Cronica Francisco Diaz, Fotografia Pages Maestranza

Bochornosa corrida de toros la lidiada ayer en Sevilla por el insuficiente trapío de los animales, indignos para una plaza de la categoría, al menos por su historia, de Sevilla. También fue vergonzoso el comportamiento mostrado por los ejemplares, salvo segundo y tercero. Todos ellos sin picar, y ya van varias corridas así. Los demás blandos e inválidos, descastados la mayoría. La terna se compuso por Juan Bautista, López Simón y José Garrido. Los dos primeros anduvieron al nivel del conjunto de la corrida, desangelados y con pocos recursos, respectivamente. El extremeño, con gran garra y disposición suplió las nulas condiciones de sus oponentes.

El toro del retorno de Juan Bautista, siete años después, respondió al nombre de Potrero: un ejemplar vareado y de alzada. Desde los primeros comicios, demostró el ejemplar tener muy pocas fuerzas. Se desplomó varias veces, lo que, curiosamente, no levantó las protestas del público. Los primeros tercios se caracterizaron por los cuidados paliativos de matador y cuadrilla. El picador no justificó su remuneración ante semejante marmolillo. En la muleta, el animal acudía pronto, muy condicionado por su débil condición: embestidas rebrincadas, algunas veces, y cortas, en otras. El matador francés intentó templar las irregulares y blandas acometidas del toro, hasta acabar aburriendo. Media estocada muy baja y delante, que precisó del descabello para acabar con el animal.

Mirabajo se llamaba el segundo de la tarde, animal de construcción cuesta arriba. Salió abanto de salida, y López Simón fue a recibirlo al centró del ruedo, donde lo saludó discretamente a la verónica. El toro humilló en los primeros compases, aunque se defendió con las manos en cada capotazo. Para sorpresa de todos (nótese la ironía) no fue picado, colocando el gran Tito Sandoval horrorosamente, en las dos ocasiones, el hierro por trasero. Discreto fue el tercio de banderillas, por parte de la cuadrilla, que no lo entendió así y saludó por su cuenta. Durante este momento de la lidia, el animal acudió pronto y al galope, para iniciar sus embestidas de forma humillada y saliendo distraído. López Simón demostró, en la faena de muleta, porqué ha quedado desplazado de los grandes circuitos, siendo él quién primero se incorporó. El animal embistió con casta, sobre todo por el pitón derecho. Exigía mandó y distancias, lo cual no fue entendido por su matador. Por el pitón izquierdo punteó en demasiadas ocasiones la tela. La faena se fue diluyendo ante la incapacidad de su matador. Pinchazo y media.

Otro bichejo impresentable fue el tercero de la tarde, Sospechor. Salió, como sus hermanos, abantó de salida, al que recetó José Garrido un buen ramillete de verónicas. El tercio de varas volvió a ser una vergüenza pública, bochornoso. Y solo iban tres. En el tercio de varas brillo Antonio Chacón, saludando una justa ovación. El novillo (perdón, el toro) llegó con movilidad y clase a la muleta. La faena del pacense fue irregular. En algunos momentos sometió al toro por el pitón derecho, logrando pasajes profundos, con la figura algo encorvada, en detrimento de la tan apreciada naturalidad, en esto de los toros. Con la zocata logró los momentos más destacado de la faena: dando la distancia que el toro requería y tiempos entre muletazo y muletazo. Naturales largos y profundos. Mató de estocada trasera, que provocó una muerte larga y agónica del animal, algo innecesario. De caer bien la espada, hubiera cortado indiscutiblemente un trofeo. Sin embargo, el toro era de dos… Vuelta al ruedo.

Salió el cuarto, que obedecía al nombre de Mironcillo, otro novillo avanzado. Dada su manifiesta invalidez, asomó el moquero verde por el palco presidencial, haciendo acto de los cabestros maestrantes. El primer sobrero de la tarde, el único bien presentado de lo que iba de corrida, no fue ningún dechado de virtudes, flojo y descastado desde que asomó por toriles. En el caballo pasó sin pena ni gloria, sangrando lo suficiente para analizar la sangre. En la muleta, ante la inexistente pasión y las nulas condiciones del animal, fue un sopor.

Una rasca impresentable y bochornosa fue Portador, que dada su invalidez se devolvió a corrales, para que saliera otro mal presentado como sobrero. Poco juego ofreció en toda su lidia como la mayoría de los astados, ante un López Simón que no se diferenció mucho de la versión ofrecida en su primer toro.

Y cerró plazo otro toro de trapío insuficiente para Sevilla, de nombre Huracán. Lo recibió por el palo de Costillares José Garrido, ante un toro que siempre apretó para fuera. Pelea de manso, por defensiva en el peto, que denotó la condición que el toro iba a sostener durante toda su lidia. En la muleta, embistió a arreones, como manso. Se venía cruzado y al paso, nula la entrega y la casta del animal. El de Badajoz le plantó cara y propuso pelea, fue un toma y daca. La disposición de Garrido permitió extraer muletazos de estimable factura. La casta que le faltó al animal, la puso el torero. Estocada defectuosa, que debería haber impedido la concesión del trofeo, que se pidió sin duda por el conjunto de la tarde, siempre presidida por la voluntad de querer ser alguien.

 

Plaza de Toros de la Real Maestranza de Caballería de Sevilla. Toros de El Pilar, mal presentados y dos como sobreros (4º y 5º bis), para Juan Bautista: silencio en ambos; Alberto López Simón: silencio en ambos; y José Garrido: vuelta al ruedo tras aviso y oreja. Entrada: dos tercios.