recuerdo de hace muchos años.

La desdicha es tan grande como la desertización de los aficionados a los recintos taurinos porque, como todo el mundo sabe, si queremos ver una auténtica corrida de toros tenemos que refugiarnos en las pocas ganaderías encastadas que nos quedan que, por supuesto, no son suficientes para montar todas las ferias y, lo que es peor, de poder hacerse, muchos toreros abandonarían su profesión porque es ahí donde anida el riesgo y, por supuesto, el misterio. Como diría el refrán, entre todos la mataron y ella sola se murió, me refiero a la Fiesta. Así de cruel como así de rotundo.