La pregunta formulada por el gerente dejó perpleja a la muchachita. No sabía qué responder, si diciendo la verdad era posible que se tomaran represalias contra ella. Una vez más se encontraba Luz en la tremenda encrucijada por decir la verdad o contar una mentira piadosa. Ella conocía muy bien las estrictas normas del hotel y, cualquier error, por mínimo que fuere como quedó consignado oportunamente, podía ser motivo de despido y, para Luz, si al día siguiente de empezar la despedían, su fracaso sería mayúsculo. Es más, no lograría superarlo. Ni ella ni por supuesto su señora madre, que estaba feliz y dichosa al ver a su hija trabajando en un centro hotelero de enorme magnitud.

Luz no lo pensó dos veces:¡ahora, o nunca! dijo para sí misma. Y decidió contarle la verdad al gerente.

–Sí, señor. Era yo la que acompañaba al diestro en esa hora que usted dice. Estuvimos bailando y, más tarde, nos congratuló el alma sentarnos en el jardín para conversar de nuestras cosas. Como usted sabe, Luis Arango es amigo mío y como tales así nos comportamos. Así, de repente, Luz se quedó livianita por cuanto había contado.

Nada mejor que la verdad, decía para sus adentros. Y ahora, como ella pensaba, ¡qué sea lo que Dios quiera! Era mucho lo que se jugaba, nada más y nada menos que su futuro como empleada en el hotel y tratar de ocultar lo evidente le parecía una nimiedad que, a la larga, podría traerle consecuencias nefastas.

–No tema señorita –dijo el gerente. Simple curiosidad de caballero. Pero, sí le hago saber que me llena de orgullo que una de nuestras empleadas tenga esos afectos con un cliente de la categoría del señor Arango. Sepa que su amistad con Arango le da prestigio al hotel. Son ya varios años que este diestro se hospeda en nuestra casa y que un hombre de su fama y renombre se relacione con una empleada nuestra, repito, es motivo de orgullo para todos nosotros. Informaré a las altas jerarquías del hotel para que sepan que, junto a nosotros, tenemos una empleada que se codea con los famosos que por aquí se dan cita.

Pronto se corrió la voz en el hotel de que la muchacha se relacionaba con el diestro y, a partir de ahí, las miradas todas se concentraban en la actitud y acciones de Luz. De repente, sin pretenderlo, se había hecho famosa dentro del hotel, es decir, por parte de todos sus compañeros. Todos la miraban como una privilegiada. Ella no le daba importancia a dicha actitud. Que le vieran como una famosa dentro del hotel tampoco le reportaba beneficio alguno.

Digamos que ella era lógica en su menester, nadie puede vivir de estupideces. En la planta que ella tenía que limpiar, como se sabe, se encontraba la habitación de Arango, justamente la alcoba donde ella se sintió feliz, en la que perdió su virginidad y, por supuesto, la que tantos recuerdos le traía. Entró para su limpieza y un nuevo escalofrío recorrió su cuerpo. Horas antes había estado allí sintiendo el más bello amor, la pasión más exacerbada y tales recuerdos le humedecieron los ojos.

Allí estaba, en la silla de la habitación, el vestido de torear de Luis Arango, precisamente el que había lucido el día de su gran triunfo. Era un vestido azul mar bordado en oro y en el capote de paseo tenía también bordada la virgen de Guadalupe; denotando esto, sin lugar a dudas, las convicciones religiosas de Arango quien, al igual que la práctica totalidad de los diestros, es una persona muy creyente.

Luz limpiaba con mimo todos los rincones de la habitación y su sorpresa resultó mayúscula cuando vio que, en la mesita de noche, junto a la cama donde había sido feliz junto con el diestro, había una carta dentro de un sobre que decía: “Para ti, Luz querida”.

Nada de ello era producto de la casualidad, más bien era pura causalidad porque el diestro sabía que Luz entraría en dicha habitación, es por ello que se atrevió a correr el riesgo de dejar la carta a la buena de Dios; y hablamos de riesgo porque, dicha misiva, pudo haberla leído otra persona. Sin embargo, Luis sabía lo que hacía y, por dicha razón, dejó tal manifiesto para que Luz lo leyera. La muchacha estaba temblorosa cuando cogió la carta con sus manos. Cerró la puerta con llave y se dispuso a leerla.

Era mucha la expectación que estaba sintiendo, todo un cúmulo de sensaciones porque, en realidad, dicha carta podría entrañar de todo, bueno o malo o todo a la vez. Es verdad que Arango, todo un caballero donde los hubiere, se encargó de perfumar la carta. Al tocarla, Luz olió el mismo perfume de la noche anterior en que saboreó sus encantos de mujer junto al hombre que le arrebató su corazón y su pasión.

Querida Luz: He querido escribirte estas letras porque, como puedes ver, con mi voz, me falta valor para expresarte todo lo que por ti siento; lo que sentí y, ante todo, por el regusto maravilloso que se quedó en mí ser ante el hecho de haberte amado, en realidad, de habernos entregado el más bendito amor. No puedo negarte que, dada mi condición de hombre público, he estado con muchas mujeres en la intimidad y jamás antes sentí lo que contigo gocé. Te juro que para mí no fuiste una conquista más, fuiste, amor, un sueño que se me hizo realidad. Me cautivaste por tu belleza y me conquistaste por tu generoso corazón. Nuestro encuentro no fue casual, yo creo que resultó ser una bendición del destino porque, bonita mía, en Cali existen cientos de miles de mujeres bellas y, sin embargo, la más bonita de todas, vestida de ángel, tuvo que posarse junto a mí, es decir, abrir sus alitas para cobijarme con todo su ser. No fuiste un capricho para una noche de éxito, te juro que lo que tú me diste, me llegó muy hondo; pude saborear el más dulce amor y esa dicha vive conmigo. Te pido perdón si en algo te ofendí. Te juro que, cuando introduje aquel dinero en tu bolso, querida mía, no era mi intención comprar tu favor, más bien, era ayudarte en tu peregrinar por la vida. Yo sé de tu condición humilde y te aseguro que, antes de tomar aquella determinación, lo pensé. De forma rápida pero, lo pensé. Creí que era lo mejor, digamos que lo correcto. Sabía que, aquella actitud crematística mía, en tu persona, podía tener cualquier tipo de sensación; podías sentir gratitud o, por el contrario, aborrecerme creyendo que te había comprado. En aquel momento, Luz, sentí tanta ternura a tu lado que te hubiera dado todo lo que me hubieras pedido y, como sabes, no me pediste nada y podías haberlo hecho. ¡Cuántas antes lo hicieron! Sin embargo, amor, tú eres diferente.

Presagio que el destino nos puso juntos para que, en el devenir de los días, ambos, tomásemos la lección que nuestro encuentro nos ha deparado. Tú mereces todo, Luz querida. Procuraré con mis acciones hacerte feliz, de eso que no te quepa duda. Voy a estar unos días más en Cali, hasta que finalice la feria y seguro que nos veremos. Ya sabes que soy muy tímido y, en él cara a cara, me faltó valor para decirte cuanto te he contado.

Merecías que te dijera un TE AMO con toda mi pasión y, me faltó valor … pero es ahora cuando, con mis letras, quiero que guardes dentro de tu corazón el “TE AMO” que brota del fondo de mi ser. Pasaré varios meses en Colombia, tengo lo que llamamos los diestros una gira por las ciudades más importantes y, como adivinas, antes de marcharme de nuevo a Europa, volveré a Cali. Aquí te dejo el número de mi teléfono, por favor, llámame cuando quieras.

Tuyo que te adora: Luis.

Tras leer dicha carta, Luz quedó embriagada por la emoción; no podía contenerla y sus ojos se llenaron de lágrimas. Lo que hasta hace unos días era puro desencanto y amargura, unida a una desolación inmensa, por un bello lance del destino, se estaba convirtiendo en una ilusión desbordante. Sin lugar a dudas, la carta citada, bien entendida, era toda una declaración de amor del diestro hacia ella. Le costaba mucho creer y hasta se tocaba y se pellizcaba para comprobar que lo que le sucedía era producto de lo que estaba viviendo. ¿Un milagro? Se preguntaba. ¡Quizá sí! Solía responderse a sí misma. Tampoco quería hacerse ilusiones puesto que, en realidad, puede cambiar la vida de una persona de la noche a la mañana; por eso… tiempo al tiempo.

Pla Ventura