Anodina de por más ha resultado la corrida de Moisés Fraile que ha lidiado hoy en Madrid. Salvo el primer ejemplar, el resto de sus hermanos de camada han sido sosos, aburridos, sin casta, sin el menor atisbo de peligro, lo que se dice una corrida para olvidar en la que no ha quitado nada a Juan Ortega ni a Pablo Aguado pero que, ese primer toro, bravo y noble, ha hundido en la miseria a Damián Castaño que había entrado por la puerta de la sustitución en lugar de Daniel Luque. Como antes se decía, un toro de puerta grande con un cortijo encada pitón.

El colmo de la desdicha es que te repitan en Madrid porque has estado bien, caso de Damián Castaño con aquel ejemplar de Valdellán en que bordó el toreo, aunque no lo mató. Pero tuvo mucho calado la faena, de ahí la repetición que se le ha ofrecido hoy; entre el eco de aquella faena y el dineral que se ha ahorrado la empresa al contratarle, la solución ha sido fantástica. Como decía, no existe peor castigo que el que ha sufrido hoy Damián Castaño puesto que, en una reata inservible e infumable, que salga un toro bravo de verdad y le caiga en desdicha a él, el dislate no ha podido ser peor. El destino suele ser muy traicionero a veces y, tras lo de hoy, la cuesta se la hará muy empinada a Damián Castaño que, difícilmente hallará en su camino un toro como el citado primero. ¿Qué pasó en realidad? Lo que vimos todos, un toro bravísimo y un torero que no se dio cuenta de la grandeza de su oponente y lo toreó despegado, sin alma, sin convicción alguna, por tanto, abocándose al más absoluto fracaso. Una pena porque Castaño nos hizo concebir muchas esperanzas en aquella corrida torista de la que fue un auténtico adalid de la misma. Por cierto, ha tenido que ser en este toro de Damián en el que, Juan Ortega, en su turno de quites, ha bordado el toreo de capa con una grandeza inusitada; el quite de la feria y de muchas corridas. El toreo de capa de Ortega es pura caricia, una belleza que no se puede explicar pero que hoy en Madrid lo han gozado, como lo hemos disfrutado todos.

El lote de Ortega, como queda dicho, ha sido infumable. Toros a contra estilo de lo que el diestro siente que, sin duda, pasa por la belleza del toreo más  inmaculado, cosa que no hemos podido disfrutar dada la nula condición de sus oponentes. Nada que objetarle al diestro que ha estado por momentos y en retazos, realmente admirable pero, de cara al éxito grande, por culpa de sus enemigos, distaba un trecho tremendo. Como digo, atisbó Ortega momentos de relajo, calidad al más alto nivel pero, no se podía concretar nada. Sin lograr nada reseñable, barrunto que Madrid se ha quedado con las ganas de ver de nuevo a Juan Ortega, cosa que sucederá el próximo año si el empresario quiere puesto que, el productor de la feria de Madrid, este año dejó compuesto y sin novia al torero sevillano.

¿Qué decir, de Pablo Aguado? Otro diestro de una enorme calidad que ha puesto mucho empeño en sus dos enemigos que, como los restantes, no le ha servido para nada en su objetivo. Es cierto que ha mostrado ganas, un par de verónicas de ensueño, algún que otro muletazo para ser pintado por cualquier artista pero, aquello no ha roto como sucediera ayer con Castella y Ureña que, ambos, asidos a la emoción de dos mansos encastados enardecieron al público de Madrid.

Hoy todo se ha saldado con atisbos, con momentos de mucha torería en el caso de Pablo Aguado pero, hay algo que me ha gustado del diestro, su ánimo no se ha afligido como en otras ocasiones, algo que nos hace albergar esperanzas de que si un día le sale un toro como el que le ha tocado a Castaño, el primero de la corrida, que le forme un lio de escándalo que, en realidad, de haberle tocado, tanto a él como a Ortega, ahora todavía estaríamos toreando por las calles pegándole pases a las farolas.

Al final de cada toro ha reinado un silencio sepulcral y, para colmo de los males, los “frailes” de hoy no creen en Dios, lo han demostrado en el primer templo sagrado del toreo, Las Ventas de Madrid.