La feria de San Miguel ha empezado como nos temíamos, con una parodia al más alto nivel puesto que, los “olguitos” –Olga Jiménez- han sido lo que todos esperábamos, uno animalitos indefensos de los que, a priori, se puede hacer la crónica. Salvo el segundo de la tarde, primero de Manzanares que ha embestido con mucha codicia, el resto mejor olvidarlo. Pero es lo que corresponde con este tipo de animalitos que, por no tener, no tenían ni presencia puesto que, la corrida de feria de Écija se lidiaron toros con mucho más trapío que en Sevilla, algo que los aficionados maestrantes no le dan la más mínima importancia. Allí quieren ver el arte y, lo del toro les suena a cuenta chino.

No ha tenido su tarde Morante que, triste como nunca, ha visto como caían en sus manos dos animalitos sin opción alguna; sin peligro, por supuesto, pero gazapeando mucho y sin darle opciones para que hiciera la faena soñada. Daba grima ver a los “novillotes” puesto que, podían haber tenido trapío, peligro, casta y bravura pero, no ha sido el caso, Unos burros indignos de cualquier plaza de tercera pero, insisto, en Sevilla cabe todo. Todavía les pasa poco, por inocentes.

Manzanares ha tenido el toro soñado y ha estado sublime, sensacional, fantástico por ambos pitones; el animalito no tenía otra cosa que bondad en la que, el diestro de Alicante ha estado muy acelerado por ambas manos; era un toro para soñar el toreo pero, Manzanares se ha conformado contentar a los parroquianos sin pararse a pensar que, fuera de Sevilla había muchos aficionados que estábamos pendientes de él. Un pinchado y una gran estocada y, menos mal, nadie ha dicho nada. Su segundo, tan anovillado como todos, no tenía boyantía alaguna pero, ha embestido con naturalidad, es cierto que por dicha razón no ha convencido a nadie. De nuevo, silencio para el torero que no merecía otra cosa. Como explico, era una corrida indigna para una plaza que califican de primera y, en mi caso, siempre dije que es un marco incomparable pero, lo que allí dentro sucede es propio de una plaza de carros.

Decía Domingo Delgado de la Cámara que a los toros les faltaban muchas cosas, pero no ha atrevido a concretar, lo ha dejado caer y el que sepa que lea. No es mala cosa. Y el tercero del cartel, Pablo Aguado, un artista como la copa de un pino pero, qué triste que tanto arte se exponga frente a un burro descastado. En su primero ha dado pinceladas muy hermosas; su torería es algo inexplicable pero, a medida que trascurría su primera labor, plagada de momentos bellísimos, íbamos viendo el animalito y se nos venía el mundo abajo. Nada puede ser más bello ante un bicorne medio muerto. Lo ha matado de una estocada y le han dado una oreja de La Algaba. Su segundo que apenas tenía fuerzas, pero sin mala condición, Aguado ha estado digno y voluntarioso frente a un cuadrúpedo asqueroso.

Eso sí, ha ocurrido un milagro tremendo. Se ha llenado la plaza en su totalidad, la gente tenía ganas de ver a las figuras y han respondido a la llamada de la empresa. No es tarea baladí, sí señor. Eso sí, los toros les importan un carajo y, como siempre sucede en Sevilla, las pruebas son evidentes. Y, ¿saben los mejor? No estaba Roca Rey en el cartel, más mérito todavía por parte de los señoritos maestrantes que, por luir clavel son capaces de cualquier cosa, en este caso, llenar La Maestranza a sabiendas de que se lidiaban seis “burros” mortecinos.