Desde un tiempo hasta parte, que tantos aficionados han alertado, la Fiesta de los Toros ha dejado de ser tal. Se ha convertido en una especie de sucedáneo, donde únicamente importan los toreros, que tampoco el toreo. Digo que esta nueva Fiesta carece de torero porque lo de hoy fue una sucesión de acompañamiento, de posturas, al paso del pastueño y empalagoso toro esmeradamente seleccionado para comportarse cómo no se espera que se comporte un toro. Al público que asistió al Coso de la Misericordia parece que le gustó, mayoritariamente; como ocurre en tantas y tantas plazas del panorama taurino. Sin embargo, hubo alguien a quien no le gusta este circo, como a mí: al Señor presidente. Por ello, puso coto al delirio de ayer. A todo esto, me gustaría que los arrestos que la presidencia tiene por las tardes, los tuviera por la mañana en el reconocimiento.

Enrique Ponce hizo el primer paseíllo en esta Feria del Pilar, y se fue a pie porque el Presidente lo impidió. Le correspondieron dos torillos en suerte, sobre todo, el segundo. Su primer animal careció de fuerzas y tuvo poca humillación. El toro pasó sin pena ni gloria por los primeros tercios, sería que se administraba para la faena de muleta. El valenciano acompañó las templadas y nobles embestidas del pobre animal, nada más. Se dedicó a orquestar norias, por el derecho, y a citar al hilo y con el pico, por el zurdo. Pinchó y cobró una estocada. Paseó una oreja. Su segundo ejemplar fue tuvo muy poca entidad, por su comportamiento y constitución zootécnica. No se picó, como toda la corrida. Tampoco permitió protagonizar brillantes pares de banderillas.  Con la pañosa sufrió más enganchones de lo habitual. Hasta que se metió en la oreja y armó el carrusel, una y otra veces. Y otra más. Cuando cogió la muleta con la mano izquierda, se limitó a llevar las embestidas por arriba para vaciarlas al otro lado del Ebro. Hubo un momento que me pareció que quería provocar el indulto. No se consumó. Paranoias mías. Mató de media lagartijera. El presidente negó la segunda oreja. La gente protestó. Yo lo aplaudí.

Álvaro Lorenzo lidió una cabrita, en primer lugar, y un toro algo más digno, en el segundo. Sin embargo, ambos embistieron descoordinados y sin fuerza alguna. Lo uno es consecuencia de los otro. Tras levantar clamorosas protestas en el tercio de varas y dolorse, en el de banderillas, tuvo opciones en la muleta. Y estas fueron, sin duda, consecuencia de la buena labor de Lorenzo. Cuando cogió la mano derecha, se ayudó y ayudo al torillo con el pico. Logró que, vaciando los muletazos por debajo de la pala del pitón, el toro no derrotara. Y así alargó las embestidas del animal. Peor fue por el izquierdo. Sin embargo, el toledano, buscándole el pitón contrario, logró una labor aseada. Mató bien la presidencia le concedió un trofeo. Bien, muy bien. Su segundo adoleció de falta de fuerzas. Este ni siquiera desarrolló buena condición. Lorenzo no estuvo más que aseado.

Completaba la terna Cayetano. De este torero poco puedo decir. Solo puedo hacer eco lo de él dicen las señoritas: es guapo. Eso parece que le funciona. Tuvo dos toros nobles, manejables. Sin casta ni fuerza, ya, como los demás. Sin embargo, las carencias técnicas de Cayetano le impidieron hacer nada mínimamente estimable.

 

Por Francisco Díaz