Entre dolorido por la cogida y exultante de felicidad se daba paso a la lidia del segundo toro de la tarde en que Arango tenía que devolver los trastos de matar a su padrino de alternativa, ceremonia que se llevó a cabo entre ovaciones puesto que el éxito del colombiano había calado en el corazón de los aficionados. Mariano Ramírez recogía los trebejos mientras que felicitaba al diestro confirmante. Un fraternal abrazo selló el acto de la devolución de trastos. Tanto Mariano Ramírez como Juan Salvatierra, estaban obligados a cosechar el gran triunfo puesto que Arango, como todo torero que se precie, en la arena demostró no tener amigos. Ellos eran mexicanos y, como se diría en el argot de los toros, no podían dejarse ganar la pelea por un gachupín de Colombia.

El toro que tenía que lidiar Ramírez, como por un presagio del destino, se llamaba ‘Casualidad’ y era de la ganadería de Reyes Huertas. Se dobló el mexicano con su enemigo en dos pases por bajo de castigo o tanteo y, tras un soberbio pase de pecho, el diestro se distancia de su enemigo para que éste tomase aire. Varias series de muletazos del manito no calaban entre los aficionados; algo no iba bien, digamos que la faena de Mariano era correcta pero en esta ocasión, no logró conectar con los tendidos. Su labor parecía estar impregnada de una frialdad mayúscula que a nadie convenció. Y cuando ya todos creíamos que la obra estaba concluida, de repente, como si de un fantasma se tratare, vimos como saltaba un espontáneo al ruedo que, portador de una muleta, en tres segundos se plantó frente al toro y le endilgó una serie de muletazos bellísimos.

Los subalternos querían apartarle del toro, pero en la distancia en que se encontraba, aquello era imposible. No cabía otra opción que dejar aquel hombre frente al toro. Ramírez tenía la sangre congelada; su labor no había conectado con los aficionados y el espontáneo estaba cautivando al público presente. Todo parecía muy surrealista, como sacado de una novela de ciencia ficción sí, pero era la realidad de lo que estaba sucediendo en la plaza de México.

Menuda casualidad se estaba dando. Luis Arango se quedó estupefacto cuando comprobó quién era el espontáneo. La sorpresa del diestro colombiano era la misma que la de los propios aficionados y, ante todo, la de los toreros mexicanos en especial Mariano Ramírez, todos estaban atónitos. El espontáneo era nada más y nada menos que ¡Rodolfo Martín ‘El Mago’! Cuatro series de muletazos le propinó ‘El Mago’ a dicho toro y la plaza rugía en ovaciones. En realidad, pese a que ‘El Mago’ había infringido la ley, una vez más a lo largo de su carrera lo realmente cierto es que el gentío lo ovacionaba con fuerza. Muletazos de una belleza plástica inusual, el delirio entre los aficionados estaba dando la medida de la grandeza de cuanto había llevado a cabo ‘El Mago’.

Vestido de paisano, ‘El Mago’, estaba regando el albero de México con su arte, como en tantas ocasiones lo había regado con su sangre. Nadie sabe cómo pudo saltar hasta la arena el artista que estaba en el tendido, es más, la sorpresa de Arango resultó ser la más bella del mundo puesto que, en el día anterior, Luis había visitado al diestro en la clínica guadalupana donde se hallaba internado para rehabilitarse del alcoholismo del que era rehén. Lo que pasó es que ‘El Mago’, luego de que se marchara Luis, quedó cavilando sobre su vida profesional y harto de humillaciones por parte de los empresarios y, a su vez, de los mismos compañeros de profesión así como sabedor de que la corrida a lidiar tenía muchas garantías de éxito en lo que a las embestidas de los toros se refiere, decidió abandonar la clínica y lanzarse de espontáneo para que, aunque fuese de forma ilegal, mostrarle a los aficionados la gran injusticia que se estaba cometiendo contra su persona.

Tras acabar su labor, ‘El Mago’ se marchó entre barreras y le pidió perdón a Mariano Ramírez por su intromisión en la lidia de su toro. Ramírez mató al toro pero los aficionados pidieron y reclamaron que la vuelta al ruedo como triunfador de la tarde la diera ‘El Mago’ que, lógicamente, accedió a tan grato honor. Luego de eso, él sabía que la policía lo esperaba entre barreras para detenerlo y llevarlo a la cárcel lugar que ya conocía puesto que, por idénticos motivos, tiempo atrás, había sido encarcelado.

Aunque ‘El Mago’ sabía todo lo que le esperaba más tarde, en la vuelta al ruedo –un hecho sin precedentes y que jamás había ocurrido en La México– se le notaba feliz; el más contento de los mortales porque, pese a las injusticias empresariales a las que era sometido, una vez más pudo palpar el calor de los aficionados, su entrega, su admiración y todo el amor que le profesaban los amantes de la mejor fiesta del mundo que, en su persona, veían reflejado a uno de sus artistas más bellos.

Como no tenía capote, Rodolfo Martín, para dar la vuelta al ruedo pidió prestado un sarape que hacía las funciones de capote y su gorrilla de espontáneo, la que hacía las veces de montera. Todo un espectáculo increíble tuvo lugar en el ruedo más emblemático del mundo. El pueblo mexicano, su gente, le estaba rindiendo tributo. Todo confabuló para que, tras un incidente nada habitual en esta plaza –ni en ninguna– los aficionados mexicanos rendían honores a su hijo más querido; el hijo del pueblo como tantas veces, Rodolfo Martín ‘El Mago’, supo definirse a sí mismo.

Entre barreras, tras el regreso de ‘El Mago’ de su apoteósica vuelta al ruedo, lo esperaba, además de la policía para detenerlo, Luis Arango ya dentro del callejón que se abrazó con ‘El Mago’. La emoción que sintieron ambos era increíble. El uno por sorprendido y el otro por ser capaz de que se sorprendiera todo el mundo.

Era el momento de tomar decisiones muy rápidas. Luis sabía que, o actuaba muy rápido o se llevaban al Mago a la trena. ¿Qué hacer? Les dijo a los guardianes de la ley que, por favor, esperaran un poco mientras él hablaba con el juez de plaza quien, dentro de una plaza de toros, es la máxima autoridad. Infringiendo toda norma, mientras se lidiaba el tercer toro de la tarde, Arango subió al palco de la autoridad para pedir clemencia para su amigo.

El juez podía ser clemente para con el artista mexicano pero la multa era ineludible, había alterado el orden de un espectáculo y su delito no podía quedar impune.

–Queda en libertad –dijo el juez de plaza–, mientras usted pague los diez mil pesos de multa. Arango no dudó un solo segundo:

–Lo que usted decida, señor presidente, para que ‘El Mago’ quede en libertad y por supuesto en la plaza hasta que finalice el festejo – afirmó Arango.

Cuando todos pensaban que acorde a la ley, ‘El Mago’ sería conducido a la comisaría de policía más próxima y de ahí a la cárcel y se dieron cuenta que no era así, todo el mundo festejó al ver, tras la muerte del tercer toro de la tarde en que Juan Salvatierra no halló la medida para el éxito, que Rodolfo Martín se quedaba sentado en una barrera a la altura de los diestros actuantes, junto a Luz, la novia de Luis Arango.

Transcurrió la lidia de los toros restantes sin que los mexicanos lograran nada relevante en sus actuaciones. Dos diestros de gran raigambre y de éxitos continuados, en esta ocasión no hallaron la medida para el triunfo. Salió el sexto toro de la tarde el que correspondía a Luis Arango. La expectación estaba servida. Si la actuación insólita de ‘El Mago’ había cautivado al personal, el hecho de que Arango fuera el único triunfador del festejo hacía que la atención del mismo recayese sobre él. Se palpaba ese ambiente que nadie puede explicar pero que olía a triunfo.

Salió el toro, y tras recibirlo con el capote, Arango le enjaretó una serie de tafalleras que encandilaron a la multitud. El toro tenía una embestida alegre y el colombiano quería redondear la tarde, una tarde que había discurrido por los senderos de lo increíble, precisamente, con un diestro que no estaba anunciado en los carteles mientras que, de entre los actuantes, sólo él había concitado la ilusión y el entusiasmo de la gente. Acudió Arango a la barrera para brindar su faena a Rodolfo Martín. Al comprobar el hecho, la ovación se escuchó por toda la avenida de Insurgentes. Sin pretenderlo o quizá con toda la intención, el diestro de Cali se metió a la gente en el bolsillo mediante tan humano brindis. Era el último toro de la tarde y quedaban aún muchas cosas por suceder.