Ya había terminado las tres vueltas al ruedo, pero los aficionados de Cañaveralejo seguían soñando despiertos. La faena que ‘El Mago’ había llevado a cabo era increíble; le había hecho honor a su apodo y todo había sido magia lo que había brotado del fondo de su ser. La plaza había hervido de pasión mientras que Rodolfo, con su particular forma de hacer, había logrado una faena perfecta. La cara del torero denotaba una felicidad increíble; jamás pudo soñar ‘El Mago’ con aquello que le estaba sucediendo en ese momento; jamás hubiera podido tan siquiera imaginar que un día de la vida pudiera lograr un éxito tan grande y, lo que es mejor, con todos los condicionantes que se dieron para llegar a dicho triunfo.

La faena del Mago había alcanzado proporciones bellísimas; todo había sido creatividad en sus manos y sentidos y, para su dicha, el toro fue su más fiel ‘amigo’. El clamor seguía siendo inmenso por parte de los asistentes. ‘El Mago’ estaba feliz, pletórico, porque el indulto de su ‘colaborador’ le permitía saborear el más grande éxito puesto que, cuando se indulta un toro, al diestro se le otorgan los máximos trofeos. Judith observaba a su amado –quien ya se había acercado a besar su mano y a llevarse un ramo de rosas rojas que ella le obsequió; y, que a ella le sabían a poco, porque ella, si hubiera podido, en ese preciso momento, le hubiera entregado a Rodolfo su único y desbordado corazón– y llena de dicha disfrutaba a plenitud el triunfo de ese hombre al que amaba.

Sus compañeros de terna no tuvieron suerte, o quizá no supieron estar a la altura del acontecimiento. Todo confabuló en la citada tarde para que fuera ‘El Mago’ el auténtico héroe de tan magno espectáculo. Varios cientos de personas se habían quedado fuera del coso, por no haber conseguido boleto. Éstas aguardaban en los aledaños de la plaza a que finalizara el espectáculo para saber, de primera mano, el resultado del festejo.

Se escuchaban los vítores desde adentro de la plaza, y los aficionados ausentes presagiaban –en función de ellos –lo mejor respecto al ídolo mexicano; y estaban en lo cierto. A Rodolfo le quedaba aún otra oportunidad para jugarse nuevamente la vida, y ahí apareció de pronto, entrando al ruedo por toriles, como una tromba, su segundo enemigo en la arena. La plaza de Cali estaba exhausta de felicidad; y los allí presentes anhelaban un nuevo triunfo del diestro tlaxcalteca. Los primeros lances con el capote a su segundo enemigo tuvieron usía, es decir, el empaque profundo de su toreo que, con vitola de mago, asombró una vez más a los graderíos.

Cumplidos los primeros tercios de la lidia, muleta en mano, Rodolfo Martín se puso en el centro del ruedo para citar desde muy lejos al toro. Cuando lo tenía bajo su jurisdicción le dio un pase cambiado por la espalda que conmovió a los aficionados. El toro tenía muchos problemas en sus embestidas y ‘El Mago’ tuvo que echar mano de su ciencia lidiadora, amén –por cierto –de su creatividad. Hasta una voltereta tuvo que soportar; eso sí, con la suerte de salir ileso del trance.

En esta ocasión, tuvo que hacer uso más de su gallardía frente a su enemigo que de su propia magia. Los aficionados, sabedores de las dificultades que tenía el toro, comprendieron la actitud del diestro, puesto que, con dicho animal, éste sólo podía demostrarles su ejemplo constante acerca de que era capaz de jugarse la vida como debe hacerlo todo buen torero, artista que se precie de serlo. Maltrecho como estaba tras la cogida, incluso con el vestido hecho jirones, empuñó la espada y, de una certera estocada, acabó con su enemigo. Cal y arena en su actuación, pero con el regusto de haber realizado la faena casi perfecta en su primer toro para dejar, de esta manera, su tarjeta de presentación en Cali, porque en Cañaveralejo había actuado un verdadero Mago de la torería. El apodo de Rodolfo Martín no era en vano, puesto que estaba demostrado que su arte, casi siempre, embelesaba a los aficionados.

Pla Ventura