Saboreando la felicidad, Luz y Luis decidieron dar un paseo por la ciudad. Estaban pletóricos y el diestro quería agasajar a Luz por muchos motivos. Primero por el afecto que sentía por la muchacha y, acto seguido, por celebrar junto a ella lo que para todos resultó una hazaña cuando ayudó a su compañera Daniela. Al regreso de dicho paseo, el hall del hotel se encontraba repleto; eran todas las fans de Luis Arango y, a su vez, todos los aficionados que anhelaban tener un autógrafo del diestro y, al mismo tiempo, tomarse una foto junto al torero.

Un hervidero de gente de la que Luis apenas podía zafarse. El tributo que tenía que pagar por su fama era latente y de puro manifiesto. Lógicamente, estaba en su ciudad y aquellos aficionados eran los que le habían coreado y erigido triunfador absoluto de la feria caleña sin que ésta hubiese finalizado. Ella, educadamente, sabedora de la fama de Luis, mientras éste atendía a los aficionados y medios de comunicación se sentó en un sofá a esperar que terminara la avalancha y poder marcharse con el hombre que, con toda seguridad, sentía que la amaba con locura.

Una vez cumplido con todos los medios de comunicación y con los aficionados, Arango regresó al lado de Luz. Se les veía tan dichosos y felices que ambos estaban teniendo el convencimiento de haber encontrado el amor en sus vidas. Se habían conocido y amado en sus cuerpos y aquella sensación es la que los embriagaba por completo. Ambos, tras aquella noche de amor, quedaron marcados. La mirada de Luis Arango ya denotaba la desilusión al tener que alejarse de Luz. Le quedaba toda una campaña por distintas ciudades colombianas y, como se sabe, Luz tenía que quedarse en Cali.

Para mitigar el dolor de la ausencia que ambos sentirían al alejarse, el diestro invitó a Luz para que aquella noche la pasaran juntos. Era la llamada del amor y, cuando manda el amor, mueren todos los problemas. La muchacha aceptó encantada pero teniendo el resquemor de volver a mentirle a su madre. ¿Vale la pena mentir, sin dañar a nadie, para conseguir la felicidad? Esta pregunta se la hacía Luz respecto a su madre y, ella misma se consolaba pensando que, con aquella mentira piadosa, estaba logrando su felicidad. Luz, ante la invitación de su amado, optó por llamar a su madre.

Una llamada fría y seca: «Mamá, no me esperes que tengo que trabajar esta noche también». La madre, amantísima de su hija, no dudó un instante de lo que aquella le había dicho. Ambos enamorados se marcharon de nuevo y encontraron un céntrico restaurante para cenar y digo que encontraron porque Luis Arango quería un sitio íntimo donde no se lo reconociera. La fama suele ser muy dura, te roba todo, principalmente tu intimidad y este efecto tenía muy preocupado al diestro. No era cuestión de pasarse la noche firmando autógrafos. Ya en el restaurante, el maitre que los atendió los pasó a un lugar reservado, algo que Arango agradeció muchísimo. Sentados a la mesa, mientras les servían un aperitivo, de pronto dijo Luis:

–¿Me quieres Luz?

Ella quedó atónita; era la pregunta que estaba esperando, la que soñaba con todas sus fuerzas que un día, Arango, pronunciara ante ella. La respuesta no se hizo esperar:

–Luis… ¡Te amo con todas las fuerzas de mi corazón!

Un apasionado beso en sus labios selló aquel pacto de amor entre la limpiadora y el diestro de relumbrón, había triunfado el amor y nada de lo demás era importante. Tomaron una ligera cena mientras que ambos, con sus miradas se decían cuanto se deseaban; sobraron las palabras cuando hablaban sus corazones. Se alejaron de aquel lugar y, montados en el auto de Arango, se dirigieron a lo que sería su nido de amor. Como quiera que Luz quisiera ser discreta, entró al hotel por la puerta de servicio. A los pocos minutos se encontraban juntos en la habitación. Se miraban con atención, para ellos, aquel amor, les sonaba a milagro.

La escena para Arango, no era nueva, por su profesión, en su peregrinar por el mundo, más de una noche pasó con alguna que otra muchacha, era aquello de saciar un deseo carnal que, por supuesto, nada tenía que ver con lo que estaba sintiendo el diestro junto a la muchacha. Luz estaba desnudando a su amadito. La noche se presagiaba amorosa. Nada ni nadie podía impedirlo. Flotaban los dos al verse solos y enamorados mientras Luis se dejaba caer en la cama con la intención de saborear el dulce manjar que para él suponía el bellísimo cuerpo de Luz.

Atentamente, sin apartar la mirada, contemplaba como ella se desnudaba con aires de artista de la pantalla, parecía una profesional. Asombrado estaba el diestro que, apasionadamente, esperó a su amada en la cama. Quedó la muchacha con sus pechos desnudos y aquella pequeña tanga que lucía embelesó por completo al torero. Era un momento inolvidable. Se trataba de la segunda vez que se amaban y tenía tintes tan emocionantes como la primera, digamos que mucho más, puesto que ahora ya se había confirmado el amor que ellos sentían el uno por el otro. Las manos de Luis acariciaban el lindo cuerpo de Luz, ella lo dejaba hacer; estaba sintiendo un ataque de ternura por todo su ser.

En aquel momento sonó el celular del diestro. Cara de estupefacción la suya puesto que, había dado órdenes a los suyos para que nadie lo molestara en toda la noche.

–Maestro –dijo Rodolfo, el apoderado–; perdona que te moleste a estas horas; estarás dormido y no era mi intención interrumpir tu sueño. Me ha llamado la empresa de Cañaveralejo y nos ofrecen la sustitución en la última corrida de feria; como sabes cayó herido el compañero español y por dicha razón, sustentado por el triunfo que hace días tuvimos, nos ofrecen cerrar la feria; es un cartel hermoso.

–Pero, ¡Rodolfo…!

–Sí, maestro, ya lo sé. Tenemos en nuestro poder el prestigioso trofeo ya logrado y acudir a dicha corrida puede ser hasta una temeridad. Comprendo que el triunfo que tuvimos fue tan rotundo que, ahora, no deberíamos de acudir, pero maestro, nos ofrecen el doble del dinero de hace unos días. No podemos desatender a la empresa que quiere hacer un cartel rematado. Los dos españoles y nosotros –decía Rodolfo–. Tenemos al público a favor, la plaza se llenará por completo y, antes de marcharnos a Bogotá, saborearemos una vez más el éxito con un poco que ayuden los toros. ¿Qué le digo a la empresa?

Luis se queda pensativo. Luz lo mira y habiendo escuchado la conversación le anima para que diga que sí. Ella sabe del tributo de su fama y, en una ocasión como ahora, no puede darse el lujo de no acudir a la plaza en la que tanto éxito ha logrado en los últimos años.

–Fírmales el contrato, Rodolfo –dijo el diestro vallecaucano–. Allí estaremos.

Luis quedó satisfecho, sabía de su deber como figura máxima de la torería colombiana y su nombre daba realce a los carteles. Y mucho más en la plaza de su pueblo en la que era ídolo admirado.

Tras comprobar el reconocimiento del que era objeto su amado, Luz, más enamorada que nunca quería entregarle todo su amor. En esta ocasión, las cicatrices ya no le impactaron tanto ante la desnudez de sus cuerpos. Ella las contemplaba como galardones de su amado, el pago por aquel tributo que le rendían los aficionados y, ante todo, el que él entregaba en los ruedos.

No es menos cierto que, de pronto, su amadita sintió miedo. Ella era consciente de que, una vez más, Luis tenía que jugarse la vida. Morir o matar es la máxima de todo torero y, en ocasiones, como todo el mundo sabe, muere el torero. Una borrachera de amor satisfizo por completo los cuerpos de Luz y Luis, y si bien ya era una alta hora de la madrugada, ellos todavía se miraban y besaban. El amor y su juventud les habían permitido excitarse como nadie y, ante todo, dar refrendo a todo lo que sentían sus cuerpos saciándose por completo.

Pla Ventura