Huelva 1º de feria.

Entrando en la intrahistoria de la primera corrida -siendo yo espectador- de esta distópica realidad a la que impávidos asistimos, no hay más reseñable hecho que una nueva prenda: la mascarilla. Atrás quedaron puros, peinetas y mantillas; todos acudimos a la plaza de la avenida de Cristóbal Colón ataviados con tan horrenda prenda. Nunca fue tanta la unanimidad en esto de los toros. Y sí, el sol fue mucho. Al menos eso no nos lo han quitado.

He de reconocer que esta crónica hubiera sido distinta de no ser por la pandemia. Con toda seguridad, hubiera comenzado lamentando y maldiciendo el saldo ganadero. Sin embargo, la pandemia, precisamente, convierte esta reseña en más ignominiosa. La nueva normalidad huele a rancio, a putrefacto, a yermo. Una muerta anunciada, y no por ello, menos dolorosa. Tantos toros sacrificados en la indignidad de un matadero, para que ayer en Huelva desfilaran seis indecorosos animales… Chicos, de expresión lavada, deshechos por su arboladura; todos merecían haber ocupado el lugar de aquellos desdichados que de manera industrial murieron. Así fue la corrida que presentó la familia Núñez del Cuvillo. Dos fueron rechazados en el sorteo. No quiero saber cómo eran. Al margen de su paupérrimo comportamiento, fue bochornosa la presentación considerando la situación vivida en el campo meses atrás.

El cartel lo compusieron Miguel Ángel Perera, Cayetano y Pablo Aguado. Triunfador de las Colombinas 2019, el primero; autor de una de las faenas más magnas de la temporada pasada a los pies del Conquero, el último. Intrigante inclusión en el cartel de Cayetano, quien tuvo cabida en la pasada edición por la vía de la sustitución de Roca Rey. No se me ocurre motivo aparente para anunciarse en Huelva más que el de compartir apoderado con Aguado. No obvio su locuacidad como portavoz en esta guerra de guerrillas del mundo del toro. Hace un año y hoy no ha dicho nada. No ha aportado nada a la tarde.

Santo y seña es Miguel Ángel Perera en Huelva. La afición choquera siente verdadera devoción por el pacense. Idilio entre la tierra del fandango y su vecino extremeño. El triunfo de Perera parece formar parte de una especie de canon. No quiero quitarle mérito. Sorteó en primer lugar un escuálido jabonero, de merma física evidente. Ceñidos los dos quites; desarmado en los dos por el pitón izquierdo. Tres veces más arrebataría el Cuvillo de la franela por ese mismo pitón. Faena insulsa e improductiva. Rebrincado por el derecho y topón por el izquierdo. Perera perseverante y desquiciante, mal colocado y trazando líneas. Pasaportó de estocada defectuosa y esperó lo indecible en agónica muerte. El cuarto tuvo la virtud de la clase. Sobresalió por encima del resto. Embestidas largas, templadas y humilladas. Mano baja, aunque armando la noria, por el derecho. Un muletazo largo y poderoso por el izquierdo, lo más destacable de la lidia. Quebró la plaza en el arrimón de rodillas, circulares incluidos… Hubo emoción, técnica y valor. Faltó toreo, pureza y verdad. Cortó las dos orejas. Son obvias las prioridades del público. Mención aparte merecen Ambel y Curro Javier, recogieron sendas ovaciones.

En segundo y quinto lugar, correspondió turno a Cayetano. Insultante presentación del primero del lote. Simplemente, bochornosa. Tullida su condición. Por extraña razón no fue devuelto. Para más inri, clavó los pitones en el albero onubense; tropezó con él el caballo de picar, cayendo sobre el toro. Todo cuanto sucedió en la lidia careció de interés, pues faltó quien ocupa el espacio central en esto: el toro. Pitones de vaca vieja “lució” el quinto. Animal de descompuesta embestida, basta y ayuna de casta. Sin embargo, requería mando y mano muy baja, con la esperanza de alargar las atropelladas embestidas del animal. Como el audaz lector conoce, mando y Cayetano confluyen en insalvable antinomia. Deambuló sobre el ruedo el torero madrileño. Mató y a otra cosa.

Aún sonaban los “oles” de la plaza de Huelva del año pasado, cuando recibió Aguado al que hizo tercero con sedosas verónicas. Sublime fue el recibo en el sexto. Si bien, el primero de su lote tuvo un puntito de casta. O al menos, algo más que sus hermanos. La justa para ver a un Aguado sin ninguna claridad de ideas. Destemplado y sin estarse quieto. Empeñado en un inerte pitón izquierdo. Más dominio se le intuía por el derecho. Cite fuerte y largo muletazo. Mató mal, muy mal. El toro fue arrastrado dándome la sensación de tener más. Y, finalmente, cerró plaza otro joven adolescente. Feo e imposible para el toreo. Sin un ápice de humillar, sin codicia. Recorrió abanto la plaza en los primeros tercios. Al menos se sujetó en el de muerte. Sin embargo, es más probable “formar el lío· con una silla que con aquel. Si no podía haber sido peor, dos avisos y sainete con la tizona.

Por Francisco Díaz 

Fotografía Arjona