Bajo un aguacero discontinuo se celebró en el día de hoy la corrida hispalense con los toros de Victoriano del Rio que, bajando de San Agustín de Guadalix hacia abajo, al parecer, todo nos hace sospechar que antes pasaron por la Almudena por aquello de la santidad de la que eran portadores puesto que, salvo el primero, despistado quizás por la lluvia, el resto dieron un juego sensacional. Qué cosas pasan en el toreo, hasta el mismo Victoriano del Rio, cuando lidian las figuras que es casi siempre, la casta se queda siempre en la dehesa y, lo que llega a la plaza es bondad al más alto nivel para que los diestros se lo pasen en grande y muchos no demasiados aficionados también. Cómo será la cosa, y de qué manera está montado el tinglado que, hasta los mismos comentaristas de la televisión piden orejas para todo el mundo, aplauden todo y para ellos, todos son unos monstruos. Sin duda, los toreros, si fueran agradecidos, alguna que otra propina habría que darles a estas personas que batallan por las figuras con más pasión que los más ignorantes del toreo. Ha habido un momento en que, mientras ellos, por su cuenta y riesgo pedían la oreja para Roca Rey, el realizador que deber ser buen aficionado, nos mostraba un primer plano de los tendidos en que nadie pedía la oreja que ellos reclamaban. Vivir para ver.

El Juli se ha tapado con el tonto de su primero mientras que, en su segundo, santificado hasta el límite de los altares ha puesto en escena su repertorio en el que no dice absolutamente nada pero, se trata de una figura del toreo y hay que premiarle. Estuvo correcto ante el bobalicón de turno que, sin casta, sin peligro y sin ninguna mala idea llevó a cabo esa faena soñada que, para m me resultó un esperpento puesto que la conocemos de sobra, lo tenemos repetido hasta la saciedad pero, su hambre de triunfo le sigue manteniendo en candelero. Es cierto que, con ese tipo de toros, como hiciera Ponce en su día, puede estar mil años y no pasa nada porque lo que se dice riesgo se corre muy poco.

Roca Rey no ha triunfado y esa es la gran noticia de este día. En su primero tras una fana deslavazada, tras pinchazo y estocada le han pedido una oreja, como digo, los palabreros porque la gente de los tendidos bastante trabajo tenían con sujetar los paraguas. En su segundo, más de lo mismo, pero seguro que Roberto Domínguez está encantado con el diestro porque le proporciona una cuenta de resultados fantástica. A la mierda eso del arte y demás paradojas, pensará el artista vallisoletano. Aquí lo que interesa es pegar trallazos, mantazos y llevarnos lo más que podamos ¿verdad? Esa debe ser la filosofía del otrora artista de la torería. Eso sí, Roca Rey pone valor, ganas, técnica y unos deseos inmensos por agradar, otra cosa es que lo logre. Y, la espada que siempre ha sido su razón de ser, es decir, la madre de sus éxitos, hoy no se ha aliado con el peruano.

Tomás Rufo se presentaba en Sevilla y, como quiera que torea bien -sin tener el sello de artista, eso que vaya por delante- entra en los mejores carteles, mata los toros más nobles de las dehesas, esos que no tienen peligro alguno, solo bondad hasta el punto de la Madre Teresa, receta estocadas descomunales y con dichos componentes el éxito lo tiene asegurado. Sus enemigos han sido calcados el uno del otro. Dos toretes a modo, sin el menor peligro, sin casta alguna, sin ningún compromiso para el matador y, repito, toreo bonito, muy superficial, pero muy limpio a su vez. ¿Resultado? Figura del toreo, no puede ser de otro modo. Le ha tocado a él dicho privilegio, como podía haberle sucedido a Ángel Jiménez, por citar a un torero artista. Pero como quiera que la suerte y empresarios con caprichosos vete tú a saber y analiza las razones por las que se ha elegido a Rufo y no a otros de los «tres mil» que tenemos sentados en el banquillo. En el último, al entrar a matar, resbaló y sufrió una dramática voltereta de las que salió ileso, hasta en ese tiene suerte el chico porque ha sido volteado en varias ocasiones y nunca le pasó nada. Y yo que me alegro. Tres orejas, puerta del Príncipe y aquí empezó todo, diremos años más tarde.

Ante festejos como el de hoy irremediablemente me acordaba de Iván Fandiño, aquel que El Juli y sus huestes le negaron el pan y la sal y que tuvo que entregarle su alma a Dios para que le reconocieran en su grandeza. No fue nuestro caso que le defendimos hasta la muerte, nunca mejor dicho. Mientras Fandiño mataba el toro con toda su autenticidad, El Juli y sus comparsas mataban el burro desvalido, por eso odiaban todos al diestro de Orduña que, pese a tanta traba por parte de las figuritas de cartón, durante dos años lideró el escalafón sin torear con ninguno de ello. Aquel hombre era grande entre los grandes mientras que estos se parodian a sí mismos frente a toritos como los de hoy que, para mayor desdicha del toreo, es lo que hacen todos los días.