Pese al ruego de Luis, Luz no podía quedarse. Faltaban dos horas para empezar su jornada laboral y por nada del mundo debía fallar. Se despidieron, Luis le dijo que se quedaría varios meses en Colombia; era el pleno de su temporada taurina y, por dicha razón, podrían verse algunas veces más. Es cierto que él todavía se quedaría unos días más en Cali puesto que gran triunfador ya de su feria, quería también ser espectador de lujo de sus compañeros los toreros españoles, ya que sentía una gran admiración por ellos. Pese a que ambos debían separarse para atender cada uno sus respectivos asuntos, en el ambiente quedaba un halo de ternura que no podía tocarse pero que, en su mente, presagiaba un nuevo encuentro entre ambos.

Sí, Luis lo deseaba y Luz lo añoraba. Si bien en un principio Luz había decidido quedarse en el hotel, al final decidió marcharse a su casa para asearse y cambiarse de ropa. No le quedaba mucho tiempo. Tomó un taxi puesto que el reloj la apremiaba. Y luego, cuando metió la mano en su bolso para sacar las monedas que le permitirían pagar el viaje se encontró con una sorpresa. Tenía una importante cantidad de dinero. Quedó estupefacta. Asombrada y sin llegar a comprender que hacía ese dinero ahí. Luis Arango había querido, con un gesto de auténtica generosidad, desgarrar el corazón de la muchacha por la emoción que dicho regalo pudiera hacerle sentir. Luis, sabedor de la humildad de Luz, quiso gratificarla en su alma; no era una cuestión de pago por servicios ofrecidos, sino simplemente un gesto solidario y desprendido del diestro. Dentro del bolso, también había dejado él una tarjetita que decía:

“Luz, esto quiero que sea para ti y los tuyos. Un beso, Luis”.

Este gesto dejó a Luz anonadada, se preguntaba en qué momento Luis había puesto estas cosas en su bolso y unas lágrimas de agradecimiento comenzaron a correrle por sus mejillas porque, además de todo el amor que había recibido de aquel chico, su generosidad la dejaba muy contenta. Luz comenzaba a barruntar que, más que una espléndida noche de amor, se presagiaba algo mucho más bello. Ella, decididamente, desde su interior, ya lo estaba amando. Había saboreado el néctar de su amor y para ella, el flechazo se había producido. Ya en casa, doña Liliana, respiró aliviada al ver a su hija.

–¡Buen día hijita!, ¿cómo te ha ido anoche, amor? –preguntó la madre–.

Y al notar lo apresurada que entró su hija que apenas le dio un beso de pasada y que rápidamente se fue a su habitación, buscó ropa y se metió al baño a ducharse, volvió a preguntar…

–Pero, tesoro …¿Y te marchas ahora de nuevo, amor?

–Claro, mamá. Ha sido una noche muy intensa. Había invitados excepcionales y el gerente del hotel me pidió que los atendiera; hubo una gran fiesta y, según aquel señor, nadie como yo para servirles las bebidas y estar pendientes de todos ellos. Ha sido una velada hermosa mamá. Era gente de muy alto nivel y además muy generosos. Mira, mamita, todo el dinero que me han regalado como propinas. Les servía sus tragos y emocionados como estaban todos, de forma generosa, me han gratificado. He tenido mucha suerte madre, en una sola noche, he recogido más dinero que el que tengo estipulado para todo el mes.

– ¡Y me voy de inmediato! –seguía diciendo Luz. ¡Apenas me queda tiempo!

En la noche conversamos y te contaré todos los detalles. Las preguntas de doña Liliana, pese a que supo responderlas bien y rápido, en su fuero interno, tenían intranquila a Luz. Ella no estaba acostumbrada a mentir, es más, nunca lo hizo, ni en su casa ni lado alguno. Su honradez y formalidad en todos los sentidos, formaba parte de la bella enseñanza que había recibido de sus padres y sentía que les había fallado, ante todo, a su admirada madre a quien quería con pasión.

Antes de marcharse de nuevo al trabajo, Luz, entregó todo el dinero a su madre quien, al ver mejor ahora la cantidad que sumaba, quedó perpleja. Para la señora, la cifra no era otra cosa que una verdadera fortuna. Sus ojos se abrieron muy grandes, mientras contaba los billetes. Aquel dinero ganado en una noche por Luz como premio a su “esfuerzo”; para doña Liliana, no era otra cosa que el refrendo a lo que ella consideraba una titánica actitud y responsabilidad hacia el trabajo por parte de su hijita y, como tal, lo estaba orgullosamente disfrutando.

La señora mentalmente hacía los apartados correspondientes con dicho dinero porque, el mismo, serviría para mitigar muchos males en su hogar inalcanzables de solucionar hasta este momento. La cifra le parecía a la humilde y esforzada mujer, un sueño porque para ella, este dinero era, en verdad, una inmensa fortuna.

Partió Luz dichosa hacia el trabajo que tanta ilusión le hacía sentir. Porque es verdad que, como le sucediera a ella, el trabajo mitiga muchos males. Podríamos decir que todos y esta muchachita que conocimos con aquella depresión, con aquella tristeza como compañera, rota y sin ilusiones, prisionera del desencanto que la vida le había otorgado, gracias a su recientemente logrado trabajo, era ahora un ser nuevo, completamente nuevo. Y dicho esto, cabe preguntarnos: ¿Le quedarían ganas, todavía de irse a Europa? A Luz, internamente, su corazón le decía que tenía que contarle la verdad a su madre pero, sopesaba las consecuencias. ¿Será capaz de entenderme? –se preguntaba pensando en ella. Lo realmente importante es que Luz se sentía pletórica. Su sonrisa iluminaba a todo Cali; las pruebas no eran otras que, cuando ella caminaba por sus calles, hasta los pájaros trinaban al compás de su alegría. Y al menos se podría decir que era la primera mentira que le había dicho Luz a su madre en su vida y, más que mentira, era ocultación de datos verídicos, que se habían saldado con un balance positivo.

Llevó a casa una importante cantidad de dinero y, para su dicha, había sido feliz junto a un hombre maravilloso. Pese a la noche intensa, feliz y sensual que había tenido, Luz estaba radiante. Lo estaba su corazón y su persona lo denotaba. Cuando llegó al hotel, el gerente la saludó con todo respeto. Ella temía que pudieran haberla reconocido en la fiesta que estuvo con el torero. Luz pretendía que su noche hubiese sido de incógnito. Y si bien es cierto que nadie sabía que había pasado la noche con el torero, el gerente, hombre avezado en todas las circunstancias que en el hotel se dan cita, en la fiesta se percató de que Luz estaba bailando con el torero.

–¿Cómo lo pasó usted anoche en la fiesta con el matador Luis Arango? –le preguntó el gerente, como al pasar.

¿Conoce usted a tan famoso diestro de antes?

Luz se quedó como fuera de juego. No sabía qué responder. Temía que su desliz pudiera traerle consecuencias nefastas ante la dirección del hotel. Ella, ante la pregunta de su superior, no sabía qué respuesta debía darle; la verdad o salir airosa sin más detalle.

–Mire, señor; lo conocí –respondió Luz– cuando éramos chicos; vivía muy cerca de mi casa y ayer, como detalle, nos regaló dos entradas para que asistiéramos con mi madre a Cañaveralejo a verlo. Dada nuestra amistad, tras los toros, me invitó a la fiesta.

–No se preocupe, señorita. Lo que he querido decirle es que anoche, al acompañar usted al diestro, su belleza inundó nuestro local y le dio elegancia y distinción; no es lo mismo verla a usted con su traje de faena, que verla como anoche, tan guapa y espléndida como estaba. Imagino que el señor Arango, con su amistad, se sentirá muy reconfortado, ¿verdad?

–Sí –respondía Luz –, Luis es un chico maravilloso. Un amigo de verdad que, me concedió el honor de acompañarlo en la fiesta y me sentí dichosa. Bailamos hasta casi la madrugada y, al final, me tuve que marchar, quedaban pocas horas y como usted ha comprobado, yo no podía fallar a mi trabajo. Luz deseaba que se terminara pronto el interrogatorio. Todo discurría por los cauces de la más absoluta normalidad pero ella tenía el presentimiento de que el gerente quería saber algo más, y eso la molestaba.

Los modos y maneras de aquel señor, pese a su educación exquisita, dejaban a Luz como insatisfecha. ¿Querrá saber algo más? Se preguntaba a sí misma. No es menos cierto que, posiblemente, su actitud para con el diestro y aquello de haber pasado la noche junto a él, posiblemente fuera motivo de escándalo y, como tal, se tomaran medidas que ella no deseaba para nada.

Las normas del Sheraton, como Luz sabía, eran muy estrictas; es más, se lo avisaron el primer día que acudió a dicho centro hotelero. El más mínimo error sería cuestión de despido. ¿Sería un error imperdonable que la hubiesen descubierto en la habitación del torero y que su acción fuera motivo de despido? Luz no encontraba respuesta para la pregunta que ella misma se formulaba. ¡Pero si no he matado a nadie! se repetía en su interior. Cuando ya se disponía Luz a marcharse para empezar su trabajo, tras responder las preguntas del gerente, éste le preguntó una cosa más:

–¿Y era usted también la que se estaba besando anoche en los jardines del hotel con el diestro Luis Arango al terminar el baile?

Pla Ventura