Sigue hacia delante la gira de la destrucción de lo poco que queda de la fiesta de los toros y, ayer, una vez más, lo pudimos volver a constatar, en esta ocasión en Barcarrota. Se lidiaron animalitos de El Parralejo que, como se comprobó, el ganadero no quiere criar toros, prefiere que salgan a la arena santos con cuernos y de tal modo todos disfrutaremos más. Otra falacia que viene a demostrar que, el peor enemigo de la fiesta lo tenemos en casa, es como el matrimonio que, es la única guerra donde uno se acuesta con el enemigo.

Como dije en su día, si este tipo de festejos que se han montado por aquello de la llamada gira, si en vez de denominarlos como corridas de toros hubieran sido festivales, el éxito hubiera sido de clamor porque, dichos animalitos, para festivales, hubieran sido las delicias de todo el mundo. Claro que, anunciar como toros a dichos bicornes, me parece una exageración fuera de lugar. ¿Qué es una corrida de toros sin el elemento toro? Justamente, lo que estamos viendo, parodias sin sentido que, en el fondo y en la forma están terminando de destruir la propia fiesta sin que Pablo Iglesias nos ayude.

Ni conté las orejas que se cortaron que, todas me supieron a pura broma y, el toreo debe ser algo muy serio. Sin duda, para esta gira, la seriedad no se ha visto por lado alguno, de ahí los esperpentos que nos muestran todos los días con estos festejos aciagos que, en realidad, nada positivo aportan a la fiesta.

Juan Leal es un torero para otro tipo de toros; se trata de un valiente a carta cabal que, con aquellos animalitos queda ridiculizado ante sí mismo. El diestro francés, cada vez que se ha enfrentado a los toros de verdad, con sus armas, ha demostrado ser un torero interesante pero, con este ganadito tan a modo, blandito, sin fuerzas, sin picar los toros y con todos los ingredientes que se le añaden a este tipo de espectáculos, mejor que no hablemos mucho. El chico puso toda su voluntad pero, amigo, el toreo es otra cosa, empezando, sin duda, porque en el ruedo haya toros.

Ginés Marín quiere hacer el toreo puro, cosa que no le discute nadie pero, pese a que estuvo muy bien en dicho festejo, nadie recordará, a estas alturas del festejo, nada de lo que hizo que, si se me apura estuvo enorme, pero hasta el mismo se convenció de que, allí, algo estaba fallando. Para colmo, la cara de tristeza que muestra Ginés Marín, es propia de un entierro de tercera, Y es que, cuando falla el toro, cuando éste no existe en su más mínima acepción, todo lo que el diestro haga apenas servirá para nada. Los animalitos de ayer, como digo, manaban bondad a borbotones y, sin un mal gesto, sin una mala idea, sin nada que se pareciera a un toro bravo. ¿Qué más podíamos pedir?

Confiemos que, esta tarde, los toros de Fuente Ymbro nos devuelvan la ilusión porque, como el mundo sabe, Ricardo Gallardo, casi nunca suele fallar.

Pla Ventura