Y llegó el décimo y último festejo del abono albaceteño. Para concluir la Feria del centenario se anunciaron los toros de Daniel Ruiz y los espadas Julián López El Juli, Alejandro Talavante y Cayetano Rivera Ordóñez. La vacada de la tierra venía de indultar en Valladolid un ejemplar por el que abría el cartel de esta tarde. Sin embargo, presentó una corrida de insuficiente trapío para la categoría de esta plaza, en la que la mansedumbre y el descaste predominó por encima de cualquier otra condición. Un claro ejemplo del toro y el torero posmoderno. La destrucción de la tauromaquia.
Salió el primero de la tarde, el único que difería en capa del conjunto reseñado, pues era castaño. Desde los primeros comicios apuntó su mansa condición, huyendo del percal de «El Juli» y buscando los terrenos de chiqueros. Todo ello unido a su inexistente poder. Una vez lo paró el matador, se venció por el pitón izquierdo. Lamentable el tercio de varas, por la conjunción de la inaptitud del «pincha-aceitunas» que montaba a caballo y las defensivas acometidas del toro. Por su falta de entrega, cortas fueron sus embestidas y andarinas en la brega de Varela, discreto e ineficaz tercio de avivadoras. En la muleta escaseó de recorrido por el derecho, no fue mejor por el izquierdo: a veces hacía hilo y otras, dada a su mansa y descastada condición, andaba entre muletazo y muletazo. Nunca galopó, además de rebrincarse. «El Juli» en su línea: al hilo, emulando la alcallata y perdiendo pases entre lance y lance para que actuara la fuerza de la incercia. Julipié contrario.
Anovillada hechura la del segundo. Con algo más de poder, aunque con similares dosis de casta y bravura. Inexistente humillación, condición indispensable para la composición del Toreo 2.0. Puyazo en muy buen sitio de Manuel Cid, pese a que tapó la salida al toro, que siempre se defendió echando la cara a la altura de la silla. Lucido Trujillo con los garapullos. Apático estuvo Talavante, con el toro que, sin síntomas de mejora por su baja raza, no planteó dificultades en ningún momento. Decidió abreviar. Estocada caída y uso del verduguillo.
En la línea de los dos anteriores, en cuanto trapío, salió el tercero, primero del lote de Cayetano. Recibo por verónicas del nieto de Ordóñez, que movió bien los brazos, una vez se quedo en el percal, aunque sin excesivo dominio. Mejor por el izquierdo que por el derecho, pues se venció algo. Media de bella factura. Pretendió gallear por chicuelinas para ponerlo en suerte, algo deslucidas por pararse el toro entre lance y lance y tardear, por consiguiente. Mismo comportamiento en el caballo. Lidia algo desordenada en el segundo tercio, pues el primer para se colocó en la querencia de chiqueros. Mostró movilidad, impulsada por el genio, tal como se demostró en el tercio de muerte. Por el izquierdo se defendió, derrotando. Ante la falta de casta del animal, necesitaba el toro una muleta templada, que encontró. Única virtud, más allá de la garra, de Cayetano. Empezó la faena de rodillas, buscando el «ole» femenino.
Tampoco imponía el trapío del cuarto de la tarde, tras el receso de la merienda. Apuntó, desde un principio, un ritmo sostenido. Patente fue también su descoordinación, sobre todo de los cuartos traseros. Colocó magistralmente la puya Barroso. Tercio eficiente y eficaz, más que puro y ortodoxo, de la cuadrilla de «El Juli» con las banderillas. Nobleza borreguil y tonta del de Daniel Ruiz, más próximo al de una ternera que al de un toro bravo. Un animal al que, insultantemente, llaman colaborador. Exigía temple y llevar las embestidas, además de sitio, pues, en caso contrario, rebrincaba sus acometidas. También se equivocó en las alturas, ya que intentó bajar la mano al inicio de la faena, haciendo que se derrumbara el toro. Finalmente, encontró la distancia y la altura, tomando la determinación de citar no con la cadera, sino con el culo. Situándose el matador en Albacete y pasándose el toro por Guadalajara y Cuenca. Citando con el pico y encorvado. Julipié indecoroso para despedir a tan buen amigo, que aguantó los ventajistas lances del madrileño. Dos orejas.
Feo el quinto, el de más romana de toda la tarde. Ya en el recibo manifestó que humillar no era su principal virtud. Asquerosa la pelea en el caballo, cabeceando, como todo el encierro Se definió en el segundo tercio, animal de movilidad carente de raza y emoción. Una movilidad teledirigida, corriendo sin entrega ni casta detrás de la tela que Talavante le presentaba. En ningún momento se desprendía sensación de poder ni de voluntad de guerra. Ante él, el extremeño de la Puebla de Sancho Pérez. Lo más destacado fue la accidental apertura de faena, pues se arrancó antes del brindis, cargado de torería y sabor. Saludó Talavante una ovación, tras una faena de altibajos y falta de conjunción.
El de más cara fue el sexto, aunque de comportamiento igualmente indigno como el resto de la corrida. Las mismas características tuvo el recibo capotero que en el de su primer toro. Comportamiento idéntico al de sus «hermanos», vergonzante… Poco poder y menos raza, embistiendo al paso y sin voluntad de coger los trastes por abajo y con el impulso de los riñones. Cayetano se limitó a componer la figura mientras pasaba el toro, caracterizándose el trasteo por las lejanías entre toro y torero y el cite «picotero». Bostezos en los tendidos. Asquerosa ejecución de la suerte suprema.
Por Borja Dominguez
Fotografia y Agradecimiento Arjona