Y cuando la bravura se hace presente es como si un viento nuevo nos refrescara el alma.

Toros de Pozo Hondo de la zacatecana dehesa de Ramiro Alatorre.

Finalmente, una corrida de toros es un ritual mágico. Tantas historias se ven vinculadas en generar ese momento preciso que inundará el ambiente, un momento en que la muerte es juez y tiene siempre la carta cubierta.

Y ese sortilegio se trastoca cuando no se hace presente el protagonista, el gran mago, aquel que mueve las piezas a voluntad. Que hace vibrar la arena, que con su respiración transmite turbación y que sin duda antes que su aprendiz, llama a las multitudes, “El Toro Bravo”.

Hubo una juiciosa presentación del encierro. Un cuarto muy hondo y un sexto con unas perfectas hechuras de lo que es un toro mexicano.

Para algunos puede resultar contradictorio, pero es que en México no necesitamos toros gordos, que es lo que la mayoría de los ganaderos presenta. Lo que se necesita es trapío. En una ciudad que se encuentra a 2,240 metros sobre el nivel del mar, no podemos exigir un toro con 600 kilos porque no puede con ellos. Y por eso vemos debilidad, que, aunada a la falta de bravura, afectan considerablemente. Ese sexto, además precioso, es la justa media de un toro bien presentado en nuestra plaza.

Y hoy voy de atrás para adelante porque en definitiva el que cerró plaza merece los honores.

Desde su salida, una alegría, una acometividad embebida del que sabe el motivo de su vida. Conocedor de que tiene solo 20 minutos para que ella haya valido la pena.

Comiéndose el capote del queretano Diego San Román movió las entrañas de todos los presentes. Esa manera de embestir, con la cara abajo y volviendo emotivo, mostrando sus cualidades me devolvió el aliento. ¡Vaya banquete! Todo estaba servido. Con codicia fue al caballo decidido a levantar por los aires a ese ser mitológico parecido a un centauro que quizá su antepasado en Creta vio alguna vez. Los Dioses del Olimpo brindaban con Dioniso fascinados ante la seducción de la escultura.

¡Qué delirio! Usurpó el protagonismo y devolvió a los tendidos el sentido de la fiesta desde el principio de los tiempos.

Sin dudarlo fue encantando con astucia a todos los presentes. Emanaba de su encornadura un aura que cegaba al torero a su cadencia seductora.

Pronto, con una estética fina, poniendo el corazón y los riñones en cada movimiento, estremecía con embeleso hasta al mismo viento que hasta de las tierras del norte el mismo Dios Njord dejó por un momento su algarabía para presenciar tan sobrecogedor soplo.

Cada segundo se hacía eterno cuando el casi ficticio ser, embestía a los tergales de su perdido enemigo, que embrujado se confundía, a cada intento por complacer al tendido. Con todo su brío acometió decenas de veces al paño de grana sin apagar nunca su embate hasta que ese espigado personaje se rindió apagando su vida. “Cenizo” quedó tendido en la arena y sus restos galardonados lentamente tirados por un palafrén y su comparsa, aun preguntándose su alma, si en verdad había valido la pena.

Cuando despertamos del encanto me di cuenta de que el joven solo aprovechó las embestidas, pero falló en las distancias y en el ritmo que iba mandando el burel. Al que después de una estocada trasera con mucha suerte, le cortó una oreja. Paseó el trofeo al lado de los ganaderos que deben sentirse aún entre las nubes vitoreados por Calíope, Clío, Talía, Urania, Euterpe, Polimnia, Erató, Terpsícore y Melpómene.

En su primero, un toro que se volvía, violento por el lado diestro, el arranque de la juventud lo hizo equivocar el sentido de la lidia. Tuvo mucho mérito. Impávido se quedó antes las fieras embestidas y en cada momento en que se volvía en un palmo para tratar de cogerlo. Pero sin duda su afán por el triunfo, no le permitió entender las distancias, ahogando al tercero e incomodándolo. Hubo dramatismo en cada pase y fue una faena desordenada, pero sin duda, y a diferencia del que cerraba plaza, él fue quien imprimió el sello de emoción al trasteo, lo contrario del sexto en que la armonía la tocó el fino astado. Una buena estocada le otorgó una oreja.

José Mauricio también se llevó un apéndice, en una tarde en que unas 15.000 almas se hicieron presentes. Y no cabe duda de que Mauricio es un artista, pero hoy se enfrentó en primer término a un bravo que le dejó al descubierto algunos desaciertos.

Y es que ese toreo lineal le impidió que rompiera desde el principio engarzándose acompasado en la matemática más pura de Fibonacci que es en realidad la resolución del toreo en redondo. Cuando por fin lo entendió, lo prendió con alfileres a su muleta impregnándonos con esa esencia de jazmín y vainilla que le hemos visto en tardes inolvidables. El animal le exigía quebrar la cintura y danzar en un tango sin fin. Pero ya había poca materia y hubo de pasaportarlo.

En el cuarto, un toro imponente, la seriedad creó un silencio. Un toro que le exigiría las credenciales. Los vientos se revolvían como si los distintos panteones jugaran entre sí poniendo en aprietos a los actuantes. Pero aun así la decisión de salir triunfador lo hizo ajustarse por gaoneras para complacer al respetable.

Y en el último tercio si bien por las condiciones climáticas y la mordacidad de las embestidas, no hubo una concreción puntual. Si, en cambio, pinceladas dignas de Rafael. Uno de los genios renacentistas del primer arte. Clásico y equilibrado, simétrico, sutil, claro en su composición, y sin duda uno de los primeros pintores de la época que introdujo la psicología a los personajes que plasmaba.

Y así fue, entre los momentos dulces que atinadamente nos regaló Mauricio. Tuvo respuesta en las alturas que lo corearon fuertemente.

Se agradeció su actuación, pero a mí me queda a deber. Pienso sin duda, que podría dar mucho más.

Emilio de Justo confirmaba su alternativa en la Monumental de Insurgentes. Se le esperaba con inquietud pues estaba anunciado unos días después de su terrible percance con el mismo cartel que le tocó alternar en esta fecha.

Y creo que sí hubo cambios significativos.

No podemos negar la calidad que lo acompaña y sin duda el oficio. Pero quizá debió llegar unos días antes para poder conocer al toro mexicano.

Aunque tuvo una actuación pulcra e interesante, toreó por momentos con cierta rapidez, lo cual mermó lo que de entrada tendría que haber sido un triunfo rotundo.

En primera instancia tuvo un toro con calidad, que le permitió lucir tanto con la capa como con la muleta enredándose con él y consiguiendo una fuerte réplica en los tendidos. Cayó en el gusto de la afición que le agradeció con un saludo en el tercio su interés y su emotiva actuación.

En su segundo mostró sus dotes de maestro. Lo fue acariciando hasta someterlo y detonar el olé ese, que estremece hasta a los muertos.

Lamentablemente la espada no estuvo fina y a este quinto lo dejó ir sin arrancarle los trofeos.

Cabe mencionar la gran actuación de todos los picadores.

Pero eso de las inyecciones no nos deja ver lo emocionante de esos puyazos de antes.

Este domingo no hay corrida por un evento musical que el sábado se llevará a efecto en el sagrado recinto.

Alexa Castillo